– Aun así va a estar ocupado.
– Dile que si no sale a la puerta ahora mismo le voy a pren der fuego a su coche.
El viejo desapareció y regresó en menos de un minuto.
– Benny dice que si le das fuego a su coche va a tener que matarte. Además, se lo va a chivar a tu abuela.
– Dile a Benny que será mejor que no tenga a Walter Dunphy ahí dentro, porque Dunphy está bajo la protección de mi abuela. Si le pasa algo a Dunphy, le echará un mal de ojo a Benny.
Dos minutos después la puerta se abría por tercera vez y El Porreta salía disparado.
– Caramba -le dije a Morelli-. Estoy impresionada.
– Colega -dijo Morelli.
Metimos a El Porreta en la camioneta y le llevamos otra vez al apartamento. A medio camino le dio un ataque de risa, y Morelli y yo nos dimos cuenta de lo que había usado Benny como cebo para pescarle.
– Qué suerte he tenido -dijo El Porreta, sonriente y embobado-. Salgo un minuto a comprar un poco de mierda y esos dos tíos están directamente en el aparcamiento. Y ahora les gusto.
Hasta donde puedo recordar, mi madre y mi abuela han ido a misa todos los domingos por la mañana. Y de camino a casa, mi madre y mi abuela hacen una parada en la pastelería para comprarle un paquete de donuts de mermelada a mi padre, el pecador. Si El Porreta y yo nos sincronizábamos bien, llegaríamos uno o dos minutos después de los donuts. Mi madre se sentiría feliz porque había ido a visitarla. El Porreta se sentiría feliz porque le darían un donut. Y yo me sentiría feliz porque mi abuela se habría enterado de los últimos cotilleos de todo y de todos, incluido Eddie DeChooch.
– Tengo grandes novedades -dijo la abuela en cuanto abrió la puerta-. Stiva recibió ayer a Loretta Ricci y hoy a las siete va a ser el primer velatorio. Va a ser uno de esos de féretro cerrado, pero aun así merecerá la pena. A lo mejor hasta aparece Eddie DeChooch. Yo me voy a poner el vestido rojo nuevo. Esta noche va a haber llenazo. Todo el mundo estará allí.
Angie y Mary Alice estaban en el cuarto de estar delante de la televisión con el volumen tan alto que las ventanas vibraban. Mi padre también estaba en la sala de estar, repantingado en su sillón favorito, leyendo el periódico con los nudillos blancos por el esfuerzo.
– Tu hermana está en la cama con migraña -dijo la abuela-. Me imagino que mantenerse tan jovial es demasiado agotador. Y tu madre está haciendo rollitos de repollo. Hay donuts en la cocina, pero si eso no te vale, tengo una botella en mi dormitorio. Esta casa es un manicomio.
El Porreta cogió un donut y se fue a la sala a ver la televisión con las niñas. Yo me serví un café y me senté en la mesa de la cocina con mi donut.
La abuela se sentó enfrente de mí.
– ¿Qué estás haciendo hoy?
– Tengo una pista sobre Eddie DeChooch. Se le ha visto conduciendo un Cadillac blanco y acabo de conseguir el nombre de la dueña. Mary Maggie Mason -saqué la tarjeta del bolsillo y la miré detenidamente-. ¿Por qué me resultará fa miliar ese nombre?
– Todo el mundo conoce a Mary Maggie Mason -dijo la abuela-. Es una estrella.
– Yo no sé nada de ella -dijo mí madre.
– Porque tú nunca vas a ningún sitio -dijo la abuela-. Mary Maggie es una de las luchadoras en el barro del SnakcPit. Es la mejor.
Mi madre levantó la mirada de la cazuela de carne con arroz y tomate.
– ¿Cómo sabes todo eso?
– Elaine Barkolowsky y yo vamos al Snake Pit algunas veces después del bingo. Los jueves tienen lucha libre masculina y sólo llevan unos pequeños suspensores en sus partes. No son tan buenos como La Roca, pero no están nada mal.
– Es repugnante -dijo mi madre.
– Sí -dijo la abuela-. Te cobran cinco dólares por entrar, pero merece la pena.
– Tengo que irme a trabajar -le dije a mi madre-. ¿Puede quedarse El Porreta con vosotras un rato?
– Ya no consume drogas, ¿verdad?
– No. Está limpio -desde hace doce horas-. Aunque tal vez sea mejor que escondas el pegamento y el jarabe de la tos, por si acaso.
La dirección de Mary Maggie Mason que Ranger me había dado correspondía a un edificio de apartamentos muy alto y de lujo que daba al río. Recorrí el aparcamiento subterráneo observando los coches. Ni un Cadillac blanco, pero había un Porsche plateado con matrícula MMM-ÑAM.
Aparqué en una zona reservada para visitantes y subí en el ascensor al piso séptimo. Llevaba vaqueros y botas y una cazadora de cuero negro encima de una camisa de punto negra, y no me sentía vestida adecuadamente para aquel edificio. El edificio pedía seda gris y tacones altos y una piel tratada con láser y cuiada hasta la perfección.
Mary Maggie Mason abrió al segundo golpe. Iba vestida con chandal y llevaba el pelo castaño recogido en una coleta.
– ¿Sí? -preguntó mirándome desde el otro lado de sus gafas de concha, con un libro de Nora Roberts en la mano. Mary Maggie, la luchadora en el barro, lee novela romántica. En realidad, por lo que se veía al otro lado de la puerta, Mary Maggie se lo leía todo. Había libros por todas partes.
Le entregué mi tarjeta y me presenté.
– Estoy buscando a Eddíe DeChooch -le dije-. Me ha llaamado la atención que vaya por la ciudad conduciendo su coche.
– ¿El Cadillac blanco? Sí. Eddie necesitaba un coche y yo nunca llevo el Cadillac. Lo heredé cuando murió mi tío Ted. Seguramente debería venderlo, pero me produce nostalgia.
– ¿Cómo conoció a Eddie?
– Es uno de los dueños del Snake Pít. Eddie, Pinwheel Soba y Dave Vincent. ¿Por qué está buscando a Eddie? ¿No le irá a arrestar, verdad? Es un viejecito encantador.
– No se presentó el día de su juicio y hay que renovar la fianza. ¿Sabe dónde puedo encontrarle?
– Lo siento. Se pasó por aquí la semana pasada. No recuerdo qué día. Quería que le prestara el coche. Su coche es un trasto Viejo. Siempre tiene algo estropeado. Por eso le dejo el Cadíllac muy a menudo. Le gusta llevarlo porque es grande y blanco y lo encuentra con facilidad por la noche en los aparcamientos. Eddie ya no ve demasiado bien.
No es asunto mío, pero yo no le prestaría el coche a un tío cegato.
– Al parecer le gusta mucho leer.
– Soy adicta a los libros. Cuando me retire de la lucha voy a abrir una librería de libros de misterio.
– ¿Se puede vivir vendiendo sólo libros de misterio?
– No. Nadie vive sólo de vender libros de misterio. Todas las tiendas son tapaderas de actividades de juego ilegal.
Estábamos de pie en el recibidor y yo husmeaba alrededor todo lo que podía para descubrir alguna prueba de que Mary Maggie estaba escondiendo allí a Chooch.
– Este edificio es magnífico -dije-. No sabía que la lucha en el barro diera para tanto.
– La lucha en el barro no da para nada. Vivo gracias a las promociones. Y tengo un par de empresas patrocinadoras -Mary Maggie miró su reloj de pulsera-. Caramba, qué tarde es. Tengo que irme. He de estar en el gimnasio dentro de media hora.
Saqué el coche del subterráneo y lo aparqué en una calle adyacente para hacer unas llamadas. La primera fue al teléfono móvil de Ranger.
– ¿Sí? -dijo Ranger.
– ¿Sabes que DeChooch tiene un tercio del Snake Pit?
– Sí. Lo ganó en una partida ilegal hace dos años. Creía que lo sabías.
– ¡Pues no lo sabía!
Silencio.
– Bueno, ¿y qué más sabes que yo no sepa?
– ¿Cuánto tiempo tenemos?
Le colgué a Ranger y llamé a la abuela.
– Quiero que me busques un par de nombres en la guía de teléfonos -le dije-. Necesito saber dónde viven Pinwheel Soba y Dave Vincent.
Oí cómo la abuela pasaba hojas y por fin volvió a hablar.
– Ninguno de los dos viene en la guía.
¡Mierda! Morelli estaría en condiciones de proporcionarme las direcciones, pero no le iba a gustar que me metiera con los dueños del Snake Pit. Morelli me daría una insoportable charla sobre que tengo que tener cuidado y acabaríamos a grito pelado y luego tendría que comer una enorme cantidad de pasteles para tranquilizarme.
Respiré hondo y volví a marcar el teléfono de Ranger.
– Necesito unas direcciones -le dije.
– A ver si adivino -dijo él-. Pinwheel Soba y Dave Vinnt. Pinwheel está en Miami. Se mudó el año pasado. Ha abierto un club en South Beach. Vincent vive en Princeton. Parece ser que hay mal rollo entre DeChooch y Vincent.
Me dio la dirección de Vincent y cortó la comunicación.
Un destello plateado me llamó la atención y al mirar vi a Mary Maggie doblando la esquina en su Porsche. Salí detrás de ella. Sin seguirla exactamente, pero sin perderla de vista. Las dos ibamos en la misma dirección. Hacia el norte. Fui detrás de ella un rato y me pareció que se alejaba demasiado para ir al gimnasio. Dejé atrás mi desviación y atravesé el centro tras ella hacia el norte de Trenton. Si hubiera estado atenta me habría visto. Es muy difícil que un solo coche haga un seguimiento en condiciones. Afortunadamente, Mary Maggie no esperaba que nadie la siguiera.