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– Bueno, ha sido una charla muy agradable -dijo Yitzhak-, ahora creo que voy a…

– Sinceramente, te sugiero que te quedes donde estás.

– ¿Y qué hago?

– Mirarle directamente a los ojos.

– ¿Que mire fijamente a un elefante asesino?

– Es la antigua sabiduría de la selva -le aconsejó Fleetwood-: nun_ca eches a correr. Si corres, te pisotean.

El elefante, que medía más de tres metros y medio de alto, surgió del perímetro de la selva y se encaminó directamente hacia Fleetwood y Yitzhak, con claras muestras de desagrado. Llevaba la trompa levan____________________jetivo de su ojeriza.man los elefantes antes de utilizar sus colmillos contra cualquier obtada y doblada hacia atrás, una precaución que, como es sabido, to

– Muy bien, repasemos: nos quedamos aquí, mantenemos contacto visual y me garantizas que este elefante sencillamente… ¿se parará? ¿Se dará la vuelta y se irá por donde ha venido, sin resentimientos?

– Mira.

El titular de la Bush Gazette de la semana siguiente rezaba: salva a un judío de un elefante loco. Yitzhak estaba tan agradecido que pasó de largo varias notas del periódico sobre inversiones, ade__plicarlo.más de los nombres de útiles contactos bancarios en toda Europa, que también le habrían venido muy bien a Fleetwood si por entonces no hubiera estado interesado en objetivos menos financieros. Intentó ex

– De niño leía a Dickens. La crueldad no me sorprendía, pero sí me maravillaban los episodios de bondad desinteresada, que nunca he visto fuera de las páginas de ficción. En todos los mundos que he co_nocido, era un principio consagrado no hacer nada por nada.

– Exactamente -dijo Yitzhak-. Fíate de mí. Compra acciones de Rand.

– ¿De Sudáfrica? Pero si hay una guerra.

– Las guerras se acaban, y hay cincuenta mil culis chinos en fila, dur_miendo en los muelles, desde Tientsin a Hong Kong, a la espera de que los embarquen rumbo al Transvaal en cuanto acaben los tiros…

Resultó que los mercados de la Tierra no tardaron en verse ane__mente el tipo de ingresos «injustamente ganados» que provocaban que el patriarca Vibe sufriera ataques de indecoroso comportamiento y echara espuma por la boca.gados de oro, no sólo el oro de Rand sino también el de los frutos de la fiebre del oro australiana, por entonces en plena ebullición, justa

– No lo entiendo. Este dinero llega de la nada.

– Pero es real -señaló Foley Walker-. Lo que se compra con él es real.

– Siento que hasta yo me estoy volviendo un mierdoso socialista -dijo Scarsdale-, Incluso comunista. ¿Sabes como cuando un resfria_do te aplana? Me duele la cabeza, o al menos la parte de la cabeza que utilizo para pensar en los negocios.

– Pero, señor Vibe, usted odia a los socialistas.

– Odio más a esos trepas hijos de puta.

* * *

Apenas era visible en la oscuridad, junto a una ventana de la plan____________________te por los recuerdos.diera residir allí. El estaba recordando, dejándose llevar enfermizamendo. Era la única parte de la casa a la que nadie se acercaba, dedicada al exilio, a la partida, al viaje inquieto, reservada para aquel que no puble del pasado, colocado allí para algún propósito doméstico anticuata embrujada de la casa, casi como un mueble más de la sala, un mue

En África había conocido a tenientes piadosos destinados a morir jóvenes, a fugitivos de todos los rincones del desastre de la Cuestión Oriental, a traficantes de esclavos o de armas de fuego indiferentes a la naturaleza de los bienes que manejaban, que emergían del infier__wood quería ser como ellos… Rezaba por convertirse en uno más. Se adentró en la región que incluso los europeos más tarados de la zona consideraban demasiado peligrosa, esperando verse invadido por lo que fuera… Pero no «fue» nada. Nadie tuvo el mal gusto de sugerir que era su dinero el que mantenía alejados a los espíritus cuya intercesión tanto buscaba, de apuntar que ni siquiera aquellos agentes del mal eran tan tontos como para acercarse demasiado a fondos sin no verde después de meses, habiendo perdido no sólo su mercancía sino también el recuerdo de ella, enfermos, envenenados, a menudo moribundos, maldecidos por chamanes, traicionados por anomalías magnéticas, atormentados por el gusano de Guinea y la malaria, y que, pese a todo, sólo deseaban volver al abrazo del interior… Fleetregular cuyo origen eran actos delictivos, por más imaginativamente que se los definiera.

En Massawa, Fleetwood había encontrado un barco de cabotaje que se dirigía al sur. Tras desembarcar en Lourenço Marques, pasó una semana visitando varias cantinhas locales, recopilando información, o eso quería creer. Le requirió un lago entero de vino portugués colo_nial, el matarratas sobrante de Bucelas y Dao, entre miradas perplejas de los parroquianos que lo bebían desde siempre.

Cuando Fleetwood sintió que hasta el último ápice de predispo____________________diablado tráfico demientos. En cuanto cruzó la frontera, comprendió qué se suponía que pintaba él allí: iba a Johannesburgo a amasar su propia fortuna personal, en aquel infierno de tisis crónica, veldt sarnoso, avaricia de tenderos, entre Ressano García y Komati Poort, algo se reorganizó en sus pensasición americana se había disuelto en su interior se subió a un tren para el Transvaal. Pero en los pocos minutos que duró el trayecto en rickshaws, angustiosamente falto de mujeres blan____________________derías en comparación con las zambullidas morales disponibles, y de hecho atractivas, al alcance de cualquiera), obsesión sexual, apuestas épicas, seducción en los tugurios delsible a la fiebre del momento y conducirse como la supervivencia y el beneficio le dictaran en cuanto a intoxicación, traición, brutalidad, riesgo (descensos al fondo de los abismos del oro que resultaban nabieran pautado su vida cotidiana, y saltar con todo el estoicismo pocimiento burgués, cualquier clima dominante, narrativa de mercado, fluctuaciones en las cosechas -incluyendo la de la Muerte- que hucendía cubriendo las viviendas, la ropa, la vegetación y las pieles de todos los colores. En cualquier momento de la historia del mundo, habría suficientes ciudades como Johannesburgo que mantendrían ocupado a cierto tipo de joven enérgico en busca de fortuna. Sería necesario zambullirse hasta el fondo, abandonar cualquier embrutecas, una ciudad que no pertenecía a la historia…, «como una Bakú con jirafas», escribió a casa. El Veldt se extendía hasta la remota lejanía, sin un árbol a la vista, sólo chimeneas y bocartes que retumbaban con un rugido infernal audible en varios kilómetros a la redonda, noche y día lanzando al cielo un ineludible y maligno polvo blanco que se quedaba suspendido en el aire para que uno lo respirara, o bien des dagga rooker y del esclavo del opio. Todos los blancos participaban, era una partida sin límites; aun____________________gresara un día al viejo bar local y no parara de tomar copas hasta la hora de cierre. «No, no diría fabulosamente rico, pero ya sabe…, un penique sudafricano aquí, otro penique allá, al cabo de un tiempo todo suma…»culado como cualquier cifra en un libro mayor anotada con toda la pulcritud que se quisiera… Poca cosa para impedir que cualquiera relantado, depositado a salvo, que parecía proceder de un sueño, inmacio para la conciencia pública, en la práctica uno podía volver en el tren de Lourenço Marques y entrar bajo jurisdicción portuguesa en día y medio, para siempre si quería, con el dinero enviado por adeque el alto tribunal de Witwatersrand ejerciera las funciones de espa

Los Cafres la llamaban eGoli, «La Ciudad del Oro». Poco después de su llegada a Johannesburgo, Fleetwood estaba ya bien subido en lo que los fumadores de dagga llamaban el Tren del Simio. Corría el ru____________________pandía en su interior hasta llenar su cuerpo; además, vio asombrado que el Cafre no sólo se había dado cuenta de ló con el Borchardt su destino y sintió una extraña euforia que se exmor de que había matado a un culi, pero otras versiones sostenían que había pillado a un Cafre robando un diamante y que le había dado a elegir: o recibía un balazo o se metía en un pozo de una mina de casi un kilómetro de profundidad. Al fin y al cabo era un ladrón, aunque la piedra no fuese gran cosa; para el ojo inexperto de Fleetwood, tal vez de menos de tres quilates cuando la hubieran trabajado en Amsterdam. «Yo no he robado esto», decía el negro. Pero hizo lo que le ordenaba y dejó la piedra en la mano del blanco. Fleetwood le señasu estado, sino que tam____________________zón no se le había ocurrido nada mejor.ber obligado al Cafre a hacer cualquier cosa, pero que por alguna radicada. Los dos permanecieron durante un latido al borde del vacío escarpado, y Fleetwood comprendió demasiado tarde que podría habién lo sentía. La mancha americana, después de todo, no estaba erra