– Bien. ¿Adonde han ido a parar los preliminares?
– ¿Usted qué cree?
– A lo mejor quiere ponerse a cuatro patas.
– Inténtelo, jodido animal.
– Vaya, así que se trata de eso, ¿eh?
– Si a usted no le importa.
A él no le importaba. Ella estaba claro que no iba a colaborar, for__vincente, gritando «qué vergüenza» tal, «bestia» pascual, «repugnante» nueve o diez veces, y cuando acabaron, o al menos acabó Lew, ella se contoneó y dijo:cejeó todo el rato y de manera, hay que reconocerlo, bastante con
– No irá a quedarse ahí dormido, espero. -Se levantó, entró en la cocina y preparó café. Se sentaron en un rincón acogedor, y Lew fi__ción de su compañera de piso Encarnación…nalmente abordó la cuestión de Jardine Maraca y la peculiar reapari
– Seguramente habrá oído hablar de esas fiestas salvajes -dijo Lake- que la gente del cine celebra en la playa o en sus mansiones de las co_linas, salen a todas horas en las revistas de escándalos.
– Sí, claro, las o rujias sexuales de Hollywood.
– Me parece que se pronuncia con una ge más suave, pero ése es el concepto. Deuce me llevó un par de veces, aunque, como explicó consideradamente, más bien se trata de no llevar a tu propia esposa. Se_gún parece, Encarnación era una asidua de esos asuntos, hasta que el Estrangulador Sincopado empezó a desmadrarse, y entonces la chica desapareció.
– Ahora tengo entendido que ha vuelto a salir a la superficie.
– Creía que era una de…
– Una de las víctimas, sí, eso pensaban todos. ¿Cree que su mari_do podría haberse enterado de algo?
– Ese que frena en la calle es él, puede preguntarle.
Deuce irrumpió dando pisotones, un cigarrillo pegado al labio inferior, con el porte de los tipos peso gallo. Lew vio una funda de hombro con un Bulldog dentro, más que probablemente un arma de empresa.
– Vaya, ¿qué habéis estado haciendo? -preguntó mirando más ri__perto en maridos celosos, y el que tenía enfrente era lo más parecido a uno totalmente indiferente que había visto en los últimos tiempos.sueño que amenazante hacia Lew. Este se había convertido en un ex
– ¿Te acuerdas de la preciosa de Encarnación? -dijo Lake por en_cima del hombro mientras salía de la cocina.
– Bonitas tetas, la estrangularon en Santa Mónica -dijo Deuce re_buscando en la nevera-, hasta donde sé sigue muerta.
– Mire, de eso se trata… -empezó Lew.
– ¿Quién le dijo que viniera a molestarnos? -dijo Deuce haciendo saltar el tapón de una botella de cerveza para subrayar la pregunta.
– Es sólo rutina. Una larga lista de nombres.
– Así que es un sabueso.
– Todo el día.
– Ni siquiera estoy seguro de habérmela follado, esas ardientes mexicanas le dan a uno demasiado trabajo, ¿no le parece?
– ¿Así que era como si sólo la viera de lejos y muy de cuando en cuando? ¿Como una masa de cuerpos retorciéndose o algo así?
– Usted lo ha dicho.
– Perdone que le pregunte -dijo Lew asintiendo, en lo que espe_raba no fuera un gesto ofensivo hacia el arma de fuego bajo la chaque_ta de Deuce, que no se había quitado-, pero ¿a qué tipo de trabajo se dedica, señor Kindred?
– Seguridad, lo mismo que usted. -Lew mantuvo las cejas alzadas amistosamente hasta que Deuce añadió-: En Consequential Pictures.
– Un trabajo interesante, diría.
– Sería bastante agradable si no fuera por esa pandilla de descerebrados anarquistas que intentan crear sindicatos cada vez que uno les da la espalda.
– Es imperdonable, no me cabe duda.
– Que quieran sindicatos en Frisco, nos la pela -dijo Deuce-, pero aquí, desde que los bastardos irlandeses pusieron la bomba en el Times, se ha abierto la veda, y pretendemos que siga así.
– Hay unos estándares que mantener.
– Lo ha entendido.
– La pureza.
Eso provocó en Deuce una mirada de soslayo de desagrado.
– ¿Se ha divertido ya bastante por aquí, señor Basnight? Si lo que busca es diversión de verdad, salga en la oscuridad de la noche, con esos dinamiteros macarronis por todas partes. Vea si es eso lo que le va.
– Tienen a muchos de ellos en el negocio del cine, ¿verdad?
– No me gusta ese tono de voz, caballero.
– Pues es el único que tengo. ¿No será que lo que de verdad quie_re hacer es dirigir?
Error. Ahí estaba Deuce con su pistola, una pequeña maldición de cinco tiros con todas las recámaras que Lew veía llenas. Había te__ce, puede que no fuera a alargarse mucho más.nido un día muy largo, pero a la vista de la rabia en el rostro de Deu
– Sí, y el guión sigue así: entró por la fuerza en mi casa, agente, le hizo insinuaciones a mi esposa, lo único que hice fue actuar en defen_sa propia.
– Bueno, a ver, señor Kindred, si he hecho algo que…
– ¿Señor B.? ¿Todo bien?
– ¿Qué coño? -Deuce se dejó caer de la silla y se metió debajo de la mesa.
Era Shalimar, que se había acordado de traer la metralleta.
– Es que le gusta comprobar si estoy bien -dijo Lew-, no ha dis_parado a nadie desde, oh, desde hace una semana.
– A ver, querido, si ayer mismo hubo aquel tiroteo en Culver City.
– Oh, pero mi niña, corría tan deprisa que no le diste por kilómetros.
– Me parece que voy a dejarles, um… -Deuce se alejó arrastrán_dose por el patio.
En realidad sólo se había pasado por casa para tomarse una cer____________________nosos entre sueños, haciendo sus apuestas en el Casino Universal del Sueño para adivinar cuál de ellos la sacaría de allí y cuál la llevaría definitivamente por mal camino.dad continua, del periódico de una mañana al de la siguiente, nunca había existido. Estos días a menudo no sabía si vivía en un sueño del que no podía salir o si se había despertado y ya no podría volver al sueño. Y así pasaba las interminables tardes de cielos despejados y omido lo que le ofreciera la noche a su cara apurada. Lake no sabía nada más. Para cenar tomó un sándwich de mortadela e intentó escuchar un rato la radio, luego se acercó a la ventana, se sentó y esperó que la luz se desaguara sobre la amplia cuenca, machacada todo el día por el sol hasta sumirse en una quiescencia recalentada muy parecida a ella misma. Lake había dejado de creer en causas y efectos, y empezaba a descubrir que lo que la mayoría de la gente tomaba como una realiveza y para un afeitado rápido, y al poco había vuelto a salir, buscan
Por su parte, Deuce, cuando estaba en casa, tendía a gritar mucho. Al principio, Lake se lo tomó literalmente, por no decir como algo personal, pero luego, durante años, no le hizo caso, y por fin se le ocurrió que, a su modo, Deuce estaba intentando despertarse de su propia vida.
Una noche, él pasó de un sueño que nunca recordaba al medio de otro que había tenido toda la noche, un remolino oscuro de fuma_deros de opio, extranjeras lascivas, chicas con ropa interior mínima, música de jazz llena de tintineantes notas achinadas. Una situación agotadora y sangrienta a la que él se acercaba todo lo que se atrevía, mientras sentía que iba a pasar algo. Sabía que si iba un poco más allá sería destruido.