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Un pelotón de la milicia se acercaba por la calle, y a Frank y Ewball, que habían guardado sus revólveres bajo los abrigos, no les costó mezclarse con los vecinos nerviosos de Trinidad. Foley espe_raba, con paciente buen humor, mirando la sangre de Scarsdale, casi negra bajo esta luz de mediados de invierno, que fluía formando un marco líquido a su alrededor.

– Menuda vergüenza -murmuró Ewball-, ¿cómo voy a andar ahora con la cabeza alta?

– Querías ser tú el que lo hiciera -aventuró Frank.

– Peor aún. -Miró profundamente a Frank como si esperara, a es_tas alturas de su relación, que éste mostrase alguna habilidad para leer el pensamiento-. No se trataba tan sólo de un tiroteo más -dijo en voz baja.

– Pues para mí ha sido más que suficiente -dijo Frank, que no quería entrar en demasiados detalles.

Stray llevaba ya algún tiempo en Trinidad cuando se enteró de la existencia de la colonia de tiendas de Ludlow. La colonia se había le_vantado a finales de septiembre, al inicio de la huelga. Poco a poco se fue colocando el entarimado, se cavaron letrinas, se tendió una línea telefónica hasta la oficina del Sindicato en Trinidad. Desde principios de octubre, después de algunos tiroteos entre los guardias de la mina y la gente de las tiendas, ambos bandos habían empezado a almacenar armas y municiones. Llegaba el invierno. Los tiroteos prosiguieron.

– ¿Estás segura de que no quieres quedarte en la ciudad? -dijo la Hermana Clementia.

– Déjame que me acerque hasta allí con una carreta -dijo Stray- y echaré un vistazo.

Sólo un vistazo. Pero ella ya sabía que era allí donde tenía que es__se, que se hacía llamar «General», habían levantado campamentos en las afueras de Trinidad y Walsenburg.tar. Aproximadamente al mismo tiempo que se instaló en una de las tiendas, el gobernador declaró la ley marcial, y al poco cerca de mil hombres, entre infantería, caballería y tropas de apoyo, al mando de una marioneta de la Colorado Fuel and Iron de nombre John Cha

Stray descubrió que la colonia constaba de ciento cincuenta tien__pio idioma. Una familia acababa de irse de una tienda, así que allí se mudó Stray. Antes de que anocheciera, se sentó junto al lecho de una niña montenegrina de unos tres años, con fiebre y la nariz llena de costras, e intentó darle un poco de sopa.das en las que vivían unas novecientas personas, sobre todo familias, salvo en las zonas reservadas a los solteros, como la de los griegos, que tendían a mantenerse aislados y a relacionarse únicamente en su pro

Por la mañana, su vecina Sabine y ella llevaron ropa de cama a una tienda de enfrente. Stray alzó la mirada hacia los terrenos elevados y vio emplazamientos armados en todas direcciones.

– No me gusta nada -murmuró-, es un campo de tiro descubier_to por todas partes.

– Todavía no nos ha disparado nadie -comentó Sabine, más o me_nos en el mismo instante en que alguien lo hizo.

No se trataba de que Stray hubiera llegado a pensar alguna vez que la protegía un encantamiento. Pero cada vez que salía a la luz del día, las balas zumbaban a su alrededor sin alcanzarla, y se acostumbró a la tierra que saltaba en pequeñas explosiones a su paso, a los silbidos decrecientes de la munición desperdiciada que rebotaba. Al principio se ponía tan nerviosa que soltaba lo que llevara en las manos y corría a protegerse. A medida que fue avanzando el invierno, aprendió a cruzar zigzagueando todo el campamento, con los brazos cargados de palas para la nieve, mantas, gallinas vivas, puede que cinco litros y me____________________paraban. Un día, al volver de una de esas excursiones, adivinen quién se presentó.ra de que los francotiradores apostados en las lomas jugaban con ella. Llegó a reconocer a los que querían coquetear por lo mal que le disdio de café caliente, en una cafetera de hojalata equilibrada sobre la cabeza, sin que se le derramara ni una gota. A veces estaba casi segu

– Hola, mamá.

– ¿Cómo coño has llegado aquí?

– Por la línea Colorado y Southern. No te preocupes, me colé en el tren, no me costó un centavo. Me alegro de verte, mamá.

– Jesse, esto es una locura. No tienes por qué estar aquí. Willow y Holt te necesitan.

– Allí no hay mucho que hacer. Todo el trabajo duro que nos to_caba a Holt y a mí, a Pascoe y a Paloverde, lo hicimos antes de que llegaran las nieves.

– Esto es peligroso.

– Más motivo entonces para que alguien te guarde la espalda.

– Igualito que tu padre. Maldito vendedor de aceite de serpiente. Nunca se os puede convencer de nada. -Lo miró a la cara, algo que hacía cada vez más a medida que él crecía, cuando tenía la oportuni_dad-, No me malinterpretes, no es que seas su vivo retrato ni nada por el estilo, al menos no todo el tiempo, pero, de vez en cuando…

Los focos de la empresa situados en las torres empezaron a barrer las tiendas durante toda la noche.

– Mamá, me está volviendo loco. No me deja dormir.

– Antes odiabas la oscuridad.

– Era un niño.

La milicia de Colorado le estaba dando mala fama a la luz. La teo_ría militar afirmaba que enfocar al enemigo con reflectores permitía verlo mientras se le cegaba para que no te viera, concediéndote una inestimable ventaja tanto táctica como psicológica. En las tiendas, aquel crudo invierno se buscaba la oscuridad tanto como el calor o el silencio. A muchos la oscuridad les acabó pareciendo una forma de compasión.

Finalmente, una noche Jesse sacó su fusil de repetición y salió a explorar.

– Voy a dar una vuelta para echar un vistazo -fue lo que le dijo a su madre, quien, en otros tiempos había utilizado esa misma frase con frecuencia.

Poco después, pasada la medianoche, Stray, que se había acostum__mía. Ella le había enseñado a no atribuirse el mérito de nada si podía evitarlo, lo que no impidió que al día siguiente él fuera por ahí con una sonrisa de comemierda en la cara, que a ella le recordó a la que esbozaba Reef cuando creía que se había salido con la suya.brado a dormir con todo tipo de ruidos, soñó que oía la detonación aislada de un único disparo de rifle, y se despertó en medio de una bendita oscuridad. Poco más tarde, Jesse se acercó de puntillas y con cuidado se acurrucó a su lado, mientras ambos fingían que ella dor

Fue el invierno en que todos comieron guiso de liebre. Las listas de huelguistas incluían unos veinte mil hombres, mujeres y niños. El viento ocupó los campos de Trinidad y se adueñó de ellos, y el frío se tornó más crudo. Las tormentas de principios de diciembre fueron las peores que nadie recordara. La nieve se amontonaba hasta un me____________________bían prometido de todo, no les habían contado nada.gas, traídos en vagones de ganado desde lugares tan remotos como Pittsburgh, Pensilvania, aunque muchos de ellos eran de México, y venían escoltados por la Guardia Nacional desde la frontera; les hatro veinte de altura en algunos lugares. Las tiendas se desmoronaban bajo su peso. A mediados de mes, empezaron a aparecer rompehuel

– Es como Cripple Creek otra vez -comentaban aquellos que se acordaban. Por entonces, hacía diez años, los esquiroles eran eslavos e italianos, algunos de los cuales se habían quedado y se habían uni_do al Sindicato, y ahora eran ellos los que hacían la huelga.

– Y aunque sea el deber de todos partirle la cabeza a cualquier mexicano mantenido en la total ignorancia que haya sido traído para robaros vuestro trabajo -predicaba el Reverendo Moss Gatlin, que, siendo de los que no se perdían una buena pelea, llevaba allí desde que se había convocado la huelga-, también tenemos que entender lo eminentemente práctica a largo plazo que es la paciencia cristiana, si gracias a ella podemos mejorar la educación del esquirol estúpido, igual que a vuestras propias ofendidas cabezas, en Cripple y las San Juan, se les metió a golpes la lección de que un empleo es sagrado, se obtenga como se obtenga, incluso el de un esquirol, porque implica la rigurosa obligación de oponerse a partir de entonces a las fuerzas de la propiedad y a las fábricas del mal, con los medios que estén a vues_tro alcance, sean cuales sean.