Petra asintió y continuó con el siguiente participante; al parecer, sin notar que el velado sarcasmo de Jilly.
Poco después empezó el programa y el público estalló en aplausos. Jilly había llamado a su madre para decirle que iba a salir en televisión, así tendría algo que contarle a su hermana. Ninguna de las dos dejaba de presumir de sus respectivas hijas.
Richie ni siquiera se había fijado en ella, estaba concentrad; en las cámaras. Era genial. No había muchos animadores de espectáculos que supieran manejarse tan bien en directo, y Jilly se sintió orgullosa de él.
Orgullosa y también desconcertada. Ahora, sus rubios cabellos contrastaban con la muy bronceada piel, y las gafas habían sido sustituidas por lentes de contacto. Ese no era el chico que conocía, el chico al que había protegido siempre y al que había tenido que empujar para abrirse camino porque solo no sabía hacerlo.
Richie comenzó a interrogar al público, haciendo como si eligiera al azar a los participantes. Les hizo preguntas y reveló cosas embarazosas sobre sus personalidades, aunque debían saber lo que se les avecinaba. Entonces, justo cuando Jilly creyó que iba a pasarla de largo, Richie retrocedió y se le acercó.
– ¿Jilly? -preguntó como si no la reconociera-. ¿Jilly Prescott? ¿Eres tú de verdad, cielo, toda una mujer y preciosa?
Richie no esperó a que ella respondiera, lo que hizo fue volver la cabeza y mirar fijamente a la cámara.
– No vais a creerlo, pero esta preciosidad solía seguirme a todas partes en el colegio -dijo Richie-. Fue mi primera fan. ¿Qué haces ahora, cariño?
Jilly casi no sabía qué decir. Casi.
– Estoy aquí sentada charlando contigo, Richie -contestó ella.
Richie le sonrió traviesamente.
– Me alegro de verte, Jilly. Hablaremos luego, después del programa -durante un momento, Jilly le creyó. Richie estaba dándose la vuelta para marcharse cuando, de repente, se volvió hacia ella de nuevo-. No, tengo una idea mejor. Tú serás mi última participante.
– ¿No te parece que la gente va a creer que está amañado? -dijo ella, intentando ponerle en evidencia.
Una momentánea expresión de sorpresa fue reemplazada por una traviesa sonrisa en el semblante de Richie. Al momento, se volvió a su público.
– ¿Creéis que lo teníamos preparado? -gritó Richie.
La audiencia contestó negativamente a gritos. Pero cuando Jilly descendió las escaleras y llegó al escenario, la mirada que Petra le lanzó parecía decir que si duraba dos rondas sería un milagro.
Max estaba mirando a la pantalla del televisor cuando Harriet le llevó una bandeja con café.
– Nadie diría que Jilly sabía que acabaría en el escenario, ¿verdad? -comentó Harriet al tiempo que ponía la bandeja en la mesa de café-. ¿Crees que lo han ensayado?
– No. Creo que Jilly estaba comportándose como es ella.
– ¿Crees que ganará algo? ¿Unas vacaciones quizás?
– No, por Dios. No quiero que se vaya a ninguna parte hasta que Laura vuelva.
– ¿Tienes idea de cuánto tiempo va a estar Laura con su madre?
– No, no lo sé. Su madre se está recuperando bien, pero los pacientes de infarto tienen que mantener reposo durante bastante tiempo.
Harriet sirvió el café.
– Yo no me preocuparía… por Jilly -comentó Harriet-. Además, no creo que ese tal Rich la deje ganar nada, el público creería que estaba arreglado.
– No, supongo que no. Y también supongo que tiene otros planes respecto a Jilly -Max agarró el control remoto y apagó el televisor.
El concurso era tonto y se realizaba a una velocidad vertiginosa mientras el público reía histéricamente cuando los participantes caían en trampas que, al principio, eran inofensivos globos de agua. Pero éstos pronto dieron paso a tanques de espuma y luego a algo que parecía una especie de desagradable pantano en miniatura. A pesar de que a Jilly el pelo le caía por encima de los ojos desde que habían empezado el concurso y que se arrepentía enormemente de no haberle dicho a Petra que estaba ocupada aquella tarde, ella y tres participantes más sobrevivieron a las humillaciones a las que Richie les sometió.
Después de aquello, se pasó a una fase que consistía en una ronda de preguntas a las que había que contestar rápidamente.
Durante todo el tiempo, Jilly no dejó de oír una voz interior que le decía que Richie acabaría pagando por aquello, y también rezó porque Max no estuviera viendo el programa.
Max no lo pudo evitar, en el momento en que Harriet se marchó, volvió a encender el televisor. Como había temido, a Jilly se le había soltado el pelo de las peinetas en el momento en que empezó el concurso; tenía las mejillas enrojecidas y sonreía sin cesar. Pero Max sospechó que, por mucho que sonriera, no era así como había esperado pasar el viernes por la tarde. No obstante, había consentido en tomar parte en el programa y lo hizo con aparente entusiasmo hasta que sólo quedaron dos concursantes.
Max acabó sentado en el borde del sofá cuando Jilly y el otro finalista se rifaron dos asientos en el centro del escenario. Los dos asientos tenían toneladas de una sustancia pegajosa en ellos. Sólo uno de los dos concursantes podía ganar el premio.
Max se debatió entre la esperanza de que Jilly no ganara las vacaciones y el horror que le producía verla sometida a la humillación de que la cubriesen en público con aquella pasta pegajosa.
El público contó hasta diez en voz alta, Rich Blake tiró de una enorme palanca. Uno de los concursantes ganó el premio. No fue Jilly.
Jilly apretó los dientes y continuó sonriendo, se negaba a darle a Petra la satisfacción de que se le notara lo enfadada que estaba. Por lo tanto, continuó donde estaba, sonriendo como una tonta con aquella pasta verde en el rostro, en el jersey nuevo y en su falda preferida mientras Richie cerraba el programa.
Una vez que acabó todo, se prometió a sí misma asesinar a Richie.
Esperó en vano que Richie se le acercara para disculparse profusamente, pero Richie salió corriendo en busca de uno de los managers porque algo no había salido como él quería. Fue Petra quien se disculpó.
– Lo siento -dijo Petra en tono poco convincente.
– ¿Podría lavarme en alguna parte? -fue toda la contestación de Jilly.
– Naturalmente. Y mándame el recibo del tinte.
Petra le dio una tarjeta con el nombre y la dirección de la empresa. Producciones Rich. El pequeño Richie Black había aprendido mucho en la gran ciudad. Bien, ella también podía aprender.
Veinte minutos más tarde, con el pelo mojado de la ducha y su ropa en una bolsa, Jilly se encaminó hacia la salida enfundada en unos vaqueros que el estudio le había dado, al igual que la parte de arriba de un chándal con el nombre del programa.
Fue entonces cuando Richie apareció.
– Jilly, lo siento. Ha sido la suerte.
– ¿Sí? Bien, si no te molesta, me voy. Tu primera fan no se siente…
– ¿Y la fiesta? Tenemos una fiesta ahora y creía que ibas a venir.
– ¿Cómo? ¿Así?
– ¿No has traído otra ropa para cambiarte? Petra debería habértelo dicho.
El estudio empezaba a llenarse de mujeres vestidas para matar que se dirigieron al bar que tenían allí., Una de ellas era Petra.
– ¿No le advertiste a Jilly lo que podía pasarle? -dijo Richie a Petra.
– Naturalmente -mintió ella-. No me debe haber entendido.
Sí, claro que la había entendido, pensó Jilly.
– Además, en mi opinión, el resultado ha sido perfecto -continuó Petra-. El público se ha divertido de lo lindo.
– Bueno, si el público se ha divertido, no se hable más -concedió Jilly, apretando los dientes-. Es un programa muy interesante, Richie. Estoy segura de que será un gran éxito.
– ¡Te ha gustado! -pero ella no había dicho eso-. ¡Ésta es mi chica! Siempre tan animada.
Richie le puso a Jilly un brazo sobre el hombro y se volvió hacia los que empezaban a congregarse a su alrededor para felicitarle por el lanzamiento del nuevo programa