El Royal Jacaranda estaba todavía más desvencijado de lo que Lew recordaba, y, cómo no, bajo una dirección distinta.
Un niño que debía de encontrarse de vacaciones de verano esta__tros que ocupaba la mayor parte de la oficina.ba sentado encerando meticulosamente una tabla de surf de tres me
– Jardine Maraca. ¿Sabes cuándo se fue?
Miró en el registro.
– Debió de ser antes de que llegara yo.
– Echaré una ojeada a la habitación, si no te importa.
– Claro.
Volvió a concentrarse en su tabla. Un buen trozo de secoya.
En la punta más alejada del patio había un mexicano con una manguera, charlando con una de las gobernantas. Todavía no habían hecho la habitación de Jardine. Había dormido sobre la cama, pero no en ella. Lew recorrió el espacio, esperando y sin esperar sorpresas. La pequeña cómoda con armario sólo contenía un par de horquillas y una etiqueta de precio del departamento de sombreros de Capwell's. En el estante sobre la pila del baño había un tarro de crema facial va__te. Pero tuvo una idea. Volvió a la recepción, hizo girar una moneda nueva brillante de cincuenta centavos delante del chico y le pidió que le dejara hacer una llamada. Conocía a un traficante de maría filipino en el sur del estado que sabía mirar en las profundidades de una taza de váter igual que otros adivinadores mirarían una bola de cristal o los posos del té, y adivinar las cosas más raras, la mayoría de ellas inútiles, pero a veces tan iluminadoras que podían revelar los secretos mejor guardados, sin que hubiera modo a este lado de lo sobrenatural que lo explicara. Los policías de L.A. respetaban el don de Emilio lo bastante para hacerle descuentos en los sobornos que le exigían a cambio de no molestarlo en sus trapícheos con mercancías agrícolas.cío. Lew no vio nada anormal ni en la taza ni en la cisterna del retre
Emilio respondió al primer timbrazo, pero Lew apenas pudo en____________________lio y ella habían estado discutiendo desde que amaneciera y en ese momento él se alegró de poder salir un rato de casa. Se presentó en el Royal Jacaranda en una vieja bicicleta, seguida por un nimbo de humo de porro.bablemente la chica, pero sonaba como una turba irritada. Hoy, Emitenderle con el alboroto que se oía de fondo. Lew sabía que era pro
– Creía que nunca volvería a ver este sitio.
– ¿Ah? Déjame adivinar, alguna entrega de hierba que se torció…
– No, aquí es donde pasamos nuestra luna de miel. Un lugar mal_dito, por lo que a mí se refiere.
En cuanto entró en la habitación, Emilio se puso muy raro.
– Hazme un favor, Lew, coge esa colcha y tapa el espejo, ¿vale? -En_contró una toalla en el baño e hizo lo mismo con el pequeño espejo que había sobre el lavamanos-, A veces son como pulgas -murmuró doblando una rodilla y levantando con cuidado la tapa del retrete-, les gusta saltar. De este modo todo se centra en un único sitio…
Lew sabía que no era conveniente rondar por allí. Salió, se apoyó en el estuco iluminado por el sol, se fumó un Fatima y miró a las go__nía un oído atento a Emilio, que le había parecido, aunque era difícil asegurarlo, nervioso o algo así.bernantas avanzar por la hilera de habitaciones hacia él. Pero mante
Ahora Emilio estaba al lado de Lew.
– ¿No tendrás uno de tus cigarrillos de civil por ahí?
Se quedaron allí de pie, fumaron y escucharon cómo la mañana perdía su temprana promesa.
– Ten -Emilio le pasó una dirección de L.A. que había garabatea__yal Jacaranda-. Esto es lo que aparecía una y otra vez.do con cierto nerviosismo sobre una postal con la fotografía del Ro
– ¿Estás seguro?
– Requetetotalmente seguro, caballero. No me pidas que vuelva a confirmarlo. Y más vale que te lo pienses dos veces, Lew.
– Feo, ¿eh?
– Muy feo, grande…,muchos cadáveres.-Tiró la colilla del cigarri____________________jer, sólo te digo eso.gado el sol-. Hace que un hombre aprecie las discusiones con su mullo a un charco de agua de la manguera al que todavía no había lle
– Gracias, Emilio. Mándame la factura.
– 'Tu mamá'. Te cobraré en efectivo, ahora mismo, quiero empe_zar a olvidarme de esto en cuanto pueda.
De vuelta en la oficina, Lew se encontró a Thetis muy nerviosa.
– Te ha estado llamando un loco, con la voz presa de un pánico to__ra-, justo… dentro de…tal, cada diez minutos, como si utilizara un reloj de arena. De hecho, tendría que volver a llamar -miró dramáticamente su reloj de pulse
El teléfono sonó. Lew le dio unas paternales palmadas en el hom_bro a Thetis y cogió el auricular.
La voz aterrorizada pertenecía a Merle Rideout, que vivía en la playa y se describía a sí mismo como inventor.
– Me gustaría ir a su oficina, pero me siguen, así que cualquier en_cuentro tendrá que parecer accidental. ¿Conoce Sycamore Grave, al norte de Figueroa?
– Antes era un lugar precioso para las chicas de Iowa.
– Lo sigue siendo. Me alegro de que coincidamos en algo.
Lew comprobó un pequeño Beretta de calibre 6,35, por si acaso.
– Parece que se respira cierta irritación en el aire, jefe -dijo Shalimar-, ¿necesita algún refuerzo?
– Qué va, sólo tengo que hacer un par de paradas rápidas. Pero… -Copió la dirección que le había dado Emilio en su cuaderno de ci__carse en coche y echar un vistazo. Llevad la metralleta.tas-. Si no vuelvo antes de cerrar, tal vez una de vosotras podría acer
Merle llevaba allí desde antes de la Guerra, y en cierto momento se había dado cuenta de que poco a poco había ido mutando hasta convertirse en un cítrico híbrido sin ningún valor comercial. Un día, poco antes de que la Guerra estallase en Europa, se topó casualmen_te con Luca Zombini en un taller eléctrico de Santa Mónica. Luca trabajaba en uno de los estudios en algo llamado «efectos fotográficos especiales», en su mayor parte fondos pintados en cristal y demás, y aprendía cuanto podía sobre la grabación de sonido.
– Pásate por casa, prepararemos algo. Erlys se alegrará de verte y podrás ver a todos los chicos, salvo a Bria, que ha vuelto al este si_guiendo su carrera en banca internacional, por no mencionar a varios banqueros internacionales.
Erlys tenía el cabello mucho más corto, según se fijó, y llevaba un peinado a la moda, hasta donde él podía decir, con rizos que le caían suavemente sobre la frente.
– Casi no has cambiado.
– Más vale que dejes de coquetear conmigo o tendré que llamar a gritos a mi marido.
– Glups.
Intentando no considerar a Merle como un obseso envejecido que no sonreía tanto como debería, le puso al corriente de lo que sa_bía de Dally, que vivía en Londres y le escribía cada cierto tiempo.
Nunzi llegó chirriando al cabo de un rato en un biplaza que había vivido ya mejores tiempos, y luego, uno tras otro, Merle fue saludan_do a los demás niños a medida que iban llegando de la escuela.
– ¿No te has casado, Merle?
– Mierda -chasqueó los dedos-, sabía que me faltaba algo por hacer.
Ella bajó la mirada a la punta de los dedos de sus pies, alegremen__lían a toda velocidad de las buganvillas.te descubiertos en unas sandalias playeras. Los colibríes entraban y sa
– Cuando nosotros…
– No, no, no, 'Lys, aquello habría acabado mal. Lo sabes. Primera plana, grandes titulares, continuaciones indignadas durante años. En__les, todos y cada uno. Esa Nunzi…, empiezo a pensar que sé todo lo que tengo que saber y… -Por fin sonreía un poco.contraste una ganga a tiempo con el viejo comosellame, en el lugar oportuno en el momento oportuno. Y esos críos también son genia