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Dejaron atrás Gjirokastra y empezaron el largo descenso por los toboganes de las montañas hacia el mar Adriático, mezclándose du____________________minaba con desesperación a Yanina. Reef les dio los cigarrillos que le quedaban. Era todo lo que tenía. Se guardó uno, puede que dos.ban muertos, heridos o habían caído prisioneros, y el resto se encacia, que todavía intentaba tomar Yanina, el último bastión turco en el sur. A esas alturas, la mitad de los soldados del ejército turco estarante parte del camino con los turcos que todavía se dirigían al sur. Ahora había un alto el fuego en vigor entre todas las partes salvo Gre

Finalmente atravesaron el Paso Muzina, y allí estaba el mar y las casas encaladas que ascendían desde la profunda curva de la pequeña bahía de Agli Saranta.

En la ciudad caía una lluvia invernal, que, en las montañas, sabían que sería nieve, mientras Ljubica dormía envuelta en una piel de lobo, y ellos tenían la sensación de estar todavía en movimiento, llevados por un transporte invisible, siguiendo un sendero retorcido y complicado, interrumpido de vez en cuando por estancias en lugares de reunión semipúblicos como ése, llenos de capas de humo de tabaco rancio, discusiones políticas sobre cuestiones oscuras…, una sensación de en_cierro azul fluorescente, con la única vista al exterior de una ventana que daba a la bahía, y más allá al mar embravecido.

Encontraron al capitán de un pesquero que aceptó llevarlos a Corfú la siguiente vez que zarpara, y dejarlos en la ciudad. Con un viento invernal del norte que bajaba de las montañas, erizando el es____________________día esperar. Cuando estuvieron a cubierto bajo el Pantokratoras, el viento perdió fuerza, y al cabo de una hora habían alcanzado por fin un lugar seguro, la ciudad de Corfú, donde lo primero que hicieron fue ir a la iglesia de San Spiridion, santo patrón de la isla, para encender velas y dar las gracias.nudo cara al viento, ya fuera porque no le importaba o porque no potrecho con olas picadas que se sumaban a un ya de por sí peligroso oleaje, se dirigieron al sur por el canal, con el viento por babor. Reef, que no estaba acostumbrado al mar, se pasó la travesía vomitando, a me

Pasaron allí el resto del invierno y se quedaron hasta entrada la primavera, con su sol radiante; un día salieron a la gran explanada y vieron un partido de criquet con el equipo visitante XI, venido de Lefkas, todos los jugadores de blanco y nada que hiciera pensar en la oscuridad o la sangre, durante todo el bendito el partido… Ljubica lan__po de Lefkas regalaron a cada uno de sus respectivos rivales uno de los salamis con pimienta picante que habían hecho famosa la isla.zaba exclamaciones en su demótico de bebé viajero cada vez que el bate y la pelota entraban en contacto. Al final del partido, poco del cual, incluido quién había ganado, Reef fue capaz de discernir, los del equi

Persistiendo detrás de todas las declaraciones materiales del mun____________________tando en un reció Auberon Halfcourt, con una botella de gaseosa de jengibre, tropasivos gustaban de llamar una metáfora-, un día, mientras Ljubica y Yashmeen estaban sentadas en un café junto a la Explanada, allí apatiera en novia de la Noche, que Ljubica naciera durante la cosecha de rosas, y que Reef y Yashmeen la llevaran sana y salva hasta Corfú -y en ese caso habrían cumplido con éxito la «verdadera» misión, de la cual la otra, la de las minas y demás, no sería más que lo que los Comdo, los Compasivos dieron pasos para restablecer el contacto con Yashmeen. Como si la misión balcánica nunca hubiera sido descubrir los campos de minas austríacos secretos, sino que Cyprian se convirsimón, como si acudiera a una cita… Fue su nieta la pri__llos de la zona, llevaba un sombrero de paja por el que le asomaban las orejas.mera que lo vio, al reconocer el caballo, que, como los demás caba

Tras darles los besos de rigor, Halfcourt se sentó.

– Pero ¿qué estás haciendo en Corfú? -preguntó Yashmeen con sonriente asombro.

– Esperándote. -Empujó hacia ella un trozo ajado de cartón ver_doso.

– Mi postal. ¿Así que llegaste a recibirla?

– Uno de los rusos que leía habitualmente mi correo desde el día que llegué a Kashgar consideró esto más importante que cualquier cosa que pudiera decir el Gobierno de Su Majestad. Me telegrafió al instante. -Ella había escrito: «Esperamos llegar al Adriático».

– Lo que significaba aquí o a Durazzo, pero Durazzo se ha con_vertido últimamente en un casus belli, así que uno se sumió en un trance y convocó los antiguos poderes, ya sabes, y salió Corfú.

– Ya, y esto -hizo un gesto para abarcar los soportales parisinos, el paraíso frondoso y bien regado- no tuvo nada que ver.

Se sentaron y bebieron ouzo en el crepúsculo. Arriba, en el vie_jo fuerte veneciano, sonó el cañonazo de retreta. Las brisas agitaban los cipreses y los olivos. Los corfiotas paseaban por todas partes.

– Verte otra vez… -dijo él-, antes creía que sería uno de esos mo____________________mitían era indiferenciable del comercio. Me estaban destruyendo y yo no lo sabía.cuencia. En cuanto a Halfcourt-: No soy el que era -dijo-. Allí era el servidor de la avaricia y la fuerza. Un mayordomo. Un pastelero. Mientras me creía un militar profesional. El único amor que me perrantizado. Sin embargo, eso no evitaba que lo quisiera. -No se habían visto desde antes de 1900. Fueran cuales fuesen sus sentimientos, los de ella ahora no estaban tanto en conflicto cuanto expandidos. Su amor por Ljubica era impenetrable e indivisible como un número primo, así que cualquier otro amor debía ser reevaluado en consementos de rendición al destino, con un resultado desagradable ga

– ¿Has renunciado a tu puesto?

– Mejor aún: he desertado.

– ¡Padre!

– Mejor aún -prosiguió movido por una especie de impulso ale_gremente sereno-: se creen que estoy muerto. Con la colaboración de mi colega ruso Volodya, también estoy cómodamente establecido, gracias a una transacción con jade, tu mineral homónimo, cariño mío, que está destinado a que lo consideren legendario algún día. Puedes verme como el hombre que hizo saltar la banca en Montecarlo. Y…

– Oh, sabía que habría algo más. -Ella tuvo la certidumbre de que tenía un lío con una mujer.

Como si le hubiera leído el pensamiento a su hija, el viejo rene_gado exclamó:

– Y por los cielos que ahí viene, [justo ahora!

Yashmeen se dio la vuelta para ver acercándose por la Explanada, empequeñecida por su sombra a la puesta de sol, a una diminuta asiá_tica vestida toda de blanco, que los saludaba con la mano.

– Ese tipo americano que llevó tu carta a Kashgar es el que nos pre_sentó. Me lo encontré el año pasado en Constantinopla, de camarero en un bar. Y allí estaba Umeki. Ah, sí, mi berenjenita japonesa.

Ciertamente era Umeki Tsurigane, que había sido enviada a la embajada japonesa en Constantinopla, como «agregada matemática» en cierta misteriosa misión en nombre del establishment técnico de su país, cuando un día entró casualmente a primera hora de la noche en el bar del Deux Continents, y allí estaba Kit Traverse delante de un espejo tan largo como la sala, agitando el contenido de una coctelera plateada.

– Se suponía que te morirías de vergüenza.

– Hago lo que puedo -dijo Kit poniendo una copa y una cerve_za ante ella-, ¿whisky y cerveza como siempre, mademoiselle?

– ¡No! ¡Cóctel de champán! ¡Esta noche parece más apropiado!

– Me tomaré uno contigo.

El podría haber querido preguntar sobre el arma C, el Suceso de Tunguska y demás, y durante una copa y un par de sorbos de otra pareció que reverdecían los viejos tiempos, con la salvedad de que Auberon Halfcourt se presentó entonces en su huida clandestina de Rusia y: