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La frase de Picasso da por supuesta una discontinuidad, que es la que efectivamente se da en nosotros los no-pintores. Hacía alusión a su época, en la que el don infantil tenía que transmutarse en una eficacia académica. Él volvió a su eficacia infantil, en un triunfo muy de cuento de hadas, y sentó un precedente muy activo gracias a su inmensa fama, que quizá provenga de este hecho.

De lo que se trata entonces es de mantener el continuo, que es el salto de un extremo al otro de la vida, el milagro que transforma a un ser humano en un artista. En los niños la pintura ya es un continuo, y ahí está su maravilla. Un continuo entre todos los niños, una suerte de visibilidad del plasma. Y un continuo del niño a su vida. El desprecio por la obra terminada, por su conservación, indica que la obra es una interrupción del continuo. La atención volátil de los niños podría estar en función del mantenimiento del continuo, que es un devorador de intereses distintos, usados sólo para mantener el movimiento.

Pero los niños, no es que sepan dibujar. Saben qué dibujar. Saben qué quieren dibujar. Ése es el secreto de la voluntad del artista, lo nietzcheano, que implica un dominio del tiempo pues vuelve simultáneos el antes y el después en el mediodía de la acción artística. Lo que saben los niños, es cuál es el relato que está antes del dibujo, el relato acelerado al máximo que desemboca en la imagen. Después, viene el relato que cuenta el dibujo: el comic.

La Vida es un Tango es una novela histórica. Sus tres capítulos o párrafos tratan de tres acontecimientos de la Historia: la Revolución del 30 en la Argentina, el Mayo francés del 68, y el centesimo cumpleaños del protagonista, vuelto procer. Era de esperar que después de la historia de amor que era El Baile de las Locas, o en general la historia que se le hace necesaria para que haya teatro, relato, repetición, Copi llegara a la Historia a secas. No podía dejar de atraer al dramaturgo que es, porque la Historia es un cuento ya escrito. Al tomarla como tema en literatura, la cuestión es hacerla coincidir. ¿Con qué? Consigo misma.

Así la Historia llega a estar madura para la repetición y se hace mito. La coincidencia, lo es de pasado y presente, de cuento y novela, de memoria y olvido. La invención encuentra su utilidad, por ende su oportunidad, en la creación de esta coincidencia, que no se da por sí.

Además, para Copi no hay más que estratos de la ficción. La Historia para él dista de ser un sólido sobre el que construir. Lo ilustra bien el comentario del protagonista a los sucesos de Mayo del 68: "Toda una ciudad es capaz de cambiar de personalidad espontáneamente en el espacio de una hora, y no se trata de un carnaval como en Sudamérica, se lo toman muy en serio, como…" Uno espera: como en lo real de la realidad. Pero no: "como en un trip de ácido".

Es posible que el estímulo para escribir esta novela, al menos la primera parte, Copi lo haya recibido de la publicación de las memorias de su tío Helvio Botana, Tras los dientes del perro. La lectura de este libro la recomiendo, no sólo por lo que concierne a la historia familiar de Copi sino porque es inmensamente divertido e instructivo, pese a lo mal escrito que está. De los memorialistas del tipo de Helvio Botana, la enseñanza primera y última que puede extraerse es que "la vida en anécdotas" requiere mucha gente; para llenar un volumen, a una o dos anécdotas por personaje, y uno o dos personajes por página… Es un tanto melancólico pensarlo. Hay vidas que son como esos libros, y la de Helvio Botana es una. Vidas multitudinarias, y curiosamente devaluadas, como si el protagonista se contaminara de la brevedad fulgurante, de chiste u ocurrencia, en la que aparece y desaparece cada personaje.

Pero la anécdota de Helvio Botana fue la de ser hijo de Natalio Botana. ¿Un padre puede ser una anécdota? Lo es en el instante fulmíneo de la concepción, y puede no ser otra cosa. Pero ese instante tiende a la novela cuando sobreviene el malentendido. Y en la anécdota de Helvio Botana hay una novela. Quizás ustedes conocen la historia: el hijo mayor de Botana, Pitón (todos ellos tenían apodos: Helvio es Poroto, la hermana menor, madre de Copi, la China: la función de los apodos era mantener en secreto los nombres y evitar los hechizos), era el favorito del padre, y tan correspondido que la madre, que era una peligrosa histérica, terminó confesándole que no era en realidad hijo de Botana, y éste lo sabía y lo había hecho su favorito para vengarse de ella. El chico, que tendría unos veinte años, se suicidó ese mismo día de un tiro, manchando de sangre a sus hermanos Poroto y China, a los que abrazaba. Ya muy anciana y senil (era eterómana) la madre, que había vivido con el remordimiento, empezó a alucinar que Pitón estaba vivo, y que no la visitaba por castigarla. Entonces Poroto puso en escena a un falso Pitón, un amigo suyo corpulento y moreno de la edad que tendría su hermano si viviera; era muy parecido a Perón. Le dio instrucciones, y su amigo fue a abrazar a la anciana haciéndose pasar por Pitón. Ella quedó totalmente convencida. El parecido con Perón le da una dimensión histórica a todo el cuento.

Todas las filiaciones fantásticas y funambulescas de Copi tienden a esa constitución de lo novelesco que trasciende la anécdota.

El libro de Helvio Botana es una historia de fracasos alrededor de un único triunfo pleno, el del padre. La mirada de lo microscópico alrededor de lo macroscópico o histórico. Es un libro también, y naturalmente, de la busca de la santidad. El título tan curioso que tiene, Tras los dientes del perro, proviene de la fábula, creo que budista, del perro muerto apestado y horrible, del que alguien dice: "pero qué dientes hermosos tiene". Helvio Botana busca la belleza de la vida, más allá de todos sus disfraces macabros.

La Vida es un Tango es, más que un ajuste de cuentas con su historia familiar, la respuesta de Copi a su tío: la macro-anécdota centenaria desconectada de toda paternidad, la vida que se hace gigante por obra de la novela, del arte. Y la vida de Silvano Urrutia sucede apenas en tres días, tres días prodigiosos en los que sucede todo: ahí es donde se disuelven los privilegios de la paternidad, en el instante que es la vida, lo microscópico es lo macroscópico.

Lo histórico sigue una especie de progresión en los tres capítulos de La Vida es un Tango. En el primero es historia familiar, un abregé de la vida fastuosa y delirante de los Botana; en el segundo, la Historia social y política; y en el tercero, pasamos a un nivel de historia del género humano. La novela termina en una cueva dibujada, donde el protagonista centenario cree recuperar (pero vacila: quizás se confunde) los signos de su infancia, los graffiti que hizo un siglo atrás… En la última página, en el fondo de la cueva, tiene una visión, y muere. Ve un arcoiris perfumado (el aroma era "un Chanel del siglo pasado"). He leído ese pasaje muy hermoso como una ilustración de la teoría del tiempo del obispo Berkeley, que Copi seguramente no conoció (Borges, que se pasó la vida hablando de Berkeley, tampoco la conoció), pero que reinventó a lo larga de toda su obra. Berkeley dice (y era un adolescente de diecisiete años cuando lo dijo) que sólo el tacto nos da una percepción confiable; la vista, ya se sabe, nos engaña todo el tiempo; pero sería insensato decir que la visión no sirve de nada, que la tenemos porque sí. La vista sirve para calcular el espacio que nos separa de las cosas, o sea: para calcular el tiempo que tardaríamos en tocarlas y confirmarlas. La conclusión: no vemos otra cosa que tiempo. Todo lo que hizo Copi es una construcción sobre esta curiosa teoría.

La Cité des Rats

Esta novela es la incursión de Copi en la literatura inglesa, la literatura juvenil por excelencia, y antropológica, y aventurera, y transmutadora. El protagonista es una rata (masculina) de nombre Gouri, amigo de Copi, que lo recogió de recién nacido y lo educó en la lectura de los buenos novelistas ingleses. Separados los amigos porque Copi está con una pierna enyesada en su sexto piso (esto tiene una base reaclass="underline" una vez Copi se quebró una pierna en Nueva York y quedó un mes aislado en un cuarto del Chelsea Hotel, de infame memoria, acompañado de una buena cantidad de ratas; en El Baile de las Locas le amputan una pierna en Nueva York), y la portera tiene una gata, Gouri le escribe cartas. Se hace amigo de otra rata, Rakka, ponen un puesto de venta de gusanos… y de pronto se embarcan en una insólita aventura: se casan con las dos hijas de la Reina de las Ratas, se ven implicados en el juicio a un peligroso asesino italiano, asisten a la muerte del Dios de los Hombres, y el Diablo de las Ratas, que es el padre de Gouri, provoca un anegamiento del mundo del que sólo exceptúa a la isla de la Cité, que se desprende y flota, con las ratas, las locas del hospicio y los reos de la cárcel. En el Océano que es el mundo, presencian la aniquilación de las Armadas rusa y norteamericana, y desembarcan en el Nuevo Mundo para fundar la Ciudad de las Ratas. No necesitan fundarla porque la encuentran, aunque en ruinas: una ciudad en forma de pirámide y laberinto. Se refugian en ella (los persiguen sus compañeros de navegación amotinados) y esa noche sus esposas dan a luz sendas camadas de ratitas… A la luz de la luna Gouri y Rakka emprenden la subida a la punta de la pirámide; los sigue uno de los ratones recién nacidos. Ascienden con temores, pero con el fuego de la aventura que no los ha abandonado nunca, y una vez en la cima una puerta se cierra a sus espaldas… y están en el sótano de París donde tenían su puesto de venta de gusanos. Lo único que les ha quedado de sus aventuras, que duraron una semana, es el ratoncito, al que bautizan Gourakkareine (los nombres de ambos y el de la suegra, a la que admiran pese a todo). Lo encuentran suficiente, y están muy satisfechos. A pesar de los peligros, han pasado una semana como en un libro, han aprendido mucho, y tienen un hijo, un hijo de los dos amigos, sin el engorro de las esposas histéricas, la suegra autoritaria y el infierno de la familia.