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El trabajo del escritor, en tanto se extiende en su vida y responde con esa felicidad a la del lector (ya se sabe que un lector, lo único que quiere es seguir leyendo), va contra la interpretación. Recuerden la frase de Jasper Johns: "El arte es hacer una cosa, después otra cosa, después otra cosa…"

Y entonces, El Uruguayo se termina. El Presidente regresa y cuenta su aventura: el Papa lo ha explotado como travestí en los cabarets, ha sido desdichado, ha aprendido. Pero no ha aprendido tanto: sólo lo necesario para volver a caer, como lo sugieren las palabras que pronuncia en sueños. De la figura semi-onírica de comic que empezó siendo, el Presidente ha evolucionado hasta ese otro comic de Copi, el mundo de las "locas", que en su obra es una suerte de objet trouvé del comic.

La historia desemboca en la calma cotidiana de las locas, del universo-teatro gay, que era el mundo real de Copi. En una pirueta del continuo, hemos pasado de la ficción a la realidad, y estamos maduros para entrar al Baile de las Locas. Esta sí es la utopía definitiva de Copi, una paradójica utopía realista e inestable. Y ésa es la función de lo gay en su obra: un estabilizador relativo de lo cotidiano, por ser un ámbito cargado con su propio teatro y dibujo, una representación hecha mundo. Ahí es donde cesa la necesidad de incluir nuevos mundos, donde ya no tiene que suceder nada más para que todo siga. Como ven, El Uruguayo termina cuando debe terminar, no en cualquier parte, y el infinito inherente al relato no se ve afectado.

Tres observaciones más, antes de seguir:

1) El narrador le pide al Profesor que vaya tachando la carta a medida que la lee.

Esto es una alusión a la memoria y a su anulación, uno de los temas constantes en Copi. La memoria se pone en cuestión en sus novelas más que en sus cuentos.

La diferencia entre cuento y novela, que tan sutil puede ser, puede ser también muy simple: la novela es lo que pasa, el cuento lo que pasó. Entre lo que pasa y lo que pasó, hay una relación de inclusión. El tiempo se espacializa para admitir los encajonamientos, se hace dibujo. (El Baile de las Locas está enteramente dedicado a esta cuestión.)

Lo que pasó, es función de la memoria. Pero la memoria sucede en el presente, en lo que pasa, y en ella el pasado se miniaturiza, llega a ser el instante, el relámpago. La aceleración en Copi siempre tiende a este punto. En él la memoria se resuelve en la nada. La memoria es el acto de perderla, el borrado. Como aquel inventor que se pasó cuarenta años perfeccionando una aleación de grafito y goma, para lograr un lápiz que escribiera y borrara a la vez.

Su problematización de la memoria coincide con la recuperación del relato en estado puro, por paradójico que parezca. La memoria tiende al significado, el olvido a la yuxtaposición. La memoria es el hallazgo del significado, el corte a través del tiempo. El olvido es el imperativo de seguir adelante. Por ejemplo pasando a otro nivel, a otro mundo incluido o incluyente. Desde un mundo no se recuerda a otro. No hay un puente de sentido. Hay un puente de pura acción.

Entre paréntesis, y para volver otra vez a Borges, que es un inmejorable testigo de toda operación literaria, en él la memoria llevada al absoluto coincide con el olvido, o con una forma de olvido que es la ausencia de sentido:

Había un profesor (no el del Uruguayo, un profesor real, de esta misma universidad) que decía que lo que se sabe, no es lo que se recuerda, sino lo que se ha olvidado. Lo decía a propósito de nuestro sistema de enseñanza, que tiene el defecto de que los exámenes se toman inmediatamente después de las clases. Deberían tomarse, decía, diez años después, o veinte.

¿Parece una broma? No lo es. Supongan que leen un libro. Al día siguiente lo tienen todo en la memoria. Pasa el tiempo, y empiezan a olvidar; al fin, lo han olvidado todo. Es decir, lo han incorporado todo, son el libro. Recordar, es todavía poder rechazar.

El olvido en Copi no es un elemento casual o sobreimpuesto a su arte. Como el navio de Argos o como el stock celular de un animal, el olvido es el mecanismo que nos hace imperceptiblemente otros sin dejar de ser quienes somos. El olvido para existir necesita sucesos, de los que se alimenta: de ahí que el arte narrativo esté subordinado al olvido, para el que trabaja, y al que saca, en suprema paradoja, del recuerdo mismo.

2) El procedimiento epistolar. Copi lo usó aquí y en La cité des Rats. Tiene una función primera, que comparte con sistemas de tipo "diario íntimo" o "redacción de informe", de inclusión temporaclass="underline" lo que pasó queda dentro de la escritura que se está haciendo ahora, el pasado dentro del presente, el cuento dentro de la novela. En El Baile de las Locas el método llega a su pleno desarrollo.

Por otro lado, el género epistolar cumple la función de mantener la distancia, o crearla o extenderla. Deleuze lo ha notado respecto de la correspondencia de Kafka y la de Proust; y cualquiera puede comprobarlo pensando un poco en las cartas que ha escrito. Se escribe una carta para mantener a distancia al otro. Aun, y sobre todo, cuando se dice "ven" en los tonos más urgentes. Que no es lo que le dice Copi al Profesor, todo lo contrario.

¿Qué es esa distancia? En primer lugar, es la creación de un espacio. Ese es el trabajo primero y último de Copi: crear espacio dentro del tiempo. Es algo demasiado extraño para que pueda explicarme aquí; pero ya verán cómo reaparece una y otra vez. Por el momento, digamos que la distancia es lo que separa al autor del lector, una distancia hecha de espacio tiempo. Como la estrella que brilla en el pasado. O el bello símil de un escritor yugoslavo, Milorad Pavic: entre el autor y el lector hay dos cuerdas tirantes que sostienen en el medio a un tigre. Ninguno de los dos puede aflojar la tensión, ni perder una posición diametral, de otro modo el tigre los devoraría.

3) Volvamos a la impresión primera, la del relato en su forma original, el cuento sucesivo de las cosas que pasaron… Lo más peculiar del Uruguayo, cuando uno lo recuerda en bloque, o mejor cuando lo ha olvidado todo, es que después del diluvio, después del fin de la humanidad, del fin del mundo, de la explosión o la contracción absolutas, la historia sigue. Incluso más allá del asunto, de la trama, de la invención, lo que se impone es esa necesidad que trasciende la forma y el contenido, la necesidad de la continuación. Todo podría terminar, los personajes morir, el escenario disolverse, los acontecimientos cesar en la interrupción o la repetición incesante… pero el cuento no, el cuento debe proseguir.

Este sentimiento nos aleja del texto, en dirección al escritor. El trabajo del escritor, como todo trabajo por otra parte, no puede adoptar otra modalidad que la del infinito. Nunca se dejará de escribir; no importa la brevedad de la vida, porque no se trata exactamente del tiempo tal como podemos pensarlo, sino de un tiempo que se hace infinito volviendo sobre sí mismo, en forma de espacio. Ese espacio es el texto. El texto ya escrito, con el que se enfrenta el lector, es una extensión dada. Pero dentro de esa extensión persisten las tensiones que la hacen incierta; el autor puede tomar cualquier decisión en cualquier momento, y cuanto más libre haya sido para tomarla, mayor será la adhesión del lector a esa ecuación de lo finito del texto y lo infinito del escritor.

La forma trascendente de esa ecuación es la sucesión lineal, que tiende del modo más obvio a un infinito virtual. Parece muy rebuscado, pero es muy simple: queremos que el cuento siga, y en ese instante el cuento se confunde con nuestro deseo, y eso basta para que siga eternamente, y no importa que se termine en la página siguiente. ¿Por qué el cuento tiene que ser eterno? También es muy simple: para salir del círculo encantado de "lo que pasó", del dibujo o mándala, y llegar al presente (es decir a la libertad) en que se lo escribe. Por otro lado, dada una cantidad infinita de hechos narrados, el relato podría llegar hasta el lector. Ésa es la función del infinito en/la literatura.

4) El Uruguayo, ¿un antecedente de la literatura del exilio? No lo creo. Es probable que Copi haya leído Rayuela, pero eso no tiene la menor importancia. Más casual todavía, pero sugestivo, me parece la coincidencia con Bioy Casares, de quien El Uruguayo reúne casi todos los temas centrales: los muertos vivos, el apocalipsis, la arena. Sobre todo la arena. Permítanme hacer una última cita, la última frase del cuento "Sonia" de Osvaldo Lamborghini: "Arena, pero arena de verdad, como ésa que pisan los camellos". Que es la arena argentina, arena representativa tamizada por la literatura. Podemos recordar aquí los camellos borgeanos de "El escritor argentino y la tradición", y terminamos, como empezamos, con Borges.