– Hemos pasado por su casa -le dije a Benny-. No había nadie.
– Claro. Porque estoy aquí.
– ¿Y Estelle? Estelle tampoco estaba en casa.
– Ha habido un fallecimiento en la familia -dijo Benny-.
Estelle va a estar fuera de la ciudad un par de días.
– Me imagino que se refiere a Louie D -dije-. Y a la pifia.
Había logrado captar la atención de Benny y Ziggy.
– ¿Sabe lo de la pifia? -preguntó Benny.
– Sé lo del corazón.
– ¡Santo Cristo Bendito! -dijo Benny-. Creí que estaba tirándose un farol.
– ¿Dónde está El Porreta?
– Ya le he dicho que no sé dónde está, pero, joder, mi mujer me está volviendo loco con el rollo del corazón. Tiene que darme el corazón. No oigo hablar de otra cosa… que tengo que conseguir el corazón. Soy humano, ¿sabe lo que quiero decir? No puedo soportarlo más.
– Benny tampoco está muy bien -dijo Ziggy-. También tiene sus enfermedades. Debería darle el corazón para que pueda descansar. Sería lo mejor que podría hacer.
– Y piense en Louie D, enterrado sin corazón -dijo Benny-. No está bien. Uno debe tener el corazón cuando lo entierran.
– ¿Cuándo se fue Estelle a Richmond?
– El lunes.
– El mismo día en que desapareció El Porreta -dije.
Benny se me acercó.
– ¿Qué está sugiriendo?
– Que Estelle secuestró a El Porreta.
Benny y Ziggy se miraron el uno al otro. No habían considerado aquella posibilidad.
– Estelle no hace ese tipo de cosas -dijo Benny.
– ¿Cómo se fue a Richmond? ¿Alquiló una limusina?
– No. Se llevó su coche. Iba a Richmond a visitar a la mujer de Louie D, Sophia, y luego se iba a Norfolk. Tenemos una hija allí.
– Me imagino que no llevará una foto de Estelle encima.
Benny sacó la cartera y me enseñó una fotografía de Estelle.
Era una mujer de aspecto agradable, con la cara redonda y el pelo corto y canoso.
– Bueno, yo tengo el corazón y ahora les corresponde a ustedes averiguar quién tiene a El Porreta -le dije a Benny.
Lula y yo nos fuimos.
– ¡Hostia! -dijo Lula cuandn estuvimos en la moto-. Te has portado muy fríamente con ellos. Me has hecho creer que de verdad sabías lo que hacías. Vamos, como que casi me he
creído que tenías el corazón.
Lula y yo regresamos a la oficina y mi teléfono móvil sonó en el momento en que cruzábamos la puerta.
– ¿Está tu abuela contigo? -me preguntó mi madre-. Se fue a la panadería esta mañana a primera hora, a comprar unos bollos, y todavía no ha vuelto.
– No la he visto.
– Tu padre ha salido a buscarla, pero no la ha podido encontrar. Y yo he llamado a todas sus amigas. Hace horas que desapareció.
– ¿Cuántas horas?
– No lo sé. Un par de horas. Pero es que no suele hacer algo así. Siempre vuelve a casa directamente desde la panadería.
– De acuerdo -dije-, me voy a buscar a la abuela. Llámame si aparece.
Corté la comunicación y el teléfono sonó otra vez inmediatamente.
Era Eddie DeChooch.
– ¿Sigues teniendo el corazón? -quería saber.
– Sí.
– Bueno, pues yo tengo algo para negociar.
Tuve una mala sensación en el estómago.
– ¿El Porreta?
– Inténtalo de nuevo.
Se oyeron unos ruidos y la abuela se puso al teléfono.
– ¿Qué es todo ese rollo del corazón? -preguntó la abuela.
– Es bastante complicado. ¿Estás bien?
– Hoy tengo un poco de artritis en la rodilla.
– No. Me refiero a si Choochy te está tratando bien.
Oí como DeChooch apuntaba a la abuela lo que tenía que decir. «Dile que estás secuestrada -decía-. Díle que te voy a volar la cabeza si no me da el corazón».
– No le voy a decir tal cosa -dijo la abuela-. ¿Cómo le sonaría? Y tampoco te hagas ideas raras. El que me hayas secuestrado no significa que sea fácil. No voy a hacer nada contigo a no ser que tomes precauciones. No les voy a dar la menor oportunidad a esas enfermedades.
DeChooch volvió a coger el teléfono.
– Éste es el trato: lleva el teléfono móvil y el corazón de Louie D al Centro Comercial Quaker Bridge y yo te llamaré a las siete en punto. Si metes en esto a la policía, tu abuela morirá.
Once
– ¿De qué iba eso? -preguntó Lula.
– DeChooch tiene a la abuela Mazur en su poder. Quiere cambiarla por el corazón. Tengo que llevarle el corazón al Centro Comercial Quaker Bridge y él me llamará a las siete con nuevas instrucciones. Me ha dicho que la matará si aviso a la policía.
– Los secuestradores siempre dicen eso -dijo Lula-. Viene en el manual del secuestrador.
– ¿Qué vas a hacer? -preguntó Connie-. ¿Tienes alguna idea de quién tiene el corazón?
– Espera un momento -dijo Lula-. El corazón de Louie D no tiene su nombre grabado encima. ¿Por qué no nos hacemos con otro corazón? ¿Cómo se iba a dar cuenta Eddie DeChooch de que no es el de Louie D? Estoy segura de que podríamos darle a Eddie DeChooch un corazón de vaca y no se enteraría. Lo único que tenemos que hacer es ir a una carnicería y pedir un corazón de vaca. No iremos a una carnicería del Burg porque podrían contarlo por ahí… Iremos a otra carnicería. Conozco un par de ellas en la calle Stark. O podríamos probar en Price Chopper. Tienen un departamento de carnes muy bueno.
– Me sorprende que DeChooch no lo haya pensado antes. Nadie ha visto el corazón de Louie D salvo DeChooch. Y él no ve una mierda. Probablemente DeChooch se llevó el asado del frigorífico de Dougie creyendo que era el corazón.
– Lula ha tenido una buena idea -dijo Connie-. Puede funcionar.
Levanté la cabeza de entre las piernas.
– ¡Es espeluznante!
– ¡Sí! -dijo Lula-. Eso es lo mejor.
Miró el reloj de la pared.
– Es hora de comer. Vamos a por una hamburguesa y luego iremos a comprar el corazón.
Llamé a mi madre por el teléfono de Connie.
– No te preocupes por la abuela -dije-. Ya sé dónde está y la iré a recoger esta noche.
Y colgué antes de que pudiera hacer preguntas.
Después de comer, Lula y yo fuimos al Price Chopper.
– Queremos un corazón -le dijo Lula al carnicero-. Y tiene que estar en buenas condiciones.
– Lo siento -dijo él-, no tenemos corazones. ¿No prefieren otra pieza de casquería? Hígado, por ejemplo. Tenemos unos hígados de ternera muy buenos.
– Tiene que ser corazón -dijo Lula-. ¿Sabe dónde podríamos conseguir uno?
– Por lo que yo sé, los mandan todos a una fábrica de comida de perro en Arkansas.
– No tenemos tiempo para irnos a Arkansas -dijo Lula-. Pero gracias.
De camino a la salida nos detuvimos en un departamento de cosas para el cámping y compramos una pequeña nevera portátil blanca y roja.
– Es perfecta -dijo Lula-. Ya sólo necesitamos el corazón.
– ¿Crees que tendremos más suerte en la calle Stark?
– Conozco algunas carnicerías de allí que venden cosas de las que preferirías no saber nada -dijo Lula-. Si no tienen un corazón, nos conseguirán uno sin hacer preguntas.
En la calle Stark había zonas que hacían que Bosnia pareciera bonita. Lula trabajaba en la calle Stark cuando era puta. Era una calle larga, de negocios deprimidos, viviendas deprimidas y gente deprimida.
Tardamos casi media hora en llegar allí, callejeando por el centro, disfrutando de los tubos de escape rectificados y de la atención que exige una moto como aquélla.
Era un soleado día de abril, pero la calle Stark parecía tenebrosa. Hojas de periódico revoloteaban por la calle y se pegaban a los bordillos y a las escaleras de cemento de los edificios sórdidos. Las fachadas de ladrillo estaban llenas de eslóganes de pandillas pintados con spray. De vez en cuando se veía un edificio incendiado y desolado, con las ventanas ennegrecidas y tapadas con tablones. Pequeños comercios se agazapaban entre las casas alineadas. Bar amp; Parrilla de Andy, Garaje de la calle Stark, Electrodomésticos Stan, Carnicería de Omar.
– Ésa es -dijo Lula-. La carnicería de Omar. Si se usa para comida de perro, Omar lo vende para sopa. Lo único que necesitamos es asegurarnos de que el corazón no esté latiendo todavía cuando nos lo dé.
– ¿Puedo dejar la moto aparcada en la calle con tranquilidad?
– iDios mío, no! Apárcala en la acera, cerca del escaparate, para que podamos vigilarla.
Detrás del mostrador había un negro inmenso. Llevaba el pelo muy corto y jaspeado de gris. Su delantal blanco de carnicero estaba salpicado de sangre. Llevaba una gruesa cadena de oro al cuello y un solo pendiente con un brillante. Al vernos sonrió de oreja a oreja.
– ¡Lula! Qué guapa estás. No te veía desde que dejaste de trabajar en la calle. Me gustan los cueros.
– Éste es Omar -me dijo Lula-. Es tan rico como Bill Gates. Sigue llevando esta carnicería porque le gusta meter la mano en el culo de las gallinas.