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En cuanto a Deuce, por descontado que «sabía» quién era ella: la chica tenía ¡a misma cara que aquel hombre, por el amor de Dios. Deu____________________do no estaba con ella. Las mujeres podían decir lo que quisieran, hasta el día que las vacas volaran, pero la verdad era que no había ninguna que, en secreto, no amara a un asesino.venenado del asesino a sueldo, a la maldad pura de cuanto hacía cuance era un cliente de poca estatura, apenas más alto que ella, en una lid justa hasta es posible que la chica le hubiera ganado, pero esa pelea no era justa. Nunca lo sería. Su ventaja, eso creía él, se debía al halo en

Y resultó, tanto para sorpresa de Lake como de todos los demás, que ella era una de esas jovencitas apasionadas que creían, como les gusta decir a las señoritas mexicanas, que sin amor no se puede vivir. Que cualquier intrusión de ese sentimiento en su vida sería como una carcajada inesperada o una revelación religiosa, un regalo del más allá que no podía dejar escapar y fingir que se había ido para siem_pre. Desgraciadamente, «eso» había aparecido ahora en la forma de Deuce Kindred, por quien su aborrecimiento sería ya inseparable de su pasión.

Complicando las cosas, pero sin quitarle el sueño por las noches, estaba el joven Willis Turnstone, el médico del Hospital de Mineros al que había conocido cuando ella trabajaba allí antes de que la con_trataran en el restaurante. Willis era muy directo y no tardó más que un paseo entre las flores silvestres en declarar sus intenciones.

– No puedo decir que te ame, Willis -le respondió ella, pensando que le debía una respuesta igual de directa. Por entonces ya había co_nocido a Deuce, y sabía que ahí tenía al amor de su vida y a su casi invisible sombra, y no le hacía falta esperar demasiados latidos de su corazón para reconocer la diferencia.

– Eres un trocito de calicó tan deseable… ¿cómo es posible que no te hayas casado todavía? -fue como Deuce planteó su declaración.

– Creía que tenía que tomarme mi tiempo, supongo.

– El tiempo es algo que se te da -filosofó él-, uno no lo toma.

No era exactamente un reproche ni tampoco tenía mucho de sú_plica, pero ella debió de captar algo.

– Tal como están las cosas ahora, no podría ser mejor. Pero ¿y cuan_do seamos viejos?

– Siempre puede evitarse. No llegando a viejos.

Ella nunca le había visto una mirada como aquélla.

– Espero que no sea una frase de Billy el Niño.

– No. De alguien más loco todavía.

Hasta ahí llegó su confesión, aunque a punto estuvo de contárse_lo todo. Le dolían las plantas de los pies, le palpitaban los dedos, los latidos de su corazón se oían por toda la calle y hasta un par de es__tener la calma, esperando no sabía qué. Ambos se veían dominados con facilidad por estas pasiones imprevisibles. Sus miradas se volvían salvajes, perdían el control de los músculos del cuello, les daba igual dónde estaban e incluso quién andara por allí.quinas más allá, y ella le miraba con no poca alarma, intentando man

Deuce, en esos momentos de indefensión, sentía que el corazón se le fundía y que la sangre le inundaba el pene y lo volvía loco de deseo por ella, las dos cosas a la vez… En desventaja por su descono__caba, pese al supuesto chico malo que era, le suplicaba que se casara con él. Incluso respetando el deseo de ella de no follar hasta después del matrimonio.cimiento de las emociones humanas, acabó deseando a Lake más allá de cualquier límite que hubiera imaginado. Le suplicaba, sí, le supli

– Antes no me importaba. Era así, y ya está. Pero ahora sí. ¿Lake? Cambiaré, te lo juro.

– No te digo que empieces a ir a la iglesia. Sólo que te pienses para quién trabajas. No tienes por qué ser «mejor» que eso.

Alguien habría pensado incluso que ella sabía lo que él había he_cho. No podía no saberlo. Por Dios.

Un día Mayva cambió de turno con Oleander Prudge, que, aun_que demasiado joven para comportarse como la conciencia de Telluride, no tardó ni un suspiro en abordar a Lake.

– Dicen por ahí que Deuce Kindred fue el que mató a tu padre.

No lo dijo tan alto como para interrumpir las conversaciones en el Nonpareil, pero lo dijo, por fin.

– ¿Y quién lo dice?

Tal vez se hizo visible de golpe algún latido en su cuello, pero ni de lejos estuvo a punto de desmayarse.

– En esta ciudad no hay secretos, Lake, pasan muchas cosas, no hay tiempo para ocultar nada y, a poco que se piense, tampoco le impor_ta a muchos.

– ¿Se ha enterado mi madre del rumor?

– Bueno, esperemos que no.

– No es verdad.

– Umm. Pues pregúntaselo a tu novio.

– Puede que lo haga.

Lake dejó caer con tanta fuerza una bandeja que una pila de pastelitos calientes, resplandecientes de la grasa de tocino, se volcó y sor_prendió a un picador, que apartó la mano chillando.

– No estaba tan caliente, ¿verdad que no, Arvin? -dijo Lake frun_ciendo el entrecejo-, pero, anda, ven, déjame darte un beso, ya verás como no duele.

– Estás deshonrando la memoria de tu padre. -A esas alturas Olean_der se había puesto impertinente-. Eso es lo que estás haciendo.

Mientras reordenaba la pila sobre la bandeja, Lake le devolvió una mirada descarada.

– Lo que yo sienta por el señor Kindred -dijo intentando adoptar el tono de una maestra de escuela- no es asunto tuyo, y lo que haya sentido por Webb Traverse nada tiene que ver.

– No puede ser.

– ¿Es que te ha pasado a ti? ¿Tienes idea de lo que estás hablando?

¿Las estaban mirando los clientes de toda la barra? Al pensarlo más tarde, a Lake le dio la impresión de que todo el mundo lo había sabi_do desde el principio, y que ella y Mayva, pobrecitas, habían sido las últimas en enterarse.

Más tarde ambas se clavaron una mirada asesina, insomnes, entre la madera recién serrada y los olores de pintura de la habitación que compartían.

– No quiero que vuelvas a verlo. Si se me pone a tiro, cuando sea, yo misma le mataré.

– Mamá, es esta ciudad, a la gente como Oleander Prudge no le importa lo que dice, siempre que haga daño a alguien.

– No puedo salir a la calle, Lake. Nos estás dejando como pobres idiotas a todos. Esto tiene que acabarse.

– No puedo.

– Pues más te vale.

– Me ha pedido que me case con él, mamá.

No era una noticia que Mayva quisiera escuchar.

– Bien. Entonces tienes que elegir.

– ¿Porque no me quiero creer esos rumores malintencionados? ¿Mamá?

– Tú sabrás. He estado tan loca como tú lo estás ahora, mierda, más loca todavía, y te aseguro que se pasa más rápido de lo que tar_das en sonarte los mocos, y un día te despertarás y entonces, oh, mi pobre chica…

– Oh. Así que eso es lo que os pasó a papá y a ti.

Lo lamentó incluso antes de llegar a decirlo, pero se habían subi__ciada que ninguna de las dos podía pararla.do a una carreta que iba cuesta abajo por una pendiente tan pronun

Mayva sacó su viejo maletín de lona verde de debajo de la cama y empezó a meter cosas dentro. Con cuidado, como si fuera una tarea más de la casa. Su pipa de escaramujo y su bolsa de tabaco, los pe__conmensurable.queños ferrotipos de los niños, una blusa, un chal, una pequeña Biblia desgastada. No tardó mucho. Su vida entera, y sólo tenía eso. Qué se le iba a hacer. Por fin levantó la vista, el rostro lleno de un dolor in

– Es como si tú también hubieras matado a tu padre. No hay ni la más mínima diferencia.

– ¿Qué has dicho?

Mayva cogió su bolso y se dirigió a la puerta.