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– ¿Crees que te servirá de algo? -preguntó Frank con ingenuidad.

En plena noche, la maestra de la casa vecina había salido a la terra_za de la primera planta a preparar las comidas para el día siguiente. Frank no podía dormir. Salió, tropezó con el suelo duro y levantó la mirada.

– ¿Trabajando todavía?

– ¿Perdiendo el tiempo todavía?

– Podría perderlo ahí arriba.

– Pues sube, voy a darte trabajo.

– Claro.

Tan cerca, a la luz de las farolas, no le pasó inadvertido lo guapa que era: sus mejillas, bajo unos ojos y unas cejas oscuras, empezaban a mostrar apenas el inicio de cierto desgaste debido, sin duda, al de_sierto…

– Ten, desenvaina estos guisantes. ¿Hace mucho que conoces a Es_trella?

– Bueno…, no, es mi hermano y ella.

– Oh, Señor. ¿Era Reef Traverse?

– Lo era la última vez que le miré… Yo soy Frank…, el que no es Reef.

– Me llamo Linnet Dawes.

La mano de una dama que trabaja en el desierto le estrechó la suya con firmeza y sin querer alargarse. O, pensó él, sin querer perder el tiempo.

– Reef es muy conocido por aquí, ¿me equivoco?

– Estrella lo ha mencionado un par de veces. Tampoco es que sea_mos confidentes ni nada por el estilo.

Se había levantado una brisa de medianoche, que traía consigo el sonido de un arroyo no muy lejano. Como si la serenidad de Linnet fuera contagiosa, se sintió bien allí sentado, desenvainando guisantes, sin mucha necesidad de charlar, aunque sí deslizaba la mirada de vez en cuando para ver qué hacía ella a la luz de la luna fragmentada, e inclu_so la descubrió mirándole también de soslayo una o dos veces.

¿Se debía acaso a la región? ¿Tenía algo que ver con la humedad relativa, tal vez? Frank se había fijado en la existencia de una especie de interruptor de seguridad o de mecanismo de cierre que, cada vez que aparecía una mujer interesante o incluso interesada, al instante conde____________________llantes y los espejos engañosos.lentador, pese a las cadencias plagales de los pianos de bar, las luces brinaba la menor posibilidad de idilio. Como en esa época los hombres no suspiraban, exhaló expresivamente. Para cosas así un hombre sólo podía recurrir a Market Street, y hasta eso empezaba a resultar desa

Linnet, acabada su tarea, se levantó y se sacudió el delantal. Frank le entregó el cuenco de guisantes pelados.

– Gracias. A tu hermano le queda mucho que aprender.

– Bueno, se lo diré. -No, espera, respuesta equivocada, pensó.

Ella negaba con la cabeza, los labios fruncidos y un poco torcidos.

– Ninguno de los dos me preocupa mucho.

Supuso que debía pasar por alto el comentario y preguntarle quién le preocupaba entonces. Ella le miraba como si le estuviera leyendo el pensamiento a medida que éste surgía. Por encima del hombro, antes de entrar, dijo:

– A lo mejor algún día pelamos cebollas.

La tarde siguiente estaba tumbado en una de las camas leyendo la Pólice Gazette, o, más bien, mirando las ilustraciones, cuando Stray se asomó por la puerta, tan discreta como un carillón, miró si estaba despierto, le saludó con la cabeza, entró y se sentó a los pies de la cama.

– ¿No estabas buscando a…, a Reef? -preguntó.

– No.

– Porque me parece que está enfrente, lo vi… dirigirse al Double Jack, hará una hora.

– Frank -a la luz crepuscular que se filtraba por el polvoriento cris__no, si fuera tan sólo un tipo traído por el viento, ¿sabrías qué hacer con él, te tomarías siquiera la molestia…?tal de la ventana, su rostro parecía a un paso de estallar en un arrebato de cólera que él sabía que no podría apaciguar-, si no fuera tu herma

– No sabría decir. -Vaya, respuesta equivocada otra vez.

Ella le miraba impaciente, con un leve temblor en los brazos y el cuello.

– A la mierda todo esto, eso sí te lo puedo asegurar.

Intentó distinguir en la medida de lo posible, a contraluz, frente a la luminosidad que entraba a raudales desde la llanura, la cara de ella velada por su propia penumbra, temiendo por alguna razón malinterpretarla: el ceño suavizado por una luz incierta que lo rejuvenecía, los ojos debajo, libres para reclamar tanta impudicia, supuso él, como a ella le hiciera falta.

Las actrices suplican por una luz como ésa. El interruptor de la lámpara eléctrica estaba al alcance de su mano, pero ella no hizo el menor gesto hacia él.

– Supongo que te harás una idea de lo que pasa aquí. Mira, todos esos tipos de Utah, en la ciudad, le gritan a Sage que se case con un chico mormón al que apenas recuerda de cuando vivió allí; mientras tanto, Cooper quiere que se vaya con él en ese aparato motorizado que nunca parece capaz de llevarlos a más de un par de kilómetros de aquí sin averiarse y que él tenga que ponerse a arreglarlo mientras ella le pasa palancas y demás, así que no es Sage la persona a la que acudir en busca de consejo sobre asuntos del corazón; y mientras tanto, tu her__gar? Aunque la última vez que miré, no estabas.mano se cree que soy una especie de pequeño balneario privado al que venir cada vez que se siente raro. ¿Qué harías tú, si estuvieras en mi lu

– Señorita Estrella, siempre ha sido difícil entender a mi hermano.

Ella esperaba algo más, pero pareció que eso era todo.

– Oh, bueno, muchas gracias. Me ha sido de gran ayuda.

– Tampoco se trata de que él se pase la vida bailando -se le ocurrió decir a Frank-; aunque lo que hace no parece que sea un trabajo duro…

– Oh, cuánta razón tienes, los dispensadores de cartas no se vacían solos, ¿verdad que no? ¿Qué tipo de futuro le auguras a nuestro juga_dor de faro?

– ¿Te refieres a si es probable que…, que sea un…, un buen padre de familia?

Su carcajada, acompañada de una palmada que le dio en el pie, te__tromisión. Los chicos de Utah subían a grandes saltos y pisotones las escaleras, cantándose unos a otros fragmentos de lo que parecían unos himnos muy raros.nía todavía bastante de salobre para que incluso Frank la entendiera. Él seguía tumbado boca arriba, no queriendo más en ese momento -a ver, ¿lo quería en serio?- que abrazarla, sí, y apoyar la cabeza donde estaba el bebé y escuchar, conteniéndose como bien pudiera para dejar que ella parara cuando quisiera lo que pudiera pasar, pero el caso es que no iba a pasar nada porque desde la calle llegó una ruidosa in

– Oh, mierda -dijo Stray, que bajó rápidamente la mirada para recolocarse el estómago…-, ¿no has oído eso? Más vale que encendamos una de esas lámparas.

Ya a la luz eléctrica, se miraron larga e intensamente a la cara, y aunque no podía hablar por ella, Frank sabía que era probable que en los años venideros le ayudara a superar muchos malos ratos el recuer_do de estos dos o tres segundos de comunicación de las almas, con bebé o como fuera: el acorde en do de la melodía de la jornada al que siempre podría volver sería esta seria joven sentada a los pies de la cama, y la mirada que esos ojos, por un instante, parecieron dedicarle.

Pero entonces todo se precipitó al más puro estilo de México.

En el Casino, en las habitaciones de atrás, junto a varios receptores de telégrafo, tanto acústicos como de tinta, de diseño no siempre co____________________cieros y de mercancías en ciudades del Este y del Oeste, había también un aparato telefónico en la pared, que se usaba con bastante frecuencia. Pero un día sonó mientras Reef estaba al lado, y éste supo que era para él y que, además, iba a recibir malas noticias. Eso formaba parte de la novedad de los teléfonos en aquellos primeros tiempos, antes de que su uso se convirtiera en algo rutinario. Como si estuvieran diseñados para incluir todo tipo de accesorios, como alarmas precognitivas.gos de interés para las apuestas, de cotizaciones de los mercados finandiente de cables y transmitiendo todo el día y toda la noche noticias de carreras de caballos de todos los hipódromos conocidos a ambos lados de la frontera, así como de combates de boxeo profesional y otros juemercial, cada uno enganchado al exterior mediante una serie indepen