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Llamé a Norma, la del registro de automóviles, y me dio el número de matrícula del Corvette de Dougie. Luego llamé a Morelli a ver si él se había enterado de algo.

– El informe de la autopsia de Loretta Ricci no ha llegado todavía -dijo Morelli-. Nadie ha detenido a DeChooch y la marea no ha traído a Kruper. La pelota sigue en juego, Bizcochito.

Vale, genial.

– Supongo que te veré esta noche -dijo Morelli-. Os recojo a Bob y a ti a las cinco y media.

– Vale. ¿Algún plan en especial?

Silencio en la línea.

– Creía que estábamos invitados a cenar en casa de tus padres.

– ¡Ay, coño! ¡Joder! ¡Mierda!

– Se te había olvidado, ¿no?

– Estuve con ellos ayer.

– ¿Significa eso que hoy no tenemos que ir?

– Ojalá fuera así de fácil.

– Te recojo a las cinco y media -dijo Morelli, y colgó.

Mis padres me gustan. De verdad. Lo que pasa es que me vuelven loca. En primer lugar, está mi perfecta hermana Valerie con sus dos hijas perfectas. Afortunadamente viven en Los Ángeles, de modo que su perfección está moderada por la distancia. Y luego está mi alarmante estado civil, que mi madre se siente obligada a arreglar. Eso sin mencionar mi trabajo, mi ropa, mis modales con la comida y mi asistencia a la iglesia (o mi no asistencia a ella).

– Muy bien, Bob -dije-, ya es hora de que volvamos al trabajo. Vamos a callejear.

Había pensado pasar la tarde buscando coches. Necesitaba encontrar un Cadillac blanco y el Batmóvil. Decidí empezar por el Burg y luego ir ensanchando el área de búsqueda. Y tenía una lista mental de restaurantes y cantinas con precios económicos que llevaban comidas a los ancianos. Pensé dejar los restaurantes para el final y ver si aparecía el Cadillac blanco.

Metí un trozo de pan en la jaula de Rex y le dije que volvería a casa antes de las cinco. Tenía ya la correa de Bob en la mano y estaba a punto de salir cuando oí llamar a la puerta. Era un repartidor de State Florist.

– Feliz cumpleaños -dijo el chaval. Me entregó un jarrón con flores y se fue.

Aquello me pareció un tanto extraño, puesto que mi cumpleaños es en octubre y estábamos en abril. Dejé las flores en la mesa de la cocina y leí la tarjeta.

Las rosas son rojas. La violeta azul. Se me ha puesto dura y el motivo eres tú.

Estaba firmada por Ronald DeChooch. Por si fuera poco el horror que me había dado en su club, ahora me mandaba flores.

Cuatro

– iPuagh! ¡Agh! ¡Qué asco!

Cogí las flores con intención de tirarlas, pero no conseguí hacerlo. Bastante me costaba ya tirar las flores secas como para tirar aquéllas, que estaban frescas, llenas de vida y preciosas. Arrojé la tarjeta al suelo y me puse a saltar encima de ella. Luego la rompí en trocitos muy pequeños y la tiré a la basura. Las flores seguían encima de la mesa, felices y multicolores, pero me ponían los pelos de punta. Las cogí y las saqué con cuidado al descansillo. Volví a entrar rápidamente en mi apartamento y cerré la puerta. Allí me quedé un par de segundos para ver qué tal me sentía.

– Vale, esto puedo soportarlo-le dije a Bob.

Bob no parecía tener formada una opinión muy clara al respecto.

Cogí una chaqueta del perchero de la entrada. Bob y yo salimos del apartamento, pasamos discretamente junto a las flores del descansillo, luego bajamos las escaleras con calma y nos dirigimos al coche.

Tras media hora de pasear en el coche por el Burg decidí que buscar el Cadillac era una tontería. Aparqué en Roebling y marqué el número de Connie en el teléfono móvil.

– ¿Qué hay de nuevo? -le pregunté. Connie estaba emparentada con la mitad del hampa de Jersey.

– Dodie Carmine se ha operado las tetas.

Era una buena información, pero no era lo que yo esperaba.

– ¿Algo más?

– No eres la única que está buscando a DeChooch. Me ha llamado mi tío Bingo para preguntarme si sabíamos algo. Después he hablado con mi tía Flo y me ha contado que pasó algo raro en Richmond cuando DeChooch fue allí a recoger los cigarrillos. No me ha dicho nada más.

– En el informe del arresto dice que estaba solo cuando le detuvieron. Es difícil de creer que no tuviera un socio.

– Por lo que yo sé, lo hizo él solo. Él lo negoció, alquiló el camión y lo condujo hasta Richmond.

– Un viejo cegato que conduce hasta Richmond para recoger unos cigarrillos.

– Exactamente.

Tenía a Metallica sonando a todo meter. Bob iba en el asiento del copiloto, disfrutando de la batería de Lars. En el Burg se cocían los negocios a puerta cerrada. Y, de repente, yo tuve una idea inquietante.

– ¿A DeChooch le arrestaron entre aquí y Nueva York?

– Sí. En el área de descanso de Edison.

– ¿Crees que pudo haber distribuido parte de los cigarrillos en el Burg?

Hubo un momento de silencio.

– Estás pensando en Dougie Kruper -dijo Connie.

Cerré el teléfono, metí la marcha del coche y me encaminé a casa de Dougie. No me molesté en llamar al llegar allí. Bob y yo irrumpimos directamente.

– Hola -dijo El Porreta, asomándose por la cocina con una cuchara en una mano y una lata abierta en la otra-. Estoy almorzando aquí. ¿Te apetece un poco de cosa naranja y marrón de lata? Tengo de sobra. Shop amp; Bag tenía una liquidacion de latas sin etiqueta, dos por una.

Yo ya había subido la mitad de las escaleras.

– No, gracias. Quiero echarle otro vistazo a las existencias de Dougie. ¿Tiene algo más que el envío ese?

– Sí, un vejete dejó un par de cajas hace un par de días. No era gran cosa. Sólo un par de cajas.

– ¿Sabes qué hay en esas cajas?

– Cigarrillos de primera. ¿Quieres unos cuantos?

Me abrí paso entre las mercancías del tercer dormitorio y encontré las cajas de cigarrillos. Joder.

– Esto es chungo -le dije a El Porreta.

– Ya lo sé. Pueden matarte, colega. Es mejor fumar hierba.

– Los superhéroes no fuman hierba -dije.

– ¡Qué dices!

– En serio. No se puede ser superhéroe si consumes drogas.

– Luego me dirás que tampoco beben cerveza. Asunto complicado.

– La verdad es que no sé nada de la cerveza.

– Qué muermo.

Intenté imaginarme a El Porreta sin estar colocado, pero no conseguí hacerme una idea. ¿Empezaría de repente a llevar trajes de tres piezas? ¿Se haría republicano?

– Tienes que deshacerte de estas cosas -dije.

– ¿Quieres decir, o sea, que lo venda?

– No. Que te deshagas de ellas. Si la policía entra aquí te acusarán de posesión de mercancía robada.

– La policía entra aquí todo el tiempo. Son algunos de los mejores clientes de Dougie.

– Me refiero a oficialmente. Por ejemplo, si vienen para investigar la desaparición de Dougie.

– Aaaaaah -dijo El Porreta.

Bob miraba la lata que El Porreta tenía en la mano. El contenido de la lata se parecía mucho a la comida de perro. Claro que cuando el perro es Bob, todo parece comida de perro. Empujé a Bob para que saliera y los tres bajamos las escaleras.

– Tengo que hacer unas cuantas llamadas -le dije a El Porreta-. Si se descubre algo te lo cuento.

– Sí, pero ¿y yo? -preguntó El Porreta-. ¿Qué podría hacer? Tendría que hacer algo como… ayudar.

– ¡Tú deshazte de las cosas del tercer dormitorio!

Las flores seguían en el descansillo cuando Bob y yo salimos del ascensor. Bob las olisqueó y se comió una rosa. Lo metí en el apartamento a tirones y lo primero que hice fue escuchar los mensajes del contestador. Los dos eran de Ronald. «Espero que te hayan gustado las flores -decía el primero-, me han costado unos pavos». En el segundo sugería que nos viéramos porque creía que había surgido algo entre nosotros.

Voy a vomitar.

Me preparé otro sándwich de mantequilla de cacahuete para quitarme a Ronald de la cabeza. Luego le preparé uno a Bob. Descolgué el teléfono de la mesa del comedor y llamé a todos los Kruper de la hoja de papel amarillo. Les dije que era una amiga y que estaba buscando a Dougie. Cuando me daban la dirección de Dougie en el Burg aparentaba sorprenderme de que hubiera vuelto a Jersey. No hacía falta asustar a sus parientes.

– No hemos ganado ni un punto con la cosa del teléfono -le dije a Bob-. ¿Y ahora qué hacemos?

Podía llevarme la foto de Dougie y enseñarla por ahí, pero las posibilidades de que alguien recordara haber visto a Dougie iban de escasas a inexistentes. A mí me costaba recordar a Dougie cuando lo tenía delante. Llamé para hacer una comprobación bancaria y descubrí que Dougie tenía una tarjeta Master. Hasta ahí llegaba el historial crediticio de Dougie.

Bueno, me estaba metiendo en un terreno muy resbaladizo. Había descartado amigos, familiares y cuentas bancarias. Ése era todo mi arsenal. Y, lo que es peor, tenía una sensación de vacío en el estómago. Era la sensación de «pasa algo malo». No quería pensar que Dougie estuviera muerto, pero la verdad era que no encontraba ni una prueba de que estuviera vivo.