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– Otro de los chicos del Doc Tesla, ¿eh?

Kit, que no había dormido en las últimas treinta y seis horas de fre_nesí voltaico y de extraños comportamientos humanos y animales, lo interpretó como un mensaje procedente tal vez de más allá de donde, de hecho, procedía. De regreso, en algún lugar de East Platte Street, mientras se orientaba mediante la torre con su esfera de cobre de un metro de diámetro, que reflejaba el sol del otro extremo de la pradera, Kit se vio asaltado de repente por un anhelo, o al menos eso creería después -la claridad de un deseo-, de pertenecer a aquella pandilla de aventureros del Éter y sus misterios, de convertirse, de 'por vida', en uno de los chicos del Doc Tesla. Cuando ya había recorrido casi dos kilómetros de regreso a la estación de prueba, se sintió, sin poder ex_plicarlo, dispuesto a aceptar el plan de Foley para su vida.

– Cuando acabe la universidad tendré que trabajar para el señor Vibe hasta que salde la deuda, ¿es así?

– Así es, y si me firmas esto, que es tan sólo una cesión estándar… Claro, considéralo una conscripción pagada. Nosotros, los abuelos de los tiempos de la Rebelión, tendemos a creer que así funciona el mun____________________pleo, hasta es posible que un poco de emoción de vez en cuando.po de tranquilidad y sin molestias; nosotros, los de abajo, recibimos nuestro dinero contante y sonante al momento y, dependiendo del emdad, así que paga a otro elemento para que lo reemplace. Un tipo de acuerdo muy básico. Los que están arriba consiguen ganar un tiemgradable, en tu caso, tener que aprender todo ese rollo en la universido: un elemento de la sociedad desea librarse de algún trámite desa

– Pero después de la Guerra, como ha dicho, pensaba que su hom_bre todavía estaba en deuda con usted.

– Pudo deberse al hecho de haber observado cómo el señor Vibe y otras notables almas rescatadas de su época habían disfrutado de li____________________bíamos buscar compensaciones, como si los daños sufridos en nuestro cuerpo y nuestro espíritu fueran el debe de toda su buena fortuna, si puede decirse así.va de beneficios a su favor, mientras se dedicaban a bailar; algunos de ellos ni siquiera hoy son capaces todavía de imaginar ningún apuro concreto en la vida. Nosotros, que fuimos a la guerra y tuvimos que pasar por más apuros de los que podíamos soportar, creímos que debertad para actuar como les venía en gana. Por no mencionar la cur

– Si fuera socialista, podría -supuso Kit.

– Claro, ¿y no es eso el sistema de clases para ti? Juventud eterna comprada con la enfermedad y la muerte de otros. Llámalo como quie__plantearemos el acuerdo.ras. Si vuelves al Este, puedes encontrarte con más que piensan en ese sentido, así que, si te incomoda ahora, más vale que lo digas y nos re

– No, no, estaré bien.

– Eso es lo que piensa el señor Vibe también.

– No me conoce.

– Eso cambiará.

Más tarde, ya en el cobertizo, Kit se topó con Tesla, que fruncía el entrecejo ante un esbozo a lápiz.

– Vaya, lo siento. Estaba buscando…

– Este toroide es la forma incorrecta -dijo Tesla-. Ven, míralo un momento.

Kit echó un vistazo.

– Tal vez haya una solución de vector.

– ¿Cómo?

– Sabemos qué aspecto queremos que tenga el campo en cada pun_to, ¿no? Bien, tal vez podamos generar una superficie que nos dé ese campo.

– La ves -casi preguntó Tesla mirando a Kit con cierta curiosidad.

– Veo algo -respondió Kit encogiéndose de hombros.

– Lo mismo empezó a pasarme a mí cuando tenía tu edad -recor_dó Tesla-, Cuando encontraba tiempo para sentarme tranquilo, me venían imágenes. Pero todo se reduce a encontrar el tiempo, ¿no es siempre así?

– Claro, siempre hay algo… Tareas por hacer, algo.

– Es el diezmo -dijo Tesla-, la deuda que hay que pagar al día.

– No me estaba quejando de las horas que paso aquí, nada por el estilo, señor.

– ¿Y por qué no? Yo me quejo a todas horas. De que nunca son bastantes, sobre todo.

Cuando Kit volvió de Colorado Springs, enardecido con la no_ticia de la oferta de Foley, Webb lo cortó en seco.

– ¿Te has vuelto loco? Me encargaré de que alguien les escriba diciéndoles que no.

– No te lo han preguntado a ti.

– Es a mí a quien persiguen, hijo.

– Allí no te conocen -razonó Kit.

– Tienen minas aquí. ¿Crees que no estoy en su lista? Estoy en la de todos. Están intentando comprar a mi familia. Y si el oro no fun_ciona, tarde o temprano pasarán al plomo.

– No creo que lo entiendas.

– Todo el mundo ignora algo. En mi caso, eso de la electricidad. En el tuyo, según parece, cómo son los ricos.

– Ellos pueden permitírselo. ¿Y tú?

Todo se desmoronaba. Webb sabía que en esa discusión tenía to__cipitación, preguntó:das las de perder, que estaba perdiendo a su hijo. Con demasiada pre

– ¿Y a cambio de qué?

– Tengo que trabajar para la Vibe Corp. cuando me licencie. ¿Qué tiene de malo?

Webb se encogió de hombros.

– Ellos son tus dueños.

– Significará un trabajo estable, no como…

– No como aquí. -Kit se limitó a devolverle la mirada fijamente. Todo había acabado, supuso Webb-, Pues muy bien, qué le vamos a hacer. O eres mi chico o eres el suyo, no puedes ser ambas cosas a la vez.

– ¿Es ésa la elección?

– No vas a ir, Kit.

– No me digas. -Se le escapó, y en ese tono de voz, antes de que pudiera siquiera pensarlo, y tampoco fue capaz de captar en toda su in_tensidad la pena que anegó el rostro de Webb, que miraba hacia arriba debido a la altura de Kit, quien todavía estaba creciendo.

– En ese caso -dijo Webb fingiendo que hojeaba unos papeles del jefe de turno-, vete cuando quieras. Tanto me da.

A partir de ese momento convirtieron en costumbre no mirarse a los ojos, algo que, tal como fueron las cosas, no volvería a suceder ja_más, al menos no aquí, en la desolada orilla protegida del viento que es la antesala de la muerte.

– Has sido un poco duro con él -le pareció a Mayva.

– ¿También tú? ¿Lo has visto últimamente, May? Ya no es un crío, maldita sea. Uno no puede seguir consintiéndolo todo hasta que no haya nada que hacer.

– Pero es nuestro niño, Webb.

– De niño nada. Ya es lo bastante mayor, además de lo bastante grande, para entender qué está en juego. Qué implica ese acuerdo.

Pasó cierto tiempo, hasta que Kit se hubo marchado y las emocio_nes perdieron algo de su filo cortante, antes de que Webb empezara a recordar las veces que él y su propio padre, Cooley, habían discutido como el perro y el gato, e igual de alto, e igual de estúpidamente, y ni siquiera recordaba cuál había sido el motivo, al menos no en todas las ocasiones. Y aunque Webb era más joven cuando murió Cooley, nunca se le había ocurrido, desde aquel día hasta éste, que Cooley po__mo con su hijo…dría haberse sentido igual que ahora se sentía él. Se preguntó si eso duraría el resto de su vida; no había llegado a hacer las paces con su padre, y ahora, como una condenada maldición, estaba pasando lo mis

Mayva fue a despedir a Kit a la estación, pero fue una partida fría, y sin asomo de esperanza. El fingía no entender por qué no se había presentado nadie más, ni uno solo de los hombres. Ella llevaba puesto su sombrero de misa, y como la «misa» se había celebrado con mucha frecuencia al aire libre, el viejo terciopelo marrón había acumulado varios años de polvo del camino y se había desteñido bajo el sol a lo largo de sus muchas crestas en miniatura. No hacía tanto, él era de_masiado bajo para poder verlo desde arriba y fijarse. Ella no paraba de recorrer inquieta la estación, cerciorándose de que el reloj daba bien la hora, enterándose cuanto podía del paradero del tren por medio de la telegrafista y su ayudante, preguntándole más de una vez a Kit si creía que le había preparado suficiente comida para el viaje. Empanadas de Cornualles y demás.