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– Me parece descabellado. Pero le pediremos a nuestro personal jurídico que redacte algo que satisfaga a todos, ¿qué le parece? -Aho_ra observaba a Randolph con esa mezcla de desprecio y compasión que los Chicos despertaban tarde o temprano en sus contactos con la población del suelo. Randolph estaba acostumbrado, pero también re_suelto a seguir con su estilo profesional.

– ¿En qué consistirían exactamente los servicios que solicita?

– ¿Tiene sitio en su nave para otro pasajero?

– Hemos transportado hasta una docena de adultos bien alimen__rarse en el barrigón del señor Privett.tados sin que se percibiera ninguna pérdida apreciable de capacidad de sustentación -respondió Randolph, a cuya mirada le costaba no demo

– Llevar a nuestro hombre en un par de breves excursiones, eso será prácticamente todo cuanto tenga que hacer. -El sabueso-detec_tive parecía ahora más taimado-. Por la Feria, tal vez también por los Mataderos; pan comido.

A la mañana siguiente, paseando entre las aeronaves, bajo un cielo circense que poco a poco se iba atestando de aparatos de todas clases conforme éstos alzaban el vuelo, y mientras reanudaban las relaciones con muchos en cuya compañía, para bien o para mal, habían compartido alguna aventuras, a los Chicos los abordó una pareja a la que no tarda_ron en reconocer como la compuesta por el fotógrafo y la modelo a quienes habían bombardeado sin darse cuenta la noche anterior.

El atlético hombre de la lente se presentó como Merle Rideout.

– Y mi bella acompañante es…, esperad un momento…

– Cerebro de guisante. -La joven soltó una grácil patada que, sin embargo, no carecía del todo de afecto, y dijo-: Soy Chevrolette McAdoo, y estoy tremendamente encantada de conoceros, chicos, aun_que ayer casi nos mandáis al otro mundo con los sacos de arena.

Vestida de pies a cabeza, parecía recién salida de una revista fe__des como globos, por toda la ciudad» -como diría Chick Counterfly, atento observador de la forma femenina-, y, en el caso de la señorita McAdoo, saturado de un magenta vivo y acompañado de una larga boa de plumas de avestruz teñida en el mismo tono. Su sombrero, pícaramente ladeado, con plumas de garceta que se mecían al compás de los movimientos de su cabeza, habría fascinado incluso al más entusiasta de los conservacionistas amantes de las aves.menina, y esa mañana lucía un conjunto a la vanguardia de la moda de verano, a tono con el resurgir de la manga de pernil, que había dado lugar a una profusión de blusas con hombros translúcidos, «gran

– Muy bien conjuntado -comentó Chick asintiendo admirativa_mente.

– Pues porque no has visto todavía el número que presenta en el Pa_bellón de los Mares del Sur -afirmó con galantería Merle Rideout-; hace que a su lado La Pequeña Egipcia parezca una beata.

– ¿Es usted artista, señorita McAdoo?

– Bailo la Danza de Lava-Lava, la diosa del volcán -respondió.

– Admiro mucho la música de esa región -dijo Miles-, el ukelele en particular.

– Pues hay varios ukelelistas en mi orquesta -dijo la señorita McAdoo-, tenor, barítono y soprano.

– ¿Y tocan música nativa auténtica?

– Más bien es un popurrí, me parece, que incluye temas hawaianos y filipinos y acaba con una adaptación muy respetuosa de la ma_ravillosa Bacanal de Monsieur Saint-Saëns, tal como se ha tocado re_cientemente en la Opera de París.

– No soy más que un aficionado, claro -dijo con humildad Miles, aunque era miembro desde hacía mucho de la prestigiosa Academia Internacional de Ukelelistas-, y me pierdo de vez en cuando. Pero si me comprometiera a volver a estudiar solfeo, ¿le parece que me deja_rían acompañarlos sin tocar?

– No dudes que intercederé por ti -dijo Chevrolette.

Merle Rideout había traído consigo una cámara de mano y to__mente al mismo ritmo.maba «instantáneas» de las máquinas voladoras, tanto en el aire como aparcadas en el suelo, que seguían llegando y despegando aparente

– Menuda reunión social, vaya que sí. Parece que hayan venido to_dos los profesores de vuelo de aquí a Tombuctú.

El humo de las hogueras para el desayuno se elevaba fragante por el aire. Se oía el grito de los bebés, tanto de queja como de júbilo. El viento traía los sonidos remotos del tráfico ferroviario y la navegación por el lago. Contra el sol, todavía bajo en la otra orilla del lago, las alas, con bordes luminosos por el rocío, proyectaban largas sombras. Había aparatos de vapor, eléctricos, máquinas giratorias Maxim, naves impulsadas por reciprocadores de algodón pólvora y motores de naf__micas, y prodigios de la orniturgia que aleteaban. Uno no sabía muy bien adonde mirar al cabo de un rato…ta, y hélices elevadoras eléctricas de extraño diseño hiperboloide para perforar el aire hacia arriba, y aeróstatos alados, de formas aerodiná

– ¡Papá! -Una preciosa niña de cuatro o cinco años con un ca_bello de un pelirrojo encendido corría hacia ellos a toda prisa-, ¡Eh, papá! ¡Quiero beber algo!

– Dally, mi comadrejilla -la saludó Merle-, me temo que el licor de maíz se ha acabado, así que tendrás que volver al viejo zumo de vaca, lo siento mucho -dijo revolviendo en una fiambrera de charol llena de hielo. Mientras tanto, la niña, que había visto a los Chicos con sus uniformes de verano, se quedó mirándolos, con los ojos muy abiertos, como si estuviera decidiendo hasta qué punto debía portar_se bien.

– ¿Ha estado envenenando a este ángel indefenso con bebidas fuer_tes? -gritó Lindsay Noseworth-, Señor, ¡debo expresar mi protesta!

Dally, intrigada por la reacción de Lindsay, se acercó corriendo, se puso delante de él y levantó la vista como si esperara la segunda par_te de un chiste muy complicado.

Lindsay parpadeó.

– No puede ser -murmuró-, los niños me odian.

– Una niña preciosa, señor -dijo Randolph desbordando paternalismo-; usted debe de ser el orgulloso abuelo, claro.

– ¡Ja! ¿Has oído eso, cabeza de zanahoria? Se cree que soy tu abue_lo. Gracias, chico, pero estoy orgulloso de poder decir que ésta es mi hija, Dahlia. Su madre, ay de mí… -Suspiró y su mirada se perdió en la lejanía.

– Nuestras más sinceras condolencias -se apresuró a decir Ran_dolph-, pero el Cielo, en su inescrutabilidad…

– El Cielo…, yo más bien diría el infierno -se carcajeó Merle Rideout-; anda por Estados Unidos, quién sabe dónde, con un artista de variedades especializado en hipnotismo con el que se fugó, un tal Zombini el Misterioso.

– Lo conozco, ¡Dios! -exclamó Chick Counterfly asintiendo con energía-. ¡Hace desaparecer a su chavala por un embudo de cocina normal y corriente! «Imbottigliata!», se dice así, ¿no?, y luego hace fio_rituras con la capa, ¿no? ¡Lo vi en Nueva Orleans con mis propios ojos! ¡Un número asombroso, no lo duden!

– El mismo -exclamó radiante Merle-, y la bella ayudante del ilu_sionista es probable que fuera la buena de Erlys en persona, pero ¿no te parece que deberías cerrar el pico, zagal, no te vaya a entrar alguna mosca?

La despreocupada mención al adulterio había producido en el ros__ficarlo de característico. Chick Counterfly, menos afectado, demostró tener cintura al comentar:tro de Randolph tal grado de estupefacción que uno se resistía a cali

– Bueno…, una dama simplemente admirable, quienquiera que fuese.

– Tomo nota de tu admiración, y ahora podéis examinar a la pe____________________jaos, no hay otra igual. Y os regalo una gorra, soy un tipo razonable, y en cuanto sople las velitas de sus tiernos dieciséis, la subo al tren y os la envío allá donde estéis.ta especial, con su sonrisa que parte el corazón y todo. Ajá, ahí está, fira, quedáosla hoy y mañana por un dólar noventa y ocho, es una oferminen si miento; y si vais a seguir dando vueltas por ahí diez o doce años más, volved luego, echad otra mirada, haced una oferta: ninguna cantidad me parecerá tan pequeña o insultante como para no tenerla en cuenta. O si preferís esperar, adquirid una opción de compra ahoqueña Dahlia aquí presente, la viva imagen de su mamá, que me ful