Выбрать главу

– ¿Cómo demonios has logrado entrar aquí?

Rowe apenas se dignó mirarlo.

– Supongo que olvidabas que dispongo de mi propia suite privada en el avión de la empresa. Además, me gusta comprobar que los proyectos se llevan a cabo, hasta su terminación.

– ¿Dice ella la verdad? ¿Hiciste asesinar a tu propio amante?

– Eso es algo que a ti no te importa -contestó Rowe, que lo miró con calma.

– Se trata de mi empresa. Todo lo que le afecte me importa.

– ¿De tu empresa? No lo creo. Ahora que tenemos a CyberCom, ya no te necesito. Mi pesadilla ha terminado por fin.

El rostro de Gamble enrojeció. Le hizo una seña a Richard Lucas.

– Creo que necesitamos enseñarle a este imbécil algo de respeto hacia su superior. -Richard Lucas extrajo su arma, pero Gamble negó con un gesto de la cabeza-. Sólo vapuléalo un poco -dijo, con mirada maliciosamente brillante.

Pero el brillo se apagó rápidamente cuando Lucas hizo girar la pistola hacia su dirección y el puro se le cayó de la boca al jefe de la Tritón.

– ¡Qué demonios es esto! Traidor, hijo de puta…

– ¡Cállate! -le rugió Lucas-. Cierra el pico o te vuelo los sesos ahora mismo. Te juro que lo hago.

La mirada de Lucas se fijó intensamente en el rostro de Gamble y éste se apresuró a cerrar la boca.

– ¿Por qué, Quentin? -Las palabras parecieron flotar suavemente a través de la estancia-. ¿Por qué?

Rowe se volvió y se encontró con la mirada de Sidney fija en él. Respiró profundamente.

– Cuando compró mi empresa, Gamble redactó los documentos legales de tal modo que técnicamente controlaba mis ideas, todo. En esencia, me poseyó también a mí. -Por un momento, miró al ahora dócil Gamble, con una expresión de asco apenas disimulada. Luego se volvió a mirar a Sidney y adivinó sus pensamientos-. Sí, ya sé, la pareja más extraña del mundo.

Se sentó ante la mesa, delante del ordenador y miró fijamente la pantalla mientras seguía hablando. La cercanía del equipo de alta tecnología parecía tranquilizar aún más a Quentin Rowe.

– Pero, entonces, Gamble perdió todo su dinero. Mi empresa no iba a ninguna parte. Le rogué que me permitiera librarme del trato acordado entre nosotros, pero dijo que me perseguiría ante los tribunales durante años si me atrevía a nacerlo. No sabía qué hacer. Entonces, Steven conoció a Lieberman y se concibió el complot.

– Pero tú hiciste matar a Page. ¿Por qué? -Rowe no contestó-. ¿Intentaste descubrir quién le transmitió el sida? -Robert seguía sin contestar. Unas lágrimas cayeron sobre el teclado-. ¿Quentin?

– Yo se lo transmití. ¡Yo lo hice! -explotó Rowe desde su silla. Se levantó, se tambaleó un momento y luego se derrumbó de nuevo sobre el asiento. Continuó hablando con un tono de voz doloroso-: Cuando Steve me dijo que las pruebas dieron positivo, no pude creerlo. Pensamos que podía haber sido Lieberman. Conseguimos una copia de su expediente médico. Estaba limpio. Fue entonces cuando me sometí a un examen. -Le empezaron a temblar los labios-. Y entonces me dijeron que yo también era seropositivo. Lo único en lo que se me ocurrió pensar fue en una condenada transfusión de sangre que me hicieron cuando tuve un accidente de coche. Comprobé las cosas con el hospital y descubrí que algunos otros pacientes sometidos a cirugía también habían contraído el virus durante el mismo período. Se lo conté todo a Steven. Me importaba mucho. Jamás me había sentido tan culpable en toda mi vida. Creía que él lo comprendería. -Rowe respiró profundamente-. Pero no fue así.

– ¿Amenazó con delatarte? -preguntó Sidney.

– Habíamos llegado demasiado lejos, trabajado demasiado duro. Steven ya no podía pensar con claridad y una noche… -Rowe sacudió la cabeza, sumido en el más completo abatimiento-. Una noche acudió a mi apartamento. Estaba muy bebido. Me dijo lo que iba a hacer. Iba a contarle a todo el mundo lo de Lieberman, el plan de chantaje. Todos iríamos a la cárcel. Le dije que hiciera lo que le pareciera más correcto. -Rowe hizo una nueva pausa, con la voz quebrada-. A menudo le administraba sus dosis diarias de insulina, y tenía una reserva en mi apartamento, porque a él siempre se le olvidaba. -Rowe miró las lágrimas que ahora caían sobre sus manos-. Steven se tumbó en el sofá. Mientras dormía, le inyecté una sobredosis de insulina, lo desperté y lo envié en un taxi a su casa. -Tras una pausa, Rowe añadió con voz serena-: Y murió. Mantuvimos nuestra relación en secreto. La policía ni siquiera me interrogó. -Miró a Sidney-. Lo comprendes, ¿verdad? Tenía que hacerlo. Todo por mis sueños, por mi visión del futuro. -Su tono de voz era casi suplicante. Sidney no le dijo nada. Finalmente, Rowe se levantó y se limpió las lágrimas-. La CyberCom era la última pieza que necesitaba. Pero tuve que pagar un alto precio por ello. Con todos los secretos que había entre nosotros, Gamble y yo estábamos unidos de por vida. -Ahora, Rowe sonrió con una mueca repentina, al tiempo que se volvía a mirar a Gamble-. Afortunadamente, le sobreviviré.

– ¡Eres un hipócrita bastardo!

Gamble trató de llegar junto a Rowe, pero Lucas se lo impidió.

– Pero Jason lo descubrió todo cuando repasaba los datos en el almacén, ¿verdad? -preguntó Sidney.

Rowe explotó de nuevo y dirigió sus palabras contra Gamble.

– ¡Idiota! En ningún momento has sabido respetar la tecnología y todo ocurrió por culpa tuya. No te diste cuenta de que los correos electrónicos secretos que enviaste a Lieberman podrían ser captados en una copia de seguridad en cinta, aunque luego tú los borraras. Estabas tan condenadamente obsesionado por el dinero que mantuviste tus propios libros, en los que se documentaban los beneficios obtenidos mediante las acciones de Lieberman. Todo eso estaba guardado en el almacén. ¡Idiota! -exclamó de nuevo. Luego se volvió a mirar a Sidney-. Nunca quise que ocurriera nada de todo esto. Te ruego que me creas.

– Quentin, si cooperaras con la policía… -empezó a decir Sidney.

Rowe estalló en una risotada y las esperanzas de Sidney se desvanecieron por completo. Regresó junto al ordenador portátil y extrajo el disquete.

– Ahora soy el jefe de Tritón Global. Acabo de conseguir la única acción que me permitirá conseguir un mejor futuro para todos nosotros. Y no tengo la intención de perseguir ese sueño desde una celda en la cárcel.

– Quentin…

Pero lo que iba a decir Sidney se quedó congelado cuando Rowe se volvió a mirar a Kenneth Scales.

– Procura que sea rápido. Quiero decir que no hay por qué hacerla sufrir. -Luego hizo un gesto hacia donde se encontraba Gamble-. Arroja los cuerpos al océano, tan lejos como puedas. Que parezca una desaparición misteriosa. Dentro de unos meses, nadie se acordará de ti -le dijo a Gamble, y sus ojos se iluminaron sólo de pensarlo.

Gamble fue sacado lentamente de la estancia, a pesar de sus forcejeos y maldiciones.

– ¡Quentin! -gritó Sidney cuando Scales se le acercó.

Pero Quentin Rowe no se volvió a mirarla.

– ¡Quentin, por favor!

Finalmente, él la miró.

– Sidney, lo siento mucho. De veras que lo siento.

Con el disquete en la mano, se dispuso a abandonar la estancia. Al pasar junto a ella, le dio una suave palmadita sobre el hombro.

Con la mente y el cuerpo aturdidos, Sidney dejó caer la cabeza hacia su pecho. Al levantarla de nuevo, vio unos ojos fríos y azules que parecían flotar hacia ella. El rostro de aquel hombre estaba totalmente desprovisto de emociones. Ella miró a su alrededor. Todos los presentes observaban intensamente el metódico avance de Scales, a la espera de ver cómo la mataría. Sidney rechinó los dientes e hizo denodados esfuerzos por mantener la imagen de su hija fija en su mente. Amy estaba a salvo. Sus padres estaban a salvo. Teniendo en cuenta las circunstancias, eso era lo mejor que había podido conseguir. «Adiós, cariño. Mamá te deja. -Las lágrimas empezaron a resbalar sobre su rostro-. Te ruego que no me olvides, Amy. Te lo ruego.»

Scales levantó su cuchillo y una sonrisa se extendió sobre su rostro al contemplar la brillante hoja. La luz que reflejaba daba al metal un duro color rojizo, tal como había tenido en tantas otras ocasiones en el pasado. La sonrisa de Scales desapareció al observar la fuente de donde procedía aquella luz rojiza y vio entonces el diminuto punto rojo del láser sobre su pecho y el rayo apenas visible, del grosor de un lápiz, que emanaba a partir de aquel punto rojo.