Ninguno de los dos dijo nada durante varios minutos; ambos se quedaron mirando fijamente las llamas. Finalmente, Sawyer la miró.
– ¿Qué vas a hacer ahora?
Sidney se encogió de hombros.
– Tylery Stone perdió a dos de sus mejores clientes, Tritón y RTG. No obstante, Henry Wharton fue muy amable conmigo. Me dijo que podía regresar, pero no sé si tengo ánimos para eso. -Se cubrió la boca con la toalla y luego dejó caer la mano sobre el regazo-. Probablemente, sin embargo, no me queda otra alternativa. Jason no tenía un seguro de vida muy importante. Ya casi hemos agotado nuestros ahorros. Y con el nuevo bebé en camino…
Sacudió la cabeza con tristeza. Sawyer esperó un momento y luego se metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y extrajo lentamente un sobre.
– Quizá esto te pueda ayudar.
Ella se frotó los ojos.
– ¿.Qué es?
– Ábrelo.
Extrajo el papel alargado que contenía el sobre. Finalmente, levantó la mirada hacia Sawyer.
– ¿Qué es esto?
– Es un cheque a tu nombre por importe de dos millones de dólares. No creo que te lo rechacen, sobre todo teniendo en cuenta que ha sido extendido por el Tesoro de Estados Unidos.
– No lo comprendo, Lee.
– El gobierno había ofrecido una recompensa de dos millones de dólares a todo aquel que diera información que condujera a la captura de la persona o personas responsables del atentado contra el avión.
– Pero yo no hice nada. No he hecho nada para ganarme esto.
– De hecho, estoy absolutamente seguro de que ésta será la única vez en mi vida que le entregaré a alguien un cheque por tanta cantidad de dinero y luego le diré lo que voy a decirte a ti.
– ¿Y qué es?
– Que esa cantidad ni siquiera se aproxima a ser suficiente. Que no hay dinero en todo el mundo que pueda ser suficiente.
– Lee, no puedo aceptar esto.
– Ya lo has aceptado. La entrega del cheque no es más que una ceremonia. Los fondos ya han sido depositados en una cuenta especial abierta a tu nombre. Charles Tiedman, el presidente del Banco de la Reserva Federal en San Francisco, ya ha preparado un equipo de excelentes asesores financieros para invertir los fondos en tu nombre. Todo ello gratuitamente. Tiedman fue uno de los mejores amigos de Lieberman. Me pidió que te transmitiera su más sincera condolencia y agradecimiento.
Al principio, el gobierno de Estados Unidos se había mostrado reacio a entregarle la recompensa a Sidney Archer. Lee Sawyer necesitó todo un día de entrevistas con los congresistas y representantes de la Casa Blanca para hacerles cambiar de opinión. Todo el mundo se mostró inflexible sobre un punto: no debían filtrarse los detalles de la deliberada manipulación de los mercados financieros de Estados Unidos. La sugerencia, algo menos que sutil, de Sawyer de que se uniría a Sidney Archer en los esfuerzos por vender al mejor postor el disquete que le había arrebatado a Frank Hardy en el acantilado de Maine, hizo que todos ellos cambiaran rápidamente de opinión sobre la recompensa. Eso, y el hecho de que él lanzara por los aires una silla en la oficina del fiscal general.
– Esos fondos son libres de impuestos -añadió-. Estarás bastante bien arreglada para toda la vida.
Sidney se limpió los ojos y volvió a introducir el cheque en el sobre. Ninguno de los dos dijo nada durante un rato. El fuego de la chimenea chisporroteó y la madera emitió un crujido. Finalmente, Sawyer miró su reloj y dejó la taza de sidra sobre la mesita.
– Se está haciendo tarde. Estoy seguro de que tendrás cosas que hacer. Y yo tengo que regresar al despacho.
Se levantó.
– ¿Te tomas un respiro alguna vez?
– No, si puedo evitarlo. Además, ¿qué otra cosa podría hacer?
Ella también se levantó y, antes de que él pudiera despedirse, le rodeó los abultados hombros con sus brazos y se apretó contra su cuerpo.
– Gracias.
Apenas si pudo escuchar la palabra, pero no tenía necesidad. Los sentimientos emanaban de Sidney Archer como el calor del fuego de la chimenea. La rodeó con sus brazos y, durante varios minutos, ambos permanecieron de pie, abrazados, delante del fuego parpadeante, mientras se acercaba el sonido de los villancicos que cantaban en la calle.
Cuando finalmente se separaron, Sawyer tomó su mano suavemente entre las suyas.
– Siempre estaré ahí para ti, Sidney. Siempre.
– Lo sé -dijo ella al cabo de un rato, con un susurro. Cuando él ya se dirigía hacia la puerta, ella volvió a hablar. -Ese amigo tuyo, Lee…, quizá puedas decirle que nunca es demasiado tarde.
Mientras se alejaba por la calle, Lee Sawyer vio una luna llena destacada contra el claro cielo negro. Empezó a tararear en voz baja un villancico propio. No regresaría a la oficina. Iría a darle el tostón a Ray Jackson durante un rato, jugaría con sus chicos y quizá comería algo con su compañero y su esposa. Al día siguiente compraría algunos regalos de última hora. Emplearía la vieja tarjeta de plástico y sorprendería a sus hijos. Qué demonios, al fin y al cabo era Navidad. Se desabrochó la placa del FBI del cinturón y extrajo la pistola de la funda. Las dejó en el asiento de al lado. Se permitió una ligera sonrisa, mientras el sedán se alejaba por la calle. El siguiente caso iba a tener que esperar.
Nota del Autor
El avión presentado en las páginas precedentes, el Mariner L800, es ficticio, aunque algunos de los datos indicados en el libro se basan en verdaderos aviones comerciales. Sabiendo eso, los entusiastas de los aviones no tardarán en señalar que el sabotaje del vuelo 3223 está lejos de ser verídico. Los «errores» descritos fueron totalmente intencionados. Mi objetivo al escribir este libro no ha sido el de preparar un manual de instrucciones para causar daño a las personas.
Con respecto al Consejo de la Reserva Federal, será suficiente con decir que la idea de que el destino económico de este país estuviera controlado en buena medida por un puñado de personas que se reúnen en secreto, sin ser supervisados por nadie, fue irresistible para mí desde el punto de vista del narrador. En honor a la verdad, es muy probable que más bien haya atenuado el control de hierro que ejerce la Reserva Federal sobre las vidas de todos nosotros. Para ser justos, sin embargo, y con el transcurso de los años, hay que decir que la Reserva Federal ha permitido que este país navegue bastante bien a través de aguas muy bravas. Su trabajo no es fácil y dista mucho de ser una ciencia exacta. Aunque los resultados de las acciones de la Reserva Federal puedan ser dolorosos para muchos de nosotros, podemos estar razonablemente seguros de que esas decisiones se toman teniendo en cuenta el conjunto del bien del país. No obstante, y con tanto poder concentrado en una esfera tan pequeña y aislada, la tentación de obtener océanos de beneficios ilegales nunca puede estar muy lejos de la superficie. ¡Y las historias que uno podría escribir!
Por lo que se refiere a los aspectos tecnológicos de los ordenadores incluidos en Control total, todos ellos son perfectamente plausibles, al menos en la medida de mis capacidades de investigación, aunque no se hayan utilizado a plena escala o quizá incluso hayan quedado obsoletos, aunque cueste creerlo. No puede negarse la importancia de los numerosos beneficios de la tecnología de los ordenadores; no obstante, cuando se pueden obtener beneficios a tan gran escala, también existe inevitablemente la otra cara de la moneda. A medida que los ordenadores de todo el mundo queden vinculados en una red global, se corre el riesgo, que aumenta proporcionalmente, de que una sola persona pueda llegar a ejercer algún día el «control total» sobre ciertos aspectos importantes de nuestras vidas. Y, como se pregunta Lee Sawyer en la novela: «¿Qué pasará si el tipo es malo?».
David Baldacci
Washington, D. C.
enero de 1997