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En la misma calle estaba el edificio de la Pacific Electric y su nue__día. Cuando no podía, solía deberse a una noche larga y agitada, tras pasar lo que él mismo admitía que era una peligrosa sesión de bebida a una edad avanzada, a poco del comienzo de la Prohibición.vo Coles PE. Buffet, donde le gustaba desayunar a Lew, cuando po

Lew se había quedado en Londres cuanto había podido, pero cuan____________________trial», un término que significaba partirle la cara a aquellos que estaban en huelga o simplemente se lo planteaban, y los agentes vestían ahora uniformes marrones de dos tonos y llevaban Colt automáticos. Nate Privett se había jubilado y vivía en Lincolnwood. Si alguien quería verlo tenía que llamar a su secretaria personal y fijar una cita.recía un sueño. Podía oler aquellos bistecs con claridad desde el otro lado del Atlántico y por la línea ferroviaria de Erie, y le desconcertó lo mucho que había tardado en acordarse de que Chicago era su hogar. Cuántas vueltas había dado por ahí. Volvió para descubrir que White City Investigations había sido comprada por una corporación del este y ahora se dedicaba básicamente a proporcionar «seguridad indusdo la Guerra hubo terminado, Gran Bretaña, Europa…, todo le pa

No es que a Lew le fueran mal las cosas. Le llegaba un montón de dinero de algún lugar de ultramar, algunos decían que eran intereses del juego, otros mencionaban el tráfico de armas o bandas dedicadas a la extorsión; la historia siempre se contaba según lo que el narrador pensara de Lew.

Pero bastaron un par de años en L.A. para convertirlo en un viejo cabrón más de la región, de esos que lucen un bronceado intenso: ha____________________na tenuemente iluminada, pero aquello no tenía nada que ver con lo que su alienista, el Doctor Ghloix, llamaba relaciones a largo plazo.tigaciones- no les importaba, por táctica o interés, pasar media hora con él en la cama o, con más frecuencia, directamente en alguna piscimobiliarias, chicas malas que conocía casualmente durante sus invesría y rapidez con una pistola. Se acercaba en coche a una sierra, cerca de la playa, y practicaba con frecuencia. De vez en cuando, a damas de aquí y allá de la Cuenca de L.A. -antiguas actrices de cine, agentes inbía visto cosas, participado en ciertas actividades en los lavabos de los acaudalados, en las laderas traseras de las dunas de las ciudades de playa, en los barrios de chabolas, en las mesetas de las alturas del desierto, en los callejones de Hollywood llenos de frondosas plantas exóticas, que hacían que Chicago pareciera tan inocente como un patio de escuela. Todavía conservaba la fe en su propia tosca clarividencia, en su punte

El sabía que por aquellos días otros colegas de profesión, los que trabajaban para ambos bandos hasta que olvidaban de parte de quién estaban, que habían acabado contándose, algunos de ellos, entre los más viles de los viles, vivían ahora en paz en esta costa occidental, con sus largos bigotes grises rasurados, y se estaban enriqueciendo con nego____________________bía creído que nunca llegaría ese día, pero ahí estaba.vajes en bobinas inofensivas de entretenimiento parpadeante. Lew hatados colina arriba como asesores de guión para las fabricas de sombras que transformaban despiadadamente aquellos tiempos antiguos y saldedor de Pico con sus esposas joviales y amantes de las tartas, contrasado letales, se habían instalado en pequeñas casas en las llanuras alrecios inmobiliarios sólo un poco más legales que los robos de trenes de los que habían vivido antes… Bandidos más modestos, pero en el pa

– Parece una especie de Negro -anunció Thetis-. Otra vez.

– ¿Es eso una desaprobación, señorita Pomidor?

Ella se encogió de hombros.

– No me molestan cuando son contrabandistas. Saben compor_tarse como caballeros. Pero estos músicos de jazz…

– Si no está en el repertorio de Erno Rapée, no quiere saber nada -comentó Shalimar-. Mezzanine, ahora, siempre sale con esos tipos.

– Cuando has probado un negro -canturreó Mezzanine en una es_pecie de melodía de blues-, a todos les coges apego.

– ¡Mezzanine Perkins! -Las chicas simularon quedarse boquiabier_tas por la conmoción.

Chester LeStreet llevaba un traje gris claro luminoso de estambre, camisa y pañuelo en el mismo matiz vivo de fucsia, sombrero Homburg teñido de crema y corbata pintada a mano. Lew, que tenía agu_jeros en los calcetines desde el fin de semana, buscó sus sandalias y se las puso rápidamente.

Chester le lanzó una mirada resplandeciente por encima de las ga_fas de sol oscuras con montura de carey.

– Esta es la historia. Toco la batería en la banda del Vertex Club en South Central, ¿no lo conocerá por un casual?

– Claro, es el antro de Tony Tsangarakis, el caso del Estrangulador Sincopado de hará dos o tres años. ¿Cómo anda el griego?

– No ha vuelto a ser el de antes. Basta que oiga un golpecito en la puerta para que su dentadura empiece a castañetear sin parar.

– Tengo entendido que cerraron el caso.

– Tan firmemente como las puertas de San Quintín, pero ahí está la cosa. ¿Se acuerda de la señorita Jardine Maraca, la cantante de la or_questa por entonces?

– Compañera de habitación de una de las víctimas, creo recordar, dejó la ciudad porque supuestamente temía por su vida.

Chester asintió.

– No había vuelto a saber nada de ella desde entonces…, hasta ano____________________cargarse de esto.la lo bastante para no contarlo por ahí, pero ahora alguien la persigue. Tony se acuerda de usted del lío anterior, y se pregunta si podría enche, en cualquier caso. De repente llama al club en una conferencia desde un motel de Santa Bárbara y cuenta la historia descabellada de que la otra chica, Encarnación, sigue viva, que la ha visto, se contro

– ¿Tiene algún interés personal en este asunto, señor LeStreet, si me permite la pregunta?

– Sólo cumplo un encargo del jefe.

– ¿Tiene alguna fotografía de la señorita Maraca?

– Tony me dio ésta. -El músico de jazz buscó en un maletín y le pasó a Lew lo que parecía una fotografía publicitaria, con dobleces y huellas de pulgares, una de esas fotografías satinadas de veinte por veinticinco que se ven en la vitrina del vestíbulo delante de los peque__ba esa rigidez de Hollywood que Lew había aprendido a reconocer como miedo al poder de otro.ños night clubs, rodeada de brillo. Técnicamente sonreía, pero mostra

– Una joven bastante atractiva, señor LeStreet.

El músico se quitó las gafas de sol y fingió que examinaba la fo_tografía un instante.

– Supongo que sí. Antes de mi época, claro.

– Es posible que algunos de sus colegas de por aquí todavía la re_cuerden. Me pasaré por el local una de estas noches. Primero supongo que me acercaré en coche a Santa Bárbara. ¿Ha dicho dónde se alojaba?

– En el Royal Jacaranda Courts, al lado de la Autopista de la Costa.

– Ah, sí, el viejo R.J…, bien, gracias, y dígale al griego que no se preocupe.

Fue en la época justo anterior al terremoto, y Santa Bárbara to_davía reflejaba mucha menos luz de la que estaba a punto de reflejar bajo la filosofía de estuco y viga de la reconstrucción que seguiría. En ese momento, el lugar yacía soñando en una oscuridad de vegetación demasiado regada, con las pendientes residenciales envueltas en hie____________________lo recto de la línea de costa conocido como el Rincón, el océano se extendía hacia el sur en lugar de al oeste, así que uno tenía que rotar noventa grados con respecto al resto del Sur de California para ver la puesta de sol. Este ángulo, según Scylla, una astróloga conocida de Lew, era el peor de todos los aspectos posibles y condenaba a la ciudad a revivir interminablemente los mismos ciclos de avaricia y traición que en los tiempos de los primeros barbareños.nia, un pasado implacablemente ocultado. Debido al tramo en ángudra hacia los bolsillos infestados de ratas del dinero viejo de Califor