Me bebí la cerveza y me comí las aceitunas. No estaba mal, pero no era el bizcocho. Solté un suspiro de resignación. Iba a rendirme. Quería comerme aquel bizcocho.
Mi madre y mi abuela estaban en la puerta cuando aparqué junto al bordillo de delante de su casa. La abuela Mazur se fue a vivir con mis padres poco después de que el abuelo Mazur se llevara su cubilete de cuartos de dólar a la gran máquina tragaperras que hay en el cielo. La abuela aprobó por fin el examen del carnet de conducir el mes pasado y se compró un Corvette rojo. No necesitó más que cinco días para que le pusieran tantas multas por exceso de velocidad que le quitaron el carnet.
– El pollo está en la mesa -dijo mi madre-. Estábamos a punto de sentarnos.
– Tienes suerte de que se haya retrasado la cena -dijo la abuela-, porque el teléfono no ha dejado de sonar. Todo el mundo habla de Loretta Ricci -se sentó y desplegó la servilleta-. Y no es que me haya sorprendido. Hace tiempo que pienso que Loretta estaba buscándose un lío. Estaba absolutamente despendolada. Tras la muerte de Dominic se volvió como loca. Loca por los hombres.
Mi padre estaba en la cabecera de la mesa y parecía que quisiera pegarse un tiro.
– Pasaba de un hombre a otro en las reuniones de ancianos -siguió la abuela-. Y he oído decir que era muy desvergonzada.
La carne siempre se ponía delante de mi padre para que eligiera el primero. Supongo que mi madre pensaba que si mi padre se entregaba de inmediato a la tarea de comer perdería un poco el interés en saltar sobre mi abuela y estrangularla.
– ¿Qué tal está el pollo? -quiso saber mi madre-. ¿Os parece que está demasiado seco?
Todo el mundo dijo que no, que el pollo no estaba demasiado seco. El pollo estaba en su punto.
– La semana pasada vi un programa de televisión sobre una mujer de ese tipo -dijo la abuela-. Una mujer muy sexual y resultó que el hombre con el que estaba saliendo era un alienígena del espacio exterior. Y el alienígena en cuestión se la llevó a su nave espacial y le hizo toda clase de cosas.
Mi padre se inclinó un poco más encima del plato y murmuró algo ininteligible, salvo las palabras viejo loro chiflado.
– ¿Y qué me decís de Loretta y Eddie DeChooch? -pregunté-. ¿Creéis que se estaban viendo?
– Que yo sepa, no -dijo la abuela-. Por lo que yo sé a Loretta le gustaban los hombres ardientes y a Eddie DeChooch no se le levantaba. Yo salí con él un par de veces y aquella cosa estaba más muerta que un picaporte. Por mucho que me esforzara no le pasaba nada.
Mi padre miró a la abuela y un trozo de carne se le cayó de la boca.
En su rincón de la mesa mi madre estaba toda sonrojada. Resolló y se hizo la señal de la cruz.
– Madre de Dios -dijo.
Yo jugueteaba con el tenedor.
– Si me largo ahora mismo probablemente me quede sin bizcocho de piña, ¿verdad?
– Para el resto de tu vida -dijo mi madre.
– ¿Y qué aspecto tenía? -se interesó la abuela-. ¿Qué llevaba Loretta? ¿Y cómo iba peinada? Doris Szuch dijo que había visto a Loretta en la tienda ayer por la tarde, así que me imagino que todavía no estaría descompuesta y llena de gusanos.
Mi padre agarró el cuchillo de trinchar y mi madre le detuvo con una mirada que decía: no se te ocurra ni pensarlo.
Mi padre es jubilado de correos. Conduce un taxi a tiempo parcial, sólo compra coches norteamericanos y fuma puros detrás del garaje cuando mi madre no está en casa. No creo que mi padre llegara a apuñalar a la abuela Mazur con el cuchillo de trinchar en serio. Sin embargo, si se atragantara con un hueso de pollo no estoy muy segura de que se sintiera infeliz del todo.
– Estoy buscando a Eddie DeChooch -le dije a la abuela-. Está NCT [1] ¿Se te ocurre alguna idea de dónde puede estar escondido?
– Es amigo de Ziggy Garvey y de Benny Colucci. Y luego está su sobrino Ronald.
– ¿Crees que saldría del país?
– ¿Quieres decir que podría ser culpable de haberle hecho esos agujeros a Loretta? No lo creo. Ya se le ha acusado de matar a otras personas y nunca se ha ido del país. Por lo menos que yo sepa.
– Odio esto -dijo mi madre-. Odio tener una hija que persigue asesinos. ¿Qué le pasa a Vinnie? ¿Por qué te ha dado este caso? -miró furiosa a mi padre-. Frank, es pariente tuyo. Tienes que hablar con él. Y tú ¿por qué no puedes parecerte más a tu hermana Valerie? -me preguntó mi madre-. Está felizmente casada y tiene dos niños preciosos. No va por ahí persiguiendo asesinos ni encontrando cadáveres.
– Stephanie está casi felizmente casada… se comprometió el mes pasado.
– ¿Ves algún anillo en su dedo? -preguntó mi madre. Todos miraron mi dedo desnudo.
– No quiero hablar de eso -dije.
– Me parece que Stephanie está colada por otra persona -dijo la abuela-. Me parece que le gusta ese tal Ranger.
Mi padre se detuvo con el tenedor clavado en una montaña de puré de patatas.
– ¿El cazarrecompensas? ¿El negro?
Mi padre era muy intransigente en cuanto a la igualdad de oportunidades. No iba por ahí pintando esvásticas en las iglesias y no discriminaba a las minorías. Era sencillamente que, con la posible excepción de mi madre, si no eras italiano no estabas a su altura.
– Es cubano-norteamericano -dije.
Mi madre se hizo la señal de la cruz otra vez.
Dos
Ya era de noche cuando salí de casa de mis padres. No esperaba que Eddie DeChooch estuviera en casa, pero pasé por delante de ella de todos modos. La mitad de la Marguchi estaba brillantemente iluminada. La mitad de DeChooch estaba muerta. Alcancé a ver la cinta amarilla de la policía atravesando el patio de atrás.
Quería hacerle algunas preguntas a la señora Marguchi, pero tendrían que esperar. No quería molestarla a aquellas horas. Ya habría tenido un día bastante difícil. Me pasaría mañana y, de camino, me acercaría a la oficina para conseguir las direcciones de Garvey y Colucci.
Di una vuelta a la manzana y me dirigí hacia la avenida Hamilton. Mi edificio de apartamentos está situado a unos tres kilómetros del Burg. Es un bloque macizo de ladrillo y cemento de tres pisos construido en los años setenta pensando en la economía. No está equipado con grandes comodidades, pero tiene un portero decente que hace lo que le pidas a cambio de un paquete de seis cervezas, el ascensor funciona casi siempre y el alquiler es razonable.
Dejé el coche en el aparcamiento y miré hacia mi apartamento. Las luces estaban encendidas. Había alguien en casa y no era yo. Probablemente sería Morelli. Tenía llave. Sentí una oleada de excitación ante la idea de verle, seguida de inmediato por la sensación de agujero en el estómago. Morelli y yo nos conocemos desde pequeños y las cosas nunca han sido sencillas entre nosotros.
Subí por las escaleras considerando mis sentimientos y me decidí por «condicionalmente contenta». La verdad es que Morelli y yo estamos bastante seguros de que nos queremos. De lo que no estamos tan seguros es de que soportemos vivir juntos el resto de nuestras vidas. Yo no tengo mucho interés en casarme con un poli. Morelli no quiere casarse con una cazarrecompensas. Y además está Ranger.
Abrí la puerta del apartamento y me encontré con dos viejos sentados en mi sofá, viendo un partido de béisbol en la televisión. Morelli no estaba a la vista. Los dos se levantaron y sonrieron cuando entré en la habitación.
– Usted debe de ser Stephanie Plum dijo uno de los hombres-. Permítame que haga las presentaciones. Yo soy Benny Colucci y éste es mí amigo y colega Ziggy Garvey.
– ¿Cómo han entrado en mi apartamento?
– La puerta estaba abierta.
– Eso no es verdad.
Su sonrisa se ensanchó.
– Ha sido Ziggy. Tiene un toque especial para las cerraduras.
Ziggy sonrió y agitó los dedos.
– Soy un viejo chocho, pero los dedos todavía me funcionan.
– No me vuelve loca que la gente se cuele en mi apartamento -dije.
Benny asintió solemnemente.
– Lo entiendo, pero pensamos que en esta ocasión sería correcto, puesto que tenemos algo muy serio que discutir.
– Y urgente -añadió Ziggy-. También es de naturaleza urgente.
Los dos se miraron y asintieron. Era urgente.
– Y, además -dijo Ziggy-, tiene algunos vecinos muy chismosos. La estábamos esperando en el pasillo, pero había una señora que no dejaba de asomarse a la puerta para mirarnos. Nos resultaba incómodo.
– Creo que estaba interesada en nosotros, si sabe a lo que me refiero. Y nosotros no hacemos cosas raras de ésas. Somos hombres casados.
– Tal vez cuando éramos más jóvenes -dijo Ziggy sonriendo.
– Y ¿cuál es ese asunto tan urgente?
– Resulta que Ziggy y yo somos muy buenos amigos de Eddie DeChooch -dijo Benny-. Los tres nos conocemos desde hace mucho. Por eso, Benny y yo estamos preocupados por la repentina desaparición de Eddie. Nos preocupa que Eddie esté metido en un lío.