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En la otra punta de la línea estaba Jimmy Drop, un antiguo socio de Reef, que le llamaba desde Cortez. Incluso a esa distancia, con todo lo que interfería la señal de por medio, desde ardillas hambrientas has_ta francotiradores ociosos, Reef percibió lo incómodo que se sentía Jimmy ante la máquina a la que estaba aullando.

– ¿Reef? ¿Eres tú? ¿Dónde estás?

– Jimmy, eres tú el que llamas.

– Ah, sí, sí, pero…

– ¿Cómo has sabido que podías llamarme aquí?

– Me dijiste Nochecita antes de irte.

– ¿Estaba borracho?

– Yo no diría que no lo estuvieses.-Siguió una pausa mientras una turbulenta oleada de ruido que bien podían ser fragmentos de con_versación o de música recorrió la línea-. ¿Reef?

De repente, a Reef le entraron ganas de fingir que se había corta_do. Prefería no enterarse de lo que Jimmy tuviera que decirle en ese momento. Pero no lo hizo.

– ¿Conoces a Deuce Kindred?

– Trabaja para la Asociación de Propietarios en Telluride. No sabe comportarse en una mesa de póquer. ¿Te refieres a ése?

– Lo siento, Reef. Se trata de tu padre.

– Mi padre…

– Se lo llevaron a punta de pistola. No se sabe nada de él desde en_tonces.

– Ellos.

– El y también Sloat Fresno, eso me han dicho.

– Uno de los amigos de toda la vida de Bob Meldrum. Con algu_nas muescas en la culata, según cuentan.

– Más que estados hay en la Unión. Reef, si fuera tú llamaría a la Caballería.

– Pero no lo eres, Jim.

Otra pausa.

– Iré a ver qué tal está tu madre, cuando pueda.

– ¿Sabes adonde se dirigían?

– A Jeshimon.

Pronunciado de manera que Reef no tuviera la necesidad de mos__petirlo. Y ahora no había nada más que su culo entre Reef y la fuerza de la gravedad. Aquí, aunque no fueras de los que rezaban, sí lo hacías para no oír ese nombre con frecuencia. No ayudaba que estuviera a menos de un día de caballo de Nochecita.trarse maleducado pidiéndole a Jimmy que levantara la voz para re

Frank era todo un soldado pese a su juventud, y decidió solven_tar primero las cuestiones prácticas y dejar la desazón para más tarde.

– ¿En tren o cabalgamos?

– Voy yo solo, Frank.

– Eso te crees tú.

– Creo que será mejor que vayas a ver a mamá y a Lake.

– ¿Ese es mi papel en esto? ¿Cuidar de las mujeres?

– ¿Tu papel en qué? ¿Acaso sabes qué pasa? Yo no tengo ni puta idea.

Se sentaron juntos en las escaleras exteriores, mientras sostenían los sombreros en las manos y jugueteaban con las alas. Las nubes se es_pesaban sobre sus cabezas, de vez en cuando un rayo palpitaba en el horizonte. Llegó el viento y al poco se puso a agitar las hojas de los álamos de Virginia. Detrás de los cristales de las ventanas, a través de un polvo alcalino, varias jóvenes se asomaban, los miraban, negaban con la cabeza y se retiraban a seguir con su propia versión del día.

– Pues veamos primero de qué se trata. Sólo un paso cada vez, ¿vale?

Y el destino de Webb una incógnita todavía…

Otra racha de silencio oscuro, acompañado del movimiento de las alas de los sombreros.

– Y yo me quedo esperando perdido por ahí como un estudiante en el extranjero con una beca miserable, hasta que te maten y enton_ces heredo el trabajo, ¿es eso?

– Ya veo que estás aprendiendo en esa escuela de minas, antes no eras tan listo.

Pero Reef se iba calmando poco a poco, casi parecía que oraba. Como si, a la par que ambos hermanos se sentían abrumados por lo que se les venía encima, una larga lista de preocupaciones hubiera per_dido toda su importancia.

Contárselo a Stray fue otra historia.

– No tengo secretos para ti, cariño.

– Supongo que «tienes que» hacerlo.

– Por ahora, la cosa es que…, si papá ha muerto…

– Eso no es seguro.

– Es verdad, no es seguro…-No la miraba a los ojos, sino abajo, al bebé.

Ella se dio cuenta.

– Es su nieto. Me dolería que no se llegaran a conocer.

– Desde hace tiempo tenía la sensación de que era inevitable que algo así sucediera.

Ella parecía mantener una conversación interior muy entreteni_da. Y larga.

– ¿Volverás?

– Claro que volveré. Stray, te lo prometo.

– Promesas. Dios. Que informen al papa de lo que has dicho, es un verdadero milagro.

A las chicas les dio pena que se marcharan, o eso dijeron, pero… ¿y a Cooper? Cualquiera hubiera dicho que para él era el fin del mun_do. Bajó las escaleras y siguió a Frank y a Reef hasta la estación, a pie, con una expresión afligida en el rostro.

– ¿Estás bien? -se le ocurrió finalmente a Frank que debía pregun_tar-, Espero que no creas que estamos huyendo o…

Cooper negó con la cabeza, alicaído.

– Todos estos trapitos…, es una carga excesiva para un hombre solo, ¿sabes?

– Tócales Juanita de vez en cuando -le aconsejó Reef-, dicen que hace maravillas.

Los hermanos viajaron juntos hasta Mortalidad, la estación más cercana a Jeshimon, y entonces, para no despertar las sospechas de na__teneciera al mundo observable.die, se despidieron con poco más que el gesto de la cabeza que se le hace a alguien que acaba de darte fuego. Ninguna mirada atrás desde la ventanilla, ninguna frente arrugada con pensamientos solemnes, nada de sacar la petaca ni de sumirse de repente en el sueño. Nada que per

Se encontraba en la Utah profunda. La región era tan roja que la artemisa parecía flotar por encima como en una imagen proyectada con un estereopticón, casi incolora, pálida como las nubes, luminosa noche y día. Hasta donde le alcanzaba la vista, Reef veía el suelo del desier____________________te refinados hasta quedar reducidos a una mera presencia vertical.placables hasta quedar convertidos en una especie de posdivinidades, como si en un pasado remoto hubieran poseído miembros que mover, cabezas que ladear y volver para seguirte con la mirada al pasar, rostros tan sensibles que reaccionaran a cada cambio de tiempo, a cada acto de depredación en las cercanías, por pequeños que fueran; estos seres en el pasado vigilantes, ahora ya sin rostro, sin gesto, habían sido finalmento poblado por pilares de piedra, desgastados por siglos de vientos im

– No insinuarás que no están vivos, ¿verdad? -comentó alguien en una cantina del camino.

– ¿Tú crees que lo están?

– ¿Te has pasado una noche entera allí?

– No, ni lo haré si puedo evitarlo.

No es que no estuviera avisado, pero eso no impidió que a Reef le diera la impresión de encontrarse en la peor ciudad en la que jamás había estado. ¿Qué le pasaba a esta gente? A lo largo de kilóme____________________do en perchas confeccionadas para su comodidad con el barro rojo de la región.jaros de la muerte, que seguidamente descendían y se posaban siseannadas como para disuadir a los dolientes de subir, sin importar lo atléticos que fueran o lo propensos a honrar a sus muertos…, los vivos no tenían sitio allá arriba. Algunos de los condenados eran llevados en carreta a la base de la torre, se les ataba y subía con polea a un aguilón que, cuando todo había acabado, todavía podía alzar el cuerpo, ponerlo boca abajo y dejarlo allí colgado por un solo pie para los páqueados por el sol de edad considerable. Según los usos y costumbres locales, como le explicaría enseguida el secretario del ayuntamiento, a esos delincuentes ahorcados se les negaba cualquier tipo de entierro digno, pues era más barato dejarlos para los buitres. Cuando la gente de Jeshimon se quedó sin postes de telégrafos allá por 1893, y habiendo pocos árboles por allí, recurrieron a modelar sus horcas con ladrillos de adobe. Refinados viajeros que visitaban la zona no tardaron en comparar las toscas estructuras con aquellas conocidas en Persia como «Torres del Silencio»: sin escaleras ni escalas, lo bastante altas y empitinta de laceración y descomposición, incluidos varios esqueletos blantros de camino, en ambos sentidos de la marcha, de todos los postes telegráficos colgaba un cadáver, y cada cuerpo estaba en una fase dis