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Sin duda, el oro y la plata le estaban amargando la vida. Al poco tiempo, empezó a evitarlos. Sencillamente se dijo a sí mismo que era lo más práctico. Había visto demasiada miseria fruto de las subidas y bajadas de ambos metales, sobre todo después de la Abrogación del 93. La tabla periódica de elementos estaba llena de otras posibilidades, «los juncos de la mineralogía», como solía decir uno de sus profesores, «que están ahí, son parte de la Creación, esperando a que alguien adivine cómo pueden ser útiles».

Y así fue como empezó a trabajar con elementos menos acredi_tados, como el zinc, y en consecuencia pasaba más tiempo en Lake County del que jamás había esperado.

Leadville hacía mucho que había dejado atrás sus días de gloria; ahora, en la era post-Abrogación, ya no era la ciudad de Haw Tabor, aunque la viuda, una leyenda, todavía seguía escondida en la mina Matchless con un arma de fuego que no dudaba en descargar contra quienquiera que se acercara; y allí pervivía una inclinación, numinosa y enraizada en lo más profundo, a buscar líos por las razones más peregrinas. El interés había pasado de la plata al zinc; de hecho, había una verdadera Fiebre del Zinc, el mineral mejor pagado que podía ex____________________blemente deseadas, y a veces se veían figuras sombrías arrodillándose, estirándose para tocar los montones de escoria con reverencia, como si, al modo de una eucaristía contracristiana, representara el cuerpo de un amado sobrenatural.bre los interiores iluminados, los jugadores de faro y las chicas insaciatilación. Esas pilas se cernían allá arriba, como un negro misterio, socla exótica y en gran medida desconocida de cisco, escoria, antracita, pirita y otros compuestos de cobre, arsénico, antimonio, bismuto y algo que los mineros llamaban «molibnero»; elementos distintos que emergían a distintas temperaturas, así que había que controlar la desta obtener óxido de zinc, y luego reducir el óxido a metal. Pero en Leadville la escoria, que se alzaba en pilas negras por toda la ciudad, por no mencionar que cubría las calles y los callejones, era una mezcillo: primero tenía que extraerse el azufre fundiendo la mezcla hastaban obteniendo contenidos de zinc de hasta el 45 por ciento. El tratamiento aplicado a la mezcla más corriente de zinc local era sentraerse allí por entonces, cuyo valor superaba el del oro y la plata combinados. Parece que cierto brillante ingeniero había inventado un modo de tratar los montones de escoria de las viejas minas de plata de antes de la Abrogación, y así algunas fábricas de concentración es

– Un poco como la alquimia -le pareció a Wren Provenance, una antropóloga que había salido hacía un año del Radcliffe College en el este, y con quien Frank se había liado inesperadamente.

– Sí. Montones de residuos sin valor convertidos en montones de billetes.

– Durante siglos esos montones seguirán ahí, y alguien pasará y los mirará desde abajo y empezará a hacerse preguntas. A lo mejor los toma por estructuras de algún tipo, edificios gubernamentales o pue_de que templos. Misterios antiguos.

– Pirámides de Egipto.

Ella asintió.

– La forma es común a muchas culturas antiguas. Sabiduría secreta, con algunos detalles diferentes, pero la estructura subyacente es siem_pre la misma.

Frank y Wren se habían conocido un sábado por la noche en Denver, en un salón de variedades. Sobre el escenario, unos negros con cucharas y banjo montaban jaleo. Ella estaba con unos conocidos de la universidad, incluyendo una pareja de sabios de Harvard que querían visitar un tugurio chino en el barrio Hijos del Cielo. Para regocijo de Frank, Wren rehusó la propuesta.

– ¡Y no se olviden de probar un poco de la Garra de Oso en Sal_sa de Pulpo, amigos!

Se quedó al lado de Wren, despidiéndolos con la mano hasta que el taxi desapareció doblando la esquina.

Cuando se quedaron solos:

– Lo que de verdad necesito ver -le confió Wrenes el Denver Row y algún local de mala fama. ¿Me acompañas?

– ¿Un qué? Ah.-Frank reconoció en sus ojos de avellana una chis____________________brío a la que ya entonces tendría que haber prestado más atención-, Y… eso es estrictamente por razones científicas, claro.ligroso que alentador, y tras la cual se intuía una propensión a lo sompa que, a esas alturas, debería haber interpretado como algo más pe

– No podrían ser más antropológicas.

Fueron a Market Street y entraron en el Salón de Espejos de Jennie Rogers. Wren se vio inmediatamente rodeada por la mitad de las camareras, que la condujeron amablemente a la planta de arriba. Un poco más tarde, él miró por una puerta y allí estaba ella, sin mucha ropa encima, la que le quedaba toda de color negro y de ceñido encaje, in__cluyendo unas medias torcidas, ante un poliedro abierto de espejos, estudiándose desde todos los ángulos posibles. Transformada.

– Un atuendo interesante, Wren.

– Tras tanto montar y tanto escalar, y tantas actividades al aire li_bre, es un alivio volver al corsé.

Las chicas se divertían.

– Quieta, que nos lo vas a despertar.

– ¿Te importa que nos lo llevemos un momento?

– Oh -dijo él mientras lo arrastraban-, creía que nosotros íbamos a… -incapaz de dejar de mirar fijamente, o, como él habría dicho, «contemplar», a la intricadamente ataviada Wren hasta el último mo_mento.

– No te preocupes, Frankie, ella seguirá aquí cuando vuelvas -dijo Finesse.

– Nosotras la cuidaremos muy bien -le tranquilizó Fame con una sonrisa maliciosa. Lo que hizo que Wren se distrajera lo suficiente para dejar de admirarse un instante y se volviera para buscar los ojos de las chicas, con una de esas expresiones de fingida consternación que se ve de vez en cuando en las ilustraciones eróticas.

Cuando Wren volvió a aparecer, lucía otra escandalosa ropa inte__tre sus desatendidos cabellos.rior, sostenía una botella de bourbon por el cuello y daba caladas a la colilla de un habano. Un casco de uniforme de gala de caballería, con un águila dorada, trenza y borlas, se apoyaba en ángulo descuidado en

– ¿Te lo pasas bien?

Sus párpados no se molestaban en permitir que el brillo de sus ojos se abriera paso. Hablaba arrastrando las palabras, en tono agudo, y no podía descartarse del todo que se debiera a los efectos del opio, supuso él.

– Un tejido fascinante…, volúmenes…, menudos son algunos de estos ganaderos, por Dios. -Entonces, pareciendo que le reconocía, sonrió lentamente-. Sí, y surgió tu nombre.

– Oh, oh.

– Dijeron que eras demasiado amable.

– ¿Yo? Es que nunca me han visto de mal humor, eso es todo. Lle_vas unas rayas rojas en las medias, ahí abajo.

– Pintalabios.

Si él esperaba que se ruborizara, no lo consiguió. Es más, le de_volvió la mirada con descaro, directamente a los ojos. Frank reparó en que los contornos escarlatas de sus labios se habían desdibujado y el kohl alrededor de sus ojos se había corrido, como si hubiera llorado.