Pero, bien pensado, ¿tenía algún sitio adonde ir, ahora que había cruzado lo que se había revelado con tanta claridad como la terrible lí_nea divisoria americana, la que se extendía entre el cazador y la presa?
Al anochecer estaban entre viejas ruinas anasazis en algún punto al oeste del valle de Dolores.
– ¡Un Stonehenge de los pieles rojas!
– ¡Pero distinto!
Se sentaron formando un «triángulo místico», encendieron velas aromáticas y unos cigarrillos liados a mano de 'grifa' local, y uno de ellos sacó una extraña, aunque no demasiado extraña, baraja de naipes.
– ¿Qué son estas…, son mexicanas, no?
– En realidad, británicas. Bueno, la señorita Colman-Smith es an_tillana…
– Estas 'espadas' de aquí las reconozco, y éstas son 'copas', pero ¿qué es este tipo de aquí colgando boca abajo con la pierna doblada formando un cuatro?
– Es El Ahorcado, está claro… Oh, ¿de verdad que no has visto ja_más una baraja de Tarot?
– ¡El sueño de todo cartomante!
– ¡Genial!
Y hubo más exclamaciones por el estilo, además de un examen embarazosamente largo del rostro de Lew.
– Sí, bueno, pelo y ojos oscuros, esto es normalmente el Caballo de Espadas…
– Lo que tienes que hacer ahora, Lewis, como Consultante, si no te importa, es plantear a los naipes una pregunta concreta.
– Claro. ¿Cuántos chinos viven en Dakota del Sur?
– No, no…, algo sobre tu vida, algo que quieras saber. Algo per_sonal.
– Como: «¿Qué coño está pasando aquí?», ¿valdría ésa?
– Valdría. Preguntemos, anda.
Y, como era de esperar, la última carta boca arriba de la serie, la que aquellos pájaros repetían que más importaba, era otra vez aquel Ahorcado.
Cada pocos segundos, por encima de sus cabezas caían arcos de luz en todas direcciones. Era la lluvia de meteoros de las Perseidas, un suceso estacional, pero por un momento pareció que el firmamento entero se descosía. Por no mencionar a los fantasmas indios que no pa__pre se divertían los indios con los misterios del hombre blanco.raban de desfilar durante toda la noche, divirtiéndose tanto como siem
A la mañana siguiente, el trío cabalgó hacia el sur, con la intención de subir al tren en Nuevo México, pues Neville y Nigel volvían a su Inglaterra natal; y en menos de una semana se encontraron a bordo de una sucesión extrañamente lujosa de vagones club, salones desmesu____________________lar el tren.gar a cambio de todo ese lujoso servicio fue un rumor, tan ineludible como el hollín de la locomotora, sobre una misteriosa trama para vorados y restaurantes, incluso el furgón de los ferroviarios resultó ser más elegante que la suite media de un hotel de Chicago. El precio que pa
– Probablemente todos tendremos que bajar y caminar -comen_to el señor Gilmore, el revisor jefe.
– No es una situación muy cómoda, jefe -dijo Lew recuperando su antigua identidad, que cada vez más parecía haberse tomado unas prolongadas vacaciones, puede que incluso se hubiera ido de viaje al_rededor del mundo-, ¿Qué tenemos por aquí?: ¿rojos?, ¿italianos?, ¿una banda de dinamiteros?
El señor Gilmore sacó un pañuelo del tamaño de un paño grande de cocina para enjugarse la frente.
– De todo un poco, lo que quiera, y corre más de una historia. Lo único que comparten todas es que va a haber una explosión del copón. Más fuerte que si fuera dinamita. Una explosión que va a arrasar la mi_tad de Texas, puede que hasta de Nuevo México, en menos que canta un gallo.
Y así iban de estación en estación, esperando el terrible momen____________________nes relucientes carreteras y cabañas, vallas y cantinas en tre las lindes de la maleza, se los veía perfilados y amenazadores en las tormentas mañaneras, luego, al instante, distinguían bajo los chaparroto; torreones palaciegos de piedra tallada y acero trabajado surgían enlos cruces…, pasaban por las calles principales de los pueblos, atendidos al cruzarlas lentamente por jinetes con chubasqueros de viaje que galopaban a su lado durante kilómetros, niños pequeños bajaban y subían saltando cada vez que el tren reducía la velocidad en las cuestas o las curvas, humoristas envejecidos simulaban tumbarse en la vía para echar un sueñecito y se apartaban rodando y carcajeándose en el último mo____________________carnación de una obligación pasada que no le dejaba marcharse sino que seguía persiguiéndolo, insistente.tu que se cernía por encima de las cumbres más cercanas, como la ente, desplazándose por la llanura, mientras que para otros se trataban de luces en el cielo: «una segunda Luna, que no sabemos ni lo cerca que está ni lo peligrosa que es…». Lew había procurado no pensar en el Kieselguhr Kid ni en nadie que hubiera decidido llamarse así, porque a veces le daba la impresión de que estaba ahí fuera, como un espírimaño de un condado, una presencia que traía la noche en el horizontes atados cerca intercambiaban miradas de vez en cuando: todos ellos parecían estar al tanto de la historia, una historia que, sin embargo, cambiaba. A veces, lo que se interponía parecía ser un tornado del tamento, filas de vaqueros al lado de la vía permanecían inmóviles y miraban el rodar ocioso, sin manera de saber qué pensaban, reflejos de nubes en el cielo pasaban suavemente ante sus ojos, caballos pacien
Lew, perplejo, se sentaba, miraba y básicamente se dedicaba a fu_mar puros y, a escondidas, a mordisquear su menguante provisión de Ciclomita, intentando dar un sentido a las alteraciones que sucedían dentro de su cerebro, con los ojos brillándole con una ingenuidad emocional desacostumbrada en él.
Llegaron a Galveston sin incidentes pero con aquello, fuera lo que fuese, cerniéndose por encima, esperando a abatirse sobre ellos. Neville y Nigel reservaron pasajes transatlánticos en un carguero de aspecto tur_bio cuya bandera no supo reconocer ninguno de los dos y se pasaron el resto del día intentando comunicarse con un caballero chino que, no se sabe por qué, creían que era un comerciante al por menor de opiáceos.
– ¡Cielos, Nigel, casi nos olvidábamos! Los demás se van a sentir espantosamente decepcionados si no les llevamos algunos souvenirs del Salvaje Oeste, una cabellera de verdad o algo por el estilo.
– A mí no me miréis -dijo Lew.
– Ya, ¡pero tú serías perfecto! -exclamó Neville.
– ¿Para qué?
– Te llevaremos a ti a Inglaterra -dijo Nigel-, Eso haremos.
– No tengo billete.
– Da igual, te esconderemos y harás el viaje como polizón.
– ¿No necesito pasaporte?
– No para Inglaterra. Pero no te olvides de tu 'sombrero' de cowboy. Es auténtico, ¿no?
Lew los miró de cerca. Los jóvenes tenían los ojos enrojecidos, las pupilas eran diminutas cabezas de alfiler que apenas se distinguían, y se reían tanto que tenías que pedirles que te repitieran las cosas más de una vez.
Se pasó las dos semanas siguientes en la bodega de un carguero, dentro de un baúl de viaje con dos o tres discretos orificios a modo de respiradero. De vez en cuando, uno de los Enes se acercaba hasta allí con comida robada de las cubiertas del rancho, aunque Lew no tenía mucho apetito.
– Esta bañera se balancea un poco -acertó a decir cuando dejó de vomitar el tiempo justo para hablar.