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– Cemento de la civilización, 'nautas -gorjeó Darby-. Por siempre.

Las chicas que trabajaban allí, que hacía poco que habían bajado de las montañas o subido del Sur, se deslizaban entre las mesas, entra__gar a cualquier ambigüedad, le hizo señas a una de las atractivasban y salían de la cocina, presas de un éxtasis comprimido, como si no dieran crédito a su suerte, al estar ahí, a la deriva en el mar pálido. Chick Counterfly, el más mundano del grupo y por tanto portavoz por defecto en los encuentros con el bello sexo que pudieran dar lu cameriere.

– Que quede entre nosotros, Giuseppina (como un secreto de amantes): ¿qué has sabido esta semana de los otros pallonisti que an_dan por las lagunas?

– Así que amantes, ¿eh? ¿Qué tipo de «amante» -se preguntó Giu_seppina, divertida pero audiblemente- pensaría tan sólo en sus rivales?

– ¡Rivales! ¿Quieres decir que algún otro aeronauta (¡o quién sabe si más de uno!) pretende tener derecho sobre tu corazón? Ehi, macché, Pina!, ¿qué clase de «amada» es la que va maltratando a sus admirado_res por ahí, como hojas de una ensalada?

– A lo mejor es que busca entre las hojas un gran giadrul -le sugi_rió su colega napolitana, Sandra.

– ¡Capitán Pa-zi-no! -cantó Lucia desde la otra punta de la sala. Giuseppina pareció ruborizarse, aunque bien pudo deberse a la luz re_sidual del crepúsculo por encima de los tejados.

– Pazino… -repitió Chick Counterfly levemente perplejo.

– Se dice Pa-chit-nof -pronunció Giuseppina mientras miraba a Chick con una sonrisa formalmente triste que, en esta ciudad de ne_gociaciones eternas, bien podía significar: Y bien, ¿qué puedo esperar a cambio?

– ¡Repugnante escupitajo de sapo! -exclamó Darby Suckling-, con todos los antros de espaguetis que hay en esta ciudad, ¿quieres que me crea que esos malditos rusos tienen que venir precisamente aquí? ¿Cuán_tos eran?

Pero ella había dicho todo lo que estaba dispuesta a decir y, tras desplegar por encima de un hombro desnudo una mirada de falso re_proche dirigida al explícito joven, se marchó a cumplir otras tareas.

– Pavo de Acción de Gracias púrpura -sonrió radiante Miles Blun__pezar con eldell, que esa noche había decidido, a modo de precalentamiento, em tacchino en salsa de granada, pruebas de lo cual decoraban ya el suéter de su uniforme de permiso.

– No es una noticia muy tranquilizadora, Capitán -murmuró Darby, que buscó el apoyo de los presentes recorriendo la mesa con la mirada-, a lo mejor tendríamos que saltarnos la comida y salir pitan_do de aquí.

– No es posible -afirmó Lindsay Noseworth con vehemencia-, sean cuales sean sus intenciones…

– Doctor Noseworth, muérdase la lengua -suspiró el Comandan__nov. Por eso, mientras podamoste de la Nave-, pues, como todos los presentes sabemos muy bien, ya hemos huido antes, y volveríamos a hacerlo otra vez, así que negarlo no mejorará nuestras posibilidades frente al Hermano del Cielo Padzhit (dum vivimus, bibamus), si nos haces los honores, Lindsay -dijo haciendo un gesto con el vaso de vino hacia el cubo lleno de hielo, en el centro de la mesa, donde se refrescaba el vino nocturno.

Con gesto sombrío, el segundo seleccionó y abrió dos botellas, un Prosecco de un viñedo sólo un poco al norte de allí y un Valpolicella de efervescencia comparable, pero más de tierra adentro, y a continua_ción rodeó la mesa para servir en cada copa cantidades iguales de los vinos blanco y tinto frizzanti.

Randolph se levantó y alzó su copa.

– Sangre roja, mente pura -dijo, y los demás lo repitieron al uní_sono con más o menos desgana.

Las copas de vino formaban una docena idéntica; cada una de ellas había empezado siendo una masa esférica de cristal fundido in_candescente en la punta de una caña de soplador en Murano hacía tan sólo unos días. Decoradas con buen gusto en plata, con el blasón de los Chicos del Azar y el lema sanguis ruber, mens pura, la do__vo en el Gran Consejo, negándoles así el derecho a ser elegidos para la más alta institución veneciana, por mandato del Dogo entonces en el cargo, Pietro Gradenigo, en su infame decreto conocido como el cena de copas había sido un regalo que les había hecho ese mismo día el actual y clandestino Dogo en el Exilio Domenico Sfinciuno, cuyos antepasados, en 1297, junto con otros ricos y poderosos clanes venecianos de la época, habían sido inhabilitados para sentarse de nueSerrata del Maggior Consiglio. Pero ni siquiera la abolición por parte de Napoleón del cargo de Dogo quinientos años más tarde tuvo el menor efecto sobre la reclamación de lo que, a estas alturas, generaciones de Sfinciuni instaladas en una curiosa inercia del resentimiento habían acabado considerando suyo por derecho. Mientras tanto, se dedicaron a comerciar con el Oriente. Tras el regreso de los Polo a Venecia, los Sfinciuni se sumaron a otros aventureros advenedizos igualmente rele__te que el de la Case Vecchie pero más que suficiente para financiar una primera expedición, y se encaminaron hacia el este para hacer fortuna.gados por el cierre patronal de Gradenigo, cuyo dinero era más recien

Y así fue naciendo en el Asia Interior una sucesión de colonias ve__ban entre todas una ruta, una opción alternativa a la Ruta de la Seda, hacia los mercados de Oriente. Los mapas se guardaban celosamente, y la muerte era el precio habitual que pagaban quienes los divulgaban a gente no autorizada.necianas, cada una erigida alrededor de un oasis apartado, que forma

Los Sfinciuni se fueron enriqueciendo cada vez más, y esperaron, habían aprendido a esperar. Domenico no era una excepción. Como sus antepasados antes que él, lucía no sólo el clásico sombrero de Dogo con su punta de atrás vuelta hacia arriba, sino también la cuffietta o gorra de lino tradicional por debajo, que normalmente sólo él sabía que llevaba puesta, a menos que quisiera mostrarla públicamente a in_vitados privilegiados, como, de hecho, los Chicos en ese momento.

– …y por eso -le dijo a los reunidos- nuestro sueño está hoy más cerca que nunca de realizarse, pues mediante los milagros de la inven_ción del siglo XX que estos ilustres jóvenes científicos americanos nos han traído, tenemos esperanzas de recuperar por fin la ruta a nuestro destino asiático que nos usurparan los Polo y el maldito Gradenigo. ¡Benditos sean! A estos ragazzi no se les puede negar ninguna forma de respeto, ni simbólica ni práctica, a riesgo de provocar nuestro dis_gusto ducal, que es considerable.

– ¡Vaya, es como si nos dieran las Llaves de la Ciudad! -exclamó Lindsay.

– Pues a mí me ha sonado más bien como «Attenzione al culo» -mur__dustria de máscaras.muró Chick-, que no se te olvide que este lugar es famoso por su in

Vigoroso abogado de la discreción, a Chick las ceremonias como la de ese día le parecían tan innecesarias como peligrosas. Su misión en Venecia, más fácil de llevar a cabo sin las exigencias de tiempo y vi____________________ma ciudad secreta de Shambhala.dario Itinerario de Sfinciuno, un mapa o carta de las rutas post-Polo al interior de Asia que, según muchos creían, llevaban hasta la mismísisibilidad que les imponía aquel acto, consistía en descubrir el legen

– Para empezar -les aconsejó su cicerone en la materia, el Profe____________________ra intencionada.de hacerse una idea de la distancia y la orientación… Porque no sólo hay hitos sino también anti-hitos, pues cada faro es un caso de ceguequiera el paraíso privado de Shiva, el Monte Kailash, que en ciertos momentos del día es un faro casi cegador a partir del cual uno pueterminar dónde están y qué dirección seguir? Cuando las estrellas no siempre son visibles, ni tampoco picos como el Khan-Tengri…, ni sisor Svegli de la Universidad de Pisa-, procuren quitarse de la cabeza la imagen habitual en dos dimensiones. No es ése el tipo de «mapa» que están buscando. Intenten ponerse en la piel de Domenico Sfinciuno o de algún miembro de su caravana. ¿Qué necesitan para de