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– ¿Hay alguna razón para que me quede por aquí un tiempo?

– ¿Te refieres a algo aparte de la guerra que va a estallar en cual_quier momento?

Se miraron un buen rato el uno al otro hasta que ella sacudió la cabeza.

– Supongo que no tienes nada que hacer en Denver.

– Lo que me recuerda: ¿cómo está mi madre?, me enteré de que la viste hace un tiempo allí.

– Quiero mucho a Mayva, Frank. Sobre todo teniendo en cuenta que se trata de alguien a quien veo una vez cada diez años. Deberías escribirle alguna vez.

– ¿Debería?

– Nunca has visto a Jesse, ¿verdad que no?

– También soy un mal tío -dijo Frank ladeando la cabeza.

– No me refiero a eso, Frank. -Ella respiró hondo, como si fuera a zambullirse en una habitación llena de fuego-. Estos días estamos viviendo en las tiendas, por si se te ocurre hacernos una visita.

Frank procuraba conservar la calma para que no se le notaran las oleadas de pulsaciones que le recorrían de arriba abajo. Mantenía la expresión serena.

– Bueno, si sigues ahí…

– ¿Y por qué no iba a seguir…? -Y entonces ella se calló, porque la respuesta era ya bastante clara.

– Suponía que lo sabías. Tienen pensado arrasar la colonia entera, y antes de que acabe la semana, eso es lo que tengo entendido.

– Pues en ese caso más vale que nos visites pronto.

Y así fue como Frank se encontró arrastrándose junto a la som__darse en el cuerpo para los Krag y los Pólice Special modificados que había conseguido.bra monjil de ella, bajo el ataque amarillo ácido de los rayos de los reflectores, a través de la nieve que se fundía y se volvía a helar, tras haber pensado en recuperar de sus alforjas tan sólo un paquete de cigarrillos, una lata de tabaco y tantos cartuchos como pudo guar

Jesse no estaba cuando llegaron a la tienda, pero a Stray no le pre_ocupaba.

– Seguramente andará por ahí con esos balcánicos de los que se ha hecho amigo. Celebran su Pascua o algo así. Le han enseñado a mo_verse por la noche muy bien. No corre mucho peligro. Puedes dormir ahí, junto a la cocina. Si vuelve, normalmente no hace mucho ruido.

Frank tenía la vaga intención de mantenerse despierto para ver qué aspecto tenía Stray por debajo de aquellos telares de monja de hospital, pero debía de estar más cansado de lo que creía. Durmió has_ta que el gallo de alguien se soltó y llegó la áspera luz del día.

Acababa de poner el pie fuera de la tienda para ir a mear cuando atisbo un rostro que le pareció salido del pasado, un tipo siniestro que bajaba al trote por la ladera con el uniforme de la milicia, sombrero de ala estrecha, polainas y camisa de campaña, de frente alta, ojos sin pestañas y una boca fina en una auténtica cara de lagarto. Una cara que no merecía ni cinco centavos de piedad.

Frank señaló con la cabeza y preguntó a Kosta, que estaba al otro lado de la letrina, meando.

– ¿Quién es ese hijo de puta? Lo he visto en alguna parte.

– Es el cabrón de Linderfelt. Cuando ataquen esta noche, vendrá el primero gritando ¡A la carga! Linderfelt es el demonio.

Frank se acordó entonces.

– Él estaba en Juárez, al mando de unos mercenarios que se lla____________________sa. Creía que habría sido pasto de los zopilotes hacía tiempo.queda y captura por saqueador. Tuvo que cruzar la frontera a toda primaban a sí mismos «la legión americana»; se precipitó, intentó atacar la ciudad antes que Madero y más tarde emitieron una orden de bús

– Pues ahora es teniente de la Guardia Nacional.

– Tiene su lógica.

– Además, los zopilotes tienen más sentido común.

El tiroteo había empezado con las primeras luces, no tardó en ge_neralizarse y prosiguió en espasmos a lo largo de todo el día.

La milicia estaba en Water Tank Hill, con un par de ametrallado_ras. Sus tiradores formaban una hilera a lo largo de un saliente, más arriba. Había unos huelguistas apostados en una zanja de la línea de ferrocarril, al este, que tenían a los Guardias Nacionales bastante bien enfilados, pero la milicia estaba más arriba, y a lo largo de todo el día se mantuvo el punto muerto. Los pensamientos de todos se centraban ya en la noche que se acercaba.

– No sé hasta qué punto van a ser caballerosos cuando el sol se ponga -dijo Frank.

– Se transformarán en otra cosa -dijo ella.

Jesse entró retorciéndose por debajo de un lado de la tienda con un Winchester de repetición, sin aliento.

– Intenté bajar a la zanja de la vía. Arrastrándome boca abajo. Me quedé sin balas. ¿Quién es éste?

– Éste es Frank Traverse. Es el hermano de tu padre. Acaba de lle_gar para participar en algunos de los festejos.

El chico buscó una cantimplora de agua y bebió un buen rato.

– Me ha estado calentando la cabeza sobre ti, Jesse -dijo Frank.

Jesse se encogió de hombros, en un gesto muy ensayado.

– Qué es esto, parece un viejo Krag.

– Tienen varias cajas llenas -recordó Stray-, si no me equivoco, las que yo les vendí hace años.

– A veces les coges cariño -dijo Frank con calma-. Lo bueno de un Krag, ¿sabes?, es la retrocarga, un detalle muy útil cuando hay mu__gan cada vez que accionas el cerrojo. Ten, prueba.cho movimiento, sólo tienes que abrirla así, en cualquier momento, soltar tus balas, y todas se alinean y se empujan una por una, y se car

– Quiere venderte una -dijo Stray.

– Estoy satisfecho con mi Winchester, gracias -dijo Jesse-. Pero, claro, déjame, mientras no desperdicie la munición de nadie. -Cogió el Krag y apuntó por la solapa de la tienda hacia un lejano grupo de jinetes, caballería aparentemente uniformada aunque con ningún uni_forme que Frank conociera, apuntó, los encajó en la mirilla, respiró con cuidado y fingió que soltaba un disparo, «¡Bam!», y cargaba otra bala. Frank ya no podía enseñarle gran cosa.

Más tarde Frank se puso a revisar las armas de fuego, con Stray arrodillada a su lado.

– Quería decir… -dijo Frank.

– Oh, ya lo has estado diciendo, no te preocupes.

Él la miró más de cerca, sólo para distinguir su cara.

– Es un buen momento para comentarlo.

– ¿Pasa algo por ahí que debería saber? -gritó Jesse desde la otra punta de la tienda.

– En cuanto oscurezca lo bastante -dijo Frank-.justo antes de que se enciendan todas las luces, nos pondremos en movimiento. Iremos hacia el norte, a aquella torrentera ancha de allá arriba.

– ¿Huir? -Jesse le clavó una mirada furiosa.

– Justamente -dijo Frank.

– Los que huyen son los cobardes.

– Algunos sí. A veces no son lo bastante valientes para correr. Has andado por ahí. ¿Cuántos cobardes has visto que estén dispuestos a sa_lir corriendo hacia ahí?

– Crees que…

– Creo que podemos llegar a ese arroyo. Luego todo consiste en mantenerse a distancia de Linderfelt.

– ¿Quieres echar un vistazo fuera de la rienda por nosotros? -pre_guntó Stray.

El niño miró fuera con cautela.

– Me parece que faltan un par de minutos para que enciendan los proyectores.

– Pues ahora es un buen momento -dijo Frank-, No nos queda mucho que hacer aquí.

– Dunn -se acordó Jesse.

– ¿Dónde está? -dijo Stray, que cogió una pistola y munición mien_tras buscaba su sombrero.