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Merle acababa de poner en marcha un pequeño generador con motor de gasolina, colocó dos carbonos en ángulo recto y los separó otra vez con un arco cegador chisporroteando entre ambos. Realizó unos ajustes en las lentes. En la pared apareció una foto ampliada del centro de L.A., monocromática y fija. Merle balanceó los carbonos, dio la vuelta a unos mandos, sacó de una caja de seguridad de la pa_red un cristal rojo brillante, lo llevó hasta un recipiente platinoide y con cuidado lo depositó en su sitio.

– Lorandita, sacada de Macedonia antes de las Guerras Balcánicas, puro arsenosulfito de talio, de calidad más pura de la que ya pueda encontrarse. -Los tubos de vacío destellaron con un escalofriante tono púrpura. Surgió un zumbido de dos o tres fuentes, no precisamente armónico-… Ahora, mirad. -Tan suavemente que Chick ni lo vio, la foto cobró vida. Un caballo levantó un casco. Un tranvía emergió de la inercia. Los vestidos de los paseantes empezaron a agitarse bajo la brisa.

– ¿No es lo más increíble que jamás hayáis visto? -gritó «Dick» Counterfly, cuya creciente familiaridad con el artilugio sólo había he____________________mían en vagones restaurante, subían y bajaban de tranvías, jugaban al pinacle, tanto en blanco y negro como en color.bajaban en sus empleos diarios, merodeaban, follaban, paseaban, coción bulliciosa del tamaño de una pequeña ciudad. Dentro de cada imagen, bailaban, se peleaban en cantinas, bebían, jugaban a billar, trablemente en movimiento. El efecto combinado era el de una poblacho que incrementar su asombro. Una tras otra, y durante la siguiente media hora, Merle fue proyectando transparencias en las paredes, que no tardaron en llenarse de escenas de la vida americana, incuestiona

En los años transcurridos desde que descubrieran el proceso, les confió Merle, había acabado por comprender que había emprendido una misión para liberar las imágenes no sólo de las fotografías que él tomaba, sino de cuantas se encontraba, como el príncipe que con su beso libera a la Bella Durmiente y la despierta. Una por una, por todo el país, reaccionando a su voluntad, las fotos temblaban, se estremecían, empezaban a moverse, al principio despacio y luego acelerando, los paseantes caminaban hasta salir del fotograma, los carruajes seguían su camino, los caballos cagaban en la calle, los espectadores que daban la espalda revelaban sus rostros, las calles se oscurecían y se encendían las lámparas de gas, las noches se alargaban, las estrellas giraban, pasaban, se disolvían en el amanecer, las reuniones familiares en mesas festivas se desparramaban en borracheras y sobras, los dignatarios que posaban para sus retratos parpadeaban, eructaban, se sonaban las narices, se le__nido hubiera estado ahí, en la «instantánea» inicial, con una precisión a escala molecular o atómica cuyo límite, de tenerlo, todavía no había sido alcanzado.vantaban y abandonaban el estudio del fotógrafo y, finalmente, como todos los demás sujetos liberados de esas fotos, reanudaban sus vidas, aunque claramente hubieran salido fuera del alcance de la lente, como si toda la información necesaria para describir un futuro aún indefi

– Aunque uno pensaría que, dado el tamaño de grano -señaló Ros_well-, tarde o temprano nos quedaremos sin resolución.

– Podría ser algo que forme parte de la naturaleza del propio Tiem_po -conjeturó Chick.

– Se me escapa por completo -sonrió Roswell-, aquí no somos más que unos vejetes.

– A bordo de mi nave hay un hombre, Miles Blundell, que a me__porta.nudo tiene una percepción de estos asuntos mucho más profunda que la mayoría. Me gustaría contarle lo de vuestro invento, si no os im

– Siempre y cuando no tenga nada que ver con el negocio de las imágenes -dijo Roswell.

– Más vale que busquéis al Detective Basnight, y pronto -dijo «Dick» cuando se marchaban-, a veces le basta con hacer una llama_da telefónica.

– Pues sería mejor que se cargara a alguien -sugirió Roswell con un gorjeo en la voz.

Mientras se encaminaban hacia el Packard por la niebla, Chick le dijo a su padre:

– Menos mal que nunca he tenido una instantánea tuya, esos tipos podrían enseñarme qué has estado haciendo todos estos años.

– Lo mismo digo, retoño. -Cuando estaban a punto de subir al automóvil, «Dick», como si acabara de ocurrírsele, dijo-: A lo mejor te apetecería conducir un poco.

– Me da vergüenza reconocerlo, pero no sé.

– Si te vas a quedar mucho tiempo en L.A. más vale que aprendas. -Encendió el motor-. Te enseño si quieres. No cuesta mucho.

De vuelta en el campo de aviación, encontraron el Inconvenience envuelto en un resplandor de excepcionales frecuencias de luz eléc__te un momento.trica que florecían en la fragante noche del desierto. De la cocina de la nave llegaban olores de comida. «Dick» apoyó la cabeza en el volan

– Supongo que tengo que volver con la buena de Treacle.

– ¿Quieres subir y cenar a bordo, papá? Esta noche hay judías, gam_bas y arroz, al estilo bayou. Te presentaré a Viridiana, bueno, si es que me ha devuelto la palabra, y luego podemos alzar la nave y dar una vuelta por la Cuenca…

Para su sorpresa, después de tantos años separados, el rostro de su padre no era tan ilegible como Chick habría esperado.

– Vaya, creía que nunca ibas a preguntármelo.

Las oficinas de Lew en L.A. estaban en uno de esos nuevos edi____________________das, e interpretaba chillones descensos de diez metros sólo para atraer ros como mulos del Gran Cañón, que sabían bajar por una escalera con tacones altos hasta una sala de baile de hotel sin tropezar, aunque a veces, para divertirse, a la alocada de Mezzanine le gustaba fingir caílocidad. Thetis, Shalimar y Mezzanine, cuyos conjuntos a la moda de estenógrafas modernas ocultaban cuerpos diseñados para el placer de los íntimos, así como para la incomodidad de los desconocidos, eran conductoras expertas, poseían armas con licencia y pies tan seguna; por ejemplo, cuando ésta se veía obligada a colgarse de la cornisa de un rascacielos o a conducir un coche de dos plazas por encima de las vías, adelante y atrás, ante una locomotora que se acercaba a toda vetérpretes «dobles» cada vez que una escena, según quienes pagaban los seguros de la película, podía poner en peligro a una estrella femenido por un tragaluz con forma de cúpula que dejaba pasar unos azules y dorados más intensos que las desvaídas tonalidades desérticas que se veían por la ciudad. La suite exterior verdeaba con palmeras enanas y dieffenbachia, y había tres niveles de seguridad que traspasar, con una recepcionista con falsa apariencia de sílfide en cada uno. Esas chicas trabajaban también en los estudios de cine de Hollywood como intricidad por todas partes, y daban a un inmenso patio interior coronaficios de postín que se levantaban en Broadway, con ascensores y elecla atención de la multitud.