– ¿Y qué?
– No te dije en ningún momento que el aire acondicionado estaba encendido en el apartamento de Riker. De hecho, volví a poner la calefacción en cuanto descubrimos el cuerpo. En ninguno de los informes se mencionó que estuviera puesto el aire acondicionado, aunque, de todos modos, tú tampoco habrías tenido acceso a ellos. -El rostro de Hardy se había puesto ceniciento-. Tú lo sabías, Frank, sencillamente porque fuiste tú mismo quien puso en marcha el aire acondicionado. Cuando descubriste lo del atentado, te diste cuenta de que Gamble te había utilizado. Demonios, quizá tuvieron la intención de asesinar a Riker desde el principio. Pero tú estuviste más que dispuesto a hacer los honores. No se me ocurrió pensarlo hasta que me encontré con el trasero helado en una furgoneta de la policía, mientras nos dirigíamos hacia aquí.
Sawyer se adelantó un paso.
– Doce disparos, Frank. Admito que eso me extrañó realmente. Tuviste que sentirte tan furioso con aquel tipo que perdiste un poco el control y vaciaste sobre él todo el cargador. Supongo que todavía quedaba en ti un poco del policía que fuiste. Pero ahora, todo ha terminado.
Hardy tragó saliva con dificultad e hizo esfuerzos por controlar sus nervios.
– Mira, Lee, todo el mundo que sabía algo sobre mi implicación está muerto.
– ¿Qué me dices de Jason Archer?
Hardy se echó a reír.
– Jason Archer fue un estúpido. Quería el dinero, como todos nosotros. Pero él no tenía estómago, como lo tenemos tú y yo. Seguía sufriendo pesadillas. -Hardy avanzó hacia un lado-. Puedes mirar hacia otra parte, Lee. Eso es todo lo que te pido. Y al mes que viene puedes empezar a trabajar para mi empresa. Un millón de dólares al año. Opciones sobre las acciones y trabajo. Tendrás las cosas solucionadas durante el resto de tu vida.
Sawyer arrojó el cigarrillo.
– Frank, permíteme que te deje una cosa bien clara. No me gusta pedir la comida en idiomas extranjeros, y no reconocería una condenada acción bursátil aunque me la encontrara de frente y se me pegara justamente en las pelotas. -Sawyer levantó el arma-. El lugar adonde vas, las únicas opciones que realmente te quedan son a lo más alto o a lo más bajo.
Hardy se echó a reír.
– Nada de eso, viejo amigo. -Extrajo entonces el disquete de su bolsillo-. Si quieres esto, deja el arma.
– Tienes que estar bromeando…
– Deja el arma -gritó Hardy-, o arrojo al Atlántico todo el caso. Si me dejas marchar, te lo enviaré por correo desde lugares desconocidos.
En el rostro de Hardy apareció una sonrisa cuando Sawyer bajó el arma. Entonces, cuando Sawyer vio aquella sonrisa, volvió a sostener bruscamente la pistola en su posición original.
– Antes quiero saber la respuesta a una pregunta. Y la quiero saber ahora.
– ¿De qué se trata?
Sawyer se adelantó, con el dedo tenso sobre el gatillo.
– ¿Qué le ocurrió a Jason Archer?
– Mira, Lee, ¿qué importa eso…?
– ¿Dónde está Jason Archer? -rugió Sawyer por encima del estruendo de las olas-. Porque eso es exactamente lo que quiere saber la mujer que espera en esa casa y, maldita sea, me lo vas a decir, Frank. Y, a propósito, puedes arrojar ese disquete todo lo lejos que quieras, porque Rich Lucas está vivo -mintió Sawyer, que había visto muerto a Lucas en medio del campo de batalla en que se había convertido aquella habitación en la mansión. El silencioso centinela había guardado silencio para siempre-. ¿Quieres apostar lo ansioso que está por declarar todo lo que sabe sobre ti?
La expresión del rostro de Hardy se hizo tan fría como la piedra al darse cuenta de que su única vía de escape acababa de evaporarse.
– Llévame a la casa, Lee. Quiero hablar con mi abogado.
Hardy se dispuso a avanzar, pero se detuvo en seco al observar la postura de Sawyer, que parecía dispuesto a disparar en cualquier momento.
– Ahora, Frank. Dímelo ahora mismo.
– ¡Vete al infierno! Léeme mis derechos si quieres, pero apártate de mi condenada cara.
Por toda respuesta, Sawyer desplazó la pistola ligeramente hacia la izquierda y disparó una sola bala. Hardy lanzó un grito cuando la bala arrancó la piel y la parte superior de su oreja derecha. La sangre resbaló por la mejilla. Cayó al suelo.
– ¿Te has vuelto loco? -Sawyer apuntó ahora directamente a la cabeza de Hardy-. Te quitarán la placa y la pensión, y el culo se te pudrirá en la cárcel durante más años de los que te quedan de vida, hijo de puta -gritó Hardy-. Lo perderás todo.
– No, lo ganaré. No eres tú la única persona capaz de manipular el escenario del crimen, viejo amigo. -Hardy lo miró con creciente asombro, mientras Sawyer se abría la pistolera que llevaba al cinto y sacaba otra pistola de diez milímetros, que sostuvo en alto-. Ésta será el arma que me arrebataste en el forcejeo. La encontrarán sujeta en tu mano. Desde ella se habrán disparado varias balas, lo que demostrará tus intenciones homicidas. -Indicó con un gesto hacia el vasto océano-. Será un tanto difícil encontrarlas ahí fuera. -Levantó la otra pistola-. Fuiste un investigador de primera, Frank. ¿Te importaría deducir por ti mismo qué papel jugará esta pistola?
– ¡Maldita sea, Lee! ¡No lo hagas!
– Ésta será la pistola que utilizaré para matarte -siguió diciendo Sawyer con calma.
– ¡Santo Dios, Lee!
– ¿Dónde está Archer?
– Por favor, Lee, ¡no lo hagas! -suplicó Hardy.
Sawyer acercó el cañón del arma hasta situarlo a pocos centímetros de la cabeza de Hardy. Cuando éste se cubrió la cabeza con las manos, Sawyer efectuó un rápido movimiento y le arrebató el disquete de entre los temblorosos dedos.
– Ahora que lo pienso, esto podría venirme muy bien -dijo, al tiempo que se lo guardaba en el bolsillo-. Adiós, Frank -añadió al tiempo que su dedo empezaba a presionar el gatillo.
– Espera, espera, por favor. Te lo diré. Te lo diré. -Hardy guardó un momento de silencio y luego miró el rostro inexorable de Sawyer-. Jason está muerto -dijo finalmente.
Aquellas tres palabras golpearon a Lee Sawyer como las chispas de un rayo. Sus anchos hombros se derrumbaron y sintió que le abandonaban los últimos vestigios de su energía. Era casi como si hubiera muerto él mismo. Estaba casi seguro de que se encontraría al final con este resultado, pero aún confiaba en que se produjera un milagro, por el bien de Sidney Archer y de la pequeña. Algo le hizo volverse a mirar detrás de él.
Sidney se encontraba en lo alto del sendero, a poco más de un metro de distancia de él, empapada y temblorosa. Sus miradas se encontraron bajo la tenue luz de la luna, repentinamente surgida a través de un hueco entre las nubes. No necesitaron hablar. Ella misma había escuchado la terrible verdad: su esposo jamás regresaría a su lado.
Un grito brotó por el lado del acantilado. Con el arma preparada, Sawyer se giró en redondo, a tiempo de ver cómo Hardy caía por el acantilado. Se asomó por el borde y tuvo tiempo de ver a su viejo amigo que rebotaba entre las puntiagudas rocas, allá abajo, y terminaba por desaparecer entre las violentas aguas.
Sawyer observó fijamente el abismo durante un rato y luego, con un furioso impulso, arrojó la pistola todo lo lejos que pudo, hacia el océano. Aquel movimiento le provocó un desgarro en las doloridas costillas, pero ni siquiera notó el dolor. Cerró los ojos con fuerza y luego los abrió para contemplar fijamente el perfil salvaje del Atlántico.
– ¡Maldita sea!
El corpachón de Sawyer se inclinó pesadamente hacia un lado, al tiempo que hacía esfuerzos por mantener inmóviles sus costillas fracturadas y en funcionamiento sus cansados pulmones. El antebrazo desgarrado y el rostro golpeado empezaron a sangrar de nuevo.
Se puso rígido al sentir la mano sobre su hombro. Teniendo en cuenta las circunstancias, a Sawyer no le habría extrañado nada ver a Sidney Archer huyendo de allí a toda velocidad; casi esperaba que lo hiciera así. Pero, en lugar de eso, ella le rodeaba la cintura con un brazo y se colocaba un brazo de él sobre su hombro, ayudando así al herido agente del FBI a descender por el sendero.