– ¿Por qué no se lo preguntas a ella?
– ¿Me tiene miedo, señora? -Sí.
– Bueno, al menos es algo, supongo.
Lake no captó en ese momento que ésa era la noción que tenía Sloat del jugueteo amoroso. De hecho, cuando lo entendió, él hacía mucho que ya se había ido.
Pero hasta entonces, oh, ¿hasta qué punto podía llegar a ser una chica mala? Casi sin darse cuenta, se encontró desnuda y los tres acos_tados en la planta de arriba del Elk Hotel de Colorado Springs.
– No pasaba desde aquella china en Reno -decía Deuce-, ¿te acuer_das de ella?
– ¡Umm! ¡La del conejito torcido!
– Un poco de seriedad -dijo Lake.
– Lo juro, tenía una especie de cruz ahí, te lo enseñaremos.
La mantenían desnuda la mayor parte del tiempo. A veces le po__trás, a veces en el culo, de manera que se acostumbró rápidamente a probar sus propios fluidos mezclados con mierda.nían un par de trabas laterales de cuero para sujetarla a la cama, pero dándole el suficiente margen a la cadena para que pudiera moverse. No lo hacían para obligarla, ella siempre estaba dispuesta a complacerlos. Cuando Lake asumió que iban a usarla por partida doble, se descubrió buscándolo ella misma, por lo general una en la boca y la otra por de
– Supongo que esto me convierte en una chica muy mala -dijo en voz baja mirando a Deuce.
Sloat le agarró un mechón de pelo y la forzó a pegar la cara a la polla de su legítimo esposo.
– No es eso lo que te convierte en muy mala, puta glotona, lo que te convierte en un mal bicho es haberte casado con mi pequeño com_padre aquí presente.
– Pues se ha llevado dos por el precio de uno -se rió Deuce-, Ser una mierda de chica mala sale a cuenta.
Ella descubrió en sí misma inesperados talentos para el flirteo y la insinuación; tenía que andarse con cuidado para que nunca pareciera que exigía nada, pues esos dos podían fastidiar la fiesta más rápido que el sangrado mensual. Deuce y Sloat eran los chicos malos más suscep_tibles que había conocido jamás, cualquier cosa los sacaba de quicio. Los tranvías en la calle o que uno silbara la melodía equivocada. Sólo una vez había sido tan incauta como para sugerir: «Chicos, ¿por qué no me dejáis aparte por una vez y os lo montáis entre vosotros para variar?». La conmoción y la rabia se palparon durante días.
Sloat tenía debilidad por el color verde. Se presentaba a menudo con aquellos objetos peculiares, casi siempre robados de alguna parte, que quería que ella se pusiera, guantes, gorros de bebé, medias de ci_clista, sombreros recortados o planos, tanto daba, siempre que fueran en algún tono de verde.
– Deuce, tu socio está como una cabra.
– Ajá, nunca he soportado el verde, yo soy un hombre malva -dijo sacando un delantal de guinga manchado de grasa teñido más o me_nos de ese color-. ¿Te importa?
La llevaron a las Cuatro Esquinas y la colocaron de modo que una de sus rodillas quedaba en Utah, la otra en Colorado, un codo en Arizona y el otro en Nuevo México, con el punto de inserción justo encima de la mítica mirilla. Entonces la hicieron rotar en los cuatro sentidos. Sus pequeños rasgos apretados contra la tierra, la tierra rojo sangre.
Así que durante un tiempo aquél fue un hogar de tres miembros con una más que discutible intimidad. Los secuaces parecían poco dis____________________ro de que si se lavaba mucho las nía un terror supersticioso al agua; hasta el punto de que estaba segudo estaba despierto. Sloat no pensaba mucho en bañarse, de hecho teparada para permitir que ninguno de los dos se alejara cabalgando por la meseta más allá del alcance de un rifle. Deuce roncaba, incluso cuanpuestos a romper su sociedad en ese momento, y Lake no estaba premanos, tendría mala suerte. Lake lo engatusó sólo una vez para que lo hiciera, y esa noche, en la mesa, mien_tras cenaban, algo golpeó el tejado con un tremendo ruido, e hizo que la sopa de Sloat lo salpicara todo.
– ¡Ahí está! ¿Lo ves? ¿Te parece ahora que estoy loco?
– Por Dios -dijo Lake-, es una marmota.
– Ella está bien -le confesó Deuce a su socio-, aunque sea una pa_tada en los cojones.
– Es tu penitencia, 'huevón' -dijo Sloat adoptando su cómico acen_to mexicano.
– Eso son memeces de católicos. Nada que yo entienda, pero gra_cias en cualquier caso.
– Da igual lo que entiendas, incluso lo que pienses. Si es que pien_sas, 'pinche cabrón'. Si matas, la pagas.
– O huyes -dijo Deuce con una sonrisa distante, como si le com_placiera la situación.
Sloat captó señales de advertencia con la misma claridad que un telegrafista recibiría noticias de un tren de medianoche a punto de irrumpir en la estación y cargado de dinamiteros con malas inten_ciones.
Un día, en Telluride, convocaron a Deuce a las oficinas del re__para de Webb, algo que parecía haber sucedido hacía siglos.presentante de la empresa que le había contratado para que se ocu
– Los atentados con dinamita prosiguen, señor Kindred.
Deuce no tenía por qué simular sorpresa.
– El viejo Webb no era el único anarquista en las San Juan, ¿ver_dad que no?
– Todos tienen el mismo modus operandi, dinamita enganchada a un Ingersoll de dos dólares, lo hace a la misma hora, justo antes de que amanezca… Este incluso pone las bombas según las fases de la Luna, igual que Traverse.
Deuce se encogió de hombros.
– Podría ser un aprendiz suyo.
– Mis superiores creen que debo plantearle una pregunta delica_da. Por favor, no la malinterprete. -Deuce la vio venir pero mantuvo la calma, a la espera-. ¿Está seguro de que lo mató, señor Kindred?
– Lo enterraron en el cementerio de mineros de Telluride, exhu_men el cadáver y compruébenlo.
– Tal vez ya no sea posible realizar una identificación como es de_bido.
– ¿Está insinuando que maté a alguien que se le parecía? ¿Al pri__pietarios quieren que les devuelva el dinero, ¿se trata de eso?mer muerto de hambre que me crucé en una cantina? Y ahora los pro
– ¿Lo he dicho yo? Vaya. Sabíamos que se enfadaría.
– A la puta mierda, claro que estoy enfadado, ¿quién se cree que es?
Tenía que reconocérselo a ese sicario de la empresa: no parecía importarle demasiado a quién provocaba.
– También está el asunto de sus relaciones personales con la hija del sujeto…
Deuce se encontraba ya a mitad del salto, chillando, con los pies levantados del suelo y las manos a sólo unos centímetros de la gargan__dad y Deuce se estrelló contra la mesa de la máquina de escribir.ta del representante, cuando le sorprendió la aparición de un 32 de doble disparo extraído de algún lugar oculto en el traje, comprado en unos almacenes, de su interlocutor, por no mencionar la otra arma en manos de un secuaz a quien el momentáneamente desquiciado Deuce ni siquiera había visto. El representante le esquivó con agili
– Habitualmente no somos gente vengativa -susurró el represen_tante-, No hace falta que le diga que ya habíamos sopesado la posi_bilidad de un imitador. Seguiremos concediéndole el beneficio de la duda hasta que concluyan nuestras investigaciones. Sin embargo, si éstas demuestran que usted aceptó un pago por un trabajo que no realizó, bien, entonces quién sabe qué forma adoptará nuestro resentimiento.
Bien, tal vez fue el cactus que explotó misteriosamente junto a su cabeza un día en Cortez, o el as de espadas que le llegó por correo poco después, el caso es que Deuce tuvo que empezar a explicarle con tacto a Lake que alguien podía estar persiguiéndole.
Ella todavía daba a veces extrañas muestras de inocencia. Se imagi__blemas menores que pasarían pronto al olvido.nó que sería por dinero que debía, o por algo trivial de ese género, pro
– ¿Quiénes son, Deuce? ¿Es por algo de lo que pasó en Butte?