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– Recogerás lo que siembres.

– ¿Adonde vas?

– A ti no te importa.

– No hay tren hasta mañana.

– Entonces esperaré hasta que venga. No pasaré otra noche en esta habitación contigo. Dormiré en la estación. Y todos me verán. Verán a la maldita vieja loca.

Y se fue, y Lake se quedó sentada, con piernas temblorosas pero sin un solo pensamiento en la cabeza, y no fue tras ella, y aunque al día siguiente escuchó el pitido y el estruendo de la locomotora cuan_do llegó el tren y más tarde cuando retrocedió por el valle, no volvió a ver a su madre nunca más.

– Es…, es… repugnante -dijo Sloat negando con la cabeza-. Voy a vomitar la maldita comida en un segundo.

– No puedo evitarlo. ¿Qué quieres que le haga? -Deuce se aven__diendo aunque sólo fuera un poco de comprensión.turó a lanzar a su compañero de habitación una mirada rápida, pi

Pero nada de nada.

– Maldito idiota. Eso no es más que un cuento con el que te en_gañas a ti mismo…, escúchame, a nadie le importa un pelo del culo de una rata de mina que te cases con ella o no, pero si la cagas y al fi_nal te casas, ¿qué pasará cuando se entere de los detalles verdaderos? Eso si es que no los conoce ya. ¿Cómo pretendes dormir tranquilo, un minuto siquiera, mientras ella sabe que tú te cargaste a su papá?

– Supongo que tendré que vivir con eso.

– No durante mucho tiempo. Tú quieres follártela, así que tírate_la, pero no le cuentes nada.

Sloat no podía comprender qué le había pasado a su socio. Uno habría pensado que era el primer hombre al que asesinaba. ¿Era acaso posible, pese a que las vidas de esos mineros fueran tan baratas como el whisky de garrafa y desaparecieran igual de rápido por el gaznate de los días, que Deuce estuviera obsesionado por lo que hizo y que ca__ma, un modo, que Dios le ayudara, desarse con Lake le pareciera una oportunidad de enterrar a ese fantas compensarla?

Las nieves descendían desde los picos, y pronto los vencejos gorgiblancos alzaron el vuelo, en la ciudad los tiroteos y las cabezas rotas fueron a peor, la ocupación militar empezó en noviembre, y luego, avanzado el invierno, en enero, se declaró la ley marciaclass="underline" los esquiro_les acudieron a trabajar con relativa tranquilidad, el comercio se había ralentizado pero poco a poco se recuperó; Oleander Prudge debutó como ninfa du pavé, y los mineros que pensaban que sabían a qué ate____________________res y al poco ya trabajaba por su cuenta, en su propia habitación, una habitación esquinera, con una amplia vista del valle.bre cuestiones de higiene personal, no tardó en tener fieles seguidopetuamente fruncido y su propensión a sermonear a los clientes sonerse salían pasmados tras visitarla, sacudiendo la cabeza. A pesar de su vestimenta, remilgada hasta el punto de la invisibilidad, su ceño per

Lake y Deuce se casaron al otro lado de las montañas, en una igle____________________viernos de los que nadie que todavía viviera en la región recordara ni pudiera contar, curtida más allá del dolor, que olía a generaciones de roedores momificados, había sido construida con pícea de Engelmann y era tan receptiva al sonido como el interior de un piano de salón. Aunque muy raramente se oía música por allí, el visitante extraviado con una armónica o el vagabundo que silbaba, si llegaban a franquear sus puertas torcidas, se encontraban elevados en una gracia mayor que la acústica que el camino les hubiera deparado hasta ese momento.sarse y al poco se separaban en todas direcciones, como las arrugas de una cara vista demasiado de cerca, macilenta por los rigores de más intacaba poco más que como una anécdota geométrica, hasta que, a medida que uno se aproximaba, las líneas rectas empezaban a disperficio parecía al principio casi del color del cielo gris, en el que dessia de la pradera cuya aguja era visible a kilómetros de distancia; el edi

El celebrante, un sueco que había emigrado al oeste desde Dakota, llevaba una túnica gris cargada de polvo, su rostro era indistinguible, como si lo sombreara una capucha, y más que recitar las conocidas pa____________________gubre. La novia llevaba un vestido sencillo de tela albatros de color azul claro, fino como el velo de una monja. Sloat era el padrino. En el gran momento, se le cayó el anillo. Tuvo que arrodillarse en la tenue luz para buscarlo palpando por donde había desaparecido rodando.ble caja de resonancia suavizaba hasta transformarlo en un salmo lúlabras las cantaba, en un murmullo armónico menor que esa agrada

– ¿Qué, cómo te va por ahí abajo? -preguntó Deuce al cabo de un momento.

– Más vale que no te acerques mucho -murmuró Sloat.

Acabada la ceremonia, mientras su esposa sacaba un cuenco de cristal rebosante de ponche de bodas y unas tazas, el predicador apa_reció con un acordeón y, como si no pudiera contenerse, les tocó un ruidoso vals campesino de Österbybruk, de donde procedían tanto él como su señora.

– ¿Qué tiene? -quiso saber Sloat por curiosidad.

– Alcohol casi puro -respondió el predicador con semblante se__gredientes escandinavos.rio- ¿Sesenta grados? Un poco de zumo de melocotón… ciertos in

– ¿Cuáles?

– Un afrodisíaco sueco.

– Como, por ejemplo…

– ¿Que cómo se llama? Ja, podría decírselo, pero en el dialecto de Jämtland suena casi igual que «la vagina de tu madre», de manera que, a no ser que se pronuncie con toda corrección, siempre se corre el ries_go de un malentendido con cualquier sueco que esté al alcance del oído. No pretendo más que evitarle problemas, se lo aseguro.

Era una novia virgen. En el momento de la rendición, sólo deseó convertirse en viento. Sentirse refinada hasta ser tan sólo un filo, un filo invisible de largura desconocida que penetrara en el reino del aire por siempre en movimiento sobre la tierra quebrada. Hija de la tor_menta.

Se despertaron en plena noche. Ella se removió acurrucada entre los brazos de él, sin sentir la necesidad de darse la vuelta para mirarse, comunicándose mediante su inesperadamente locuaz culo.

– Mierda. Nos hemos casado de verdad, ¿no?

– Están los casados -supuso ella- y los respetablemente casados. Ahora que hablamos del tema, dónde se ha metido esa cosa…, oh, aquí la tenemos…

– Mierda, Lake.

Una semana después de la noche de bodas, Deuce y Sloat pensa_ron darse una breve vuelta por la región.

– No te importa, ¿verdad que no, palomita?

– Qué…

– Vigila ese café -gruñó Sloat.

Antes de que ella se diera cuenta, habían salido por la puerta y cruzado el barranco, y no volvieron al anochecer ni durante toda la semana siguiente, y cuando aparecieron por fin fue entre una tormen_ta de roncas y agudas carcajadas que ella oyó a casi un kilómetro y que ni Deuce ni Sloat podían controlar. Entraron y se sentaron sin parar de reír, sus ojos, oscuros por la falta de sueño, la taladraron, sin apartarse un momento de ella. Lake sintió más asco que miedo.

Cuando se hubieron calmado lo bastante:

– ¿Habéis venido para quedaros? -acertó a preguntar-, ¿o sólo ha_béis vuelto para cambiaros los calcetines?

El comentario soltó de nuevo sus risas.

A partir de entonces, casi no pasaba día sin su correspondiente bronca posnupcial. Sloat se había instalado en casa, o eso parecía, y la cuestión de su interés por la novia acabó apareciendo inexorable_mente.

– Adelante, socio -ofreció Deuce una noche-. Es toda tuya. Me vendrá bien un descanso.

– Oh, vamos, Deuce, las sobras son sólo para los mandados, todo el mundo lo sabe, y yo no soy el mandado de nadie.

– ¿La estás rechazando, Sloat? Puede que no sea material de Market Street, pero échale una mirada, sigue teniendo un bonito envoltorio.

– Se pone a temblar cada vez que me acerco a menos de tres me_tros, ¿me tiene miedo?