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– Me alegro de que me lo hayas dejado claro. Ya me encuentro mucho mejor.

– ¿Tienes algún plan? -quiso saber Vinnie.

– Sí. Qué te parece si te acercas a la puerta y llamas al timbre para ver si hay alguien en la rasa. Yo me quedo aquí, cubriéndote.

– Tengo una idea mejor. Qué te parece si te acercas a mí y te enseño mi plan.

– No se ve ninguna luz encendida en la casa -dije-. No creo que haya nadie.

– Podrían estar dormidos.

– Podrían estar muertos.

– Mira, eso estaría bien -dijo Vinnie-. Los muertos no disparan a la gente.

Empecé a andar sobre la hierba.

– Vamos a ver si hay luz en la parte de atrás.

– Recuérdame que no vuelva a aceptar fianzas de viejos. No se puede confiar en ellos. No piensan con normalidad. Se saltan un par de píldoras y de repente se ponen a almacenar fiambres en los cobertizos y a secuestrar ancianitas.

– Tampoco hay luz en la parte de atrás -dije-. ¿Y ahora, qué hacemos? ¿Qué tal se te da el allanamiento de morada?

Vinnie sacó del bolsillo dos pares de guantes de goma de usar y tirar, y ambos nos los pusimos.

– Tengo cierta experiencia en allanamiento de morada -dijo. Fue hasta la puerta de servicio y tiró del picaporte. Cerrada. Se dio la vuelta, me miró y sonrió.

– Pan comido.

– ¿Sabes abrir el cerrojo?

– No. Pero puedo meter la mano por el agujero de un cristal que falta.

Me acerqué a Vinnie por detrás. Efectivamente, uno de los cristales de la puerta no estaba en su sitio.

– Me imagino que DeChooch perdió la llave -dijo Vinnie.

Sí. Como si la hubiera tenido alguna vez. Fue muy inteligente por su parte utilizar la casa vacía de Soba.

Vinnie giró el picaporte desde el interior y abrió la puerta.

– Comienza el espectáculo -susurró.

Yo llevaba la linterna en la mano y el corazón me latía más rápido de lo normal. No es que me fuera exactamente al galope, pero sí al trote.

Procedimos a un registro rápido de la planta superior a la luz de la linterna y nos pareció que DeChooch no había ocupado esa parte de la casa. La cocina estaba sin usar y el frigorífico apagado y con la puerta abierta. Los dormitorios, el salón y el comedor estaban en perfecto orden, con todos los cojines en su sitio y los jarrones de cristal sobre las mesas esperando las flores. Pinwheel Soba vivía bien.

Protegidos por las contraventanas exteriores y las espesas cortinas del interior, nos atrevimos a encender las luces del piso de abajo. Era exactamente como la abuela y Maggie lo habían descrito. El reino de Tarzán. Muebles tapizados con estampados de leopardo y rayas de cebra. Y encima, para confundir un poco más las cosas, un papel pintado de pájaros que sólo se encuentran en Centro y Suramérica.

El frigorífico estaba apagado y vacío, pero todavía conservaba el frío dentro. Los armarios estaban vacíos. Los cajones estaban vacíos. La esponja que había en el escurreplatos todavía estaba húmeda.

– Acabamos de perderlo -dijo Vinnie-. Se ha ido, y me da la impresión de que no piensa volver.

Apagamos las luces y estábamos a punto de irnos cuando oímos abrirse la puerta automática del garaje. Nos encontrábamos en la parte habilitada del sótano. Un corto pasillo y un rellano de donde partían las escaleras de subida nos separaban del garaje. La puerta que conducía al garaje estaba cerrada. Un rayo de luz apareció por debajo de ella.

– ¡Mierda! -masculló Vinnie.

La puerta de acceso al garaje se abrió y la silueta de DeChooch se recortó contra la luz. Avanzó hacia el descansillo, encendió la luz y su mirada cayó directamente sobre nosotros. Nos quedamos todos congelados, como ciervos deslumbrados por los faros de un coche. Al cabo de unos segundos, volvió a apagar la luz y salió corriendo escaleras arriba. Supuse que se dirigía a la puerta de la planta superior, pero pasó por delante de ella y se metió en la cocina, haciendo una marca muy buena para un vejete.

Vinnie y yo subimos las escaleras corriendo detrás de él, tropezando en la oscuridad. Al llegar al piso de arriba, y a mi derecha, vi el destello de un disparo, BAM; DeChooch nos disparaba a bocajarro. Me tiré al suelo gritando y me protegí con los brazos.

– Agentes de fianzas -gritó Vinnie-. ¡Tire el arma, DeChooch, viejo estúpido de mierda!

DeChooch respondió con otro disparo. Oí que algo se rompía y más palabrotas de Vinnie. Y luego, Vinnie empezó a disparar.

Yo estaba detrás del sofá con las manos encima de la cabeza. Vinnie y DeChooch estaban practicando tiro al blanco sin visibilidad. Vinnie llevaba una Glock de catorce tiros. No sé qué era lo que llevaba DeChooch pero, entre los dos, aquello parecía un tiroteo de ametralladoras. Hubo una pausa, y luego oí cómo el cargador de Vinnie caía al suelo y ponía un cargador nuevo en la pistola. Al menos creí que era Vinnie. No me era fácil asegurarlo, puesto que yo seguía agazapada detrás del sofá.

El silencio parecía más estruendoso que el tiroteo. Asomé la cabeza y escruté la humeante oscuridad.

– ¿Hola?

– He perdido a DeChooch -murmuró Vinnie.

– A lo mejor le has matado.

– Espera un momento. ¿Qué es ese ruido? Era la puerta automática del garaje.

Corrió hacia las escaleras, se tropezó al pisar el primer escaIon a oscuras y cayó rodando hasta el rellano. Se levantó como pudo, abrió la puerta y apuntó con la pistola. Yo oí el chirrido de unas ruedas, y Vinnie cerró la puerta de golpe.

– ¡Mierda, joder, hostia! -dijo Vinnie dando patadas a todo lo que pillaba a su paso y subiendo las escaleras-. ¡No puedo creer que se haya escapado! Ha pasado a mi lado mientras cambiaba el cargador. ¡Joder, joder, joder!

Decía los «joder» con tal vehemencia que temí que se le fuera a estallar una vena de la cabeza.

Encendió una luz y los dos miramos alrededor. Había lámparas destrozadas, las paredes y el techo tenían cráteres, las tapicerías estaban rasgadas por los agujeros de bala.

– Hostias -dijo Vinnie-. Esto parece un campo de batalla.

A lo lejos se empezaron a oír sirenas. La policía.

– Me largo de aquí -dijo Vinnie.

– No sé si es buena idea huir de la policía.

– No huyo de la policía -dijo Vinnie bajando las escaleras de dos en dos-. Huyo de Pinwheel Soba. Me parece que sería buena idea que no le contáramos esto a nadie.

Tenía razón.

Atravesamos el patio por la parte más oscura y pasamos a la casa de detrás de la de Soba. Por toda la calle se encendían las luces de los porches. Los perros ladraban. Y Vinnie y yo corríamos, jadeando, entre los arbustos. Cuando ya estábamos a corta distancia del coche salimos de entre las sombras y caminamos sosegadamente el trecho que nos quedaba. Todo el jaleo quedaba atrás, enfrente de la casa de Soba.

– Por esto nunca hay que aparcar delante de la casa que vas a registrar -dijo Vinnie.

Tenía que recordarlo.

Nos metimos en el coche. Vinnie giró tranquilamente la llave de contacto y nos alejamos como dos respetables y responsables ciudadanos. Llegamos a la esquina y Vinnie bajó la mirada.

– Joder -dijo-. Me he empalmado.

La luz del sol se filtraba entre las cortinas de mi dormitorio y yo estaba pensando en levantarme cuando alguien llamó a la puerta. Tardé un minuto en encontrar la ropa y, mientras lo hacía, los golpes de la puerta se convirtieron en gritos.

– ¡Eh, Steph! ¿Estás ahí? Somos El Porreta y Dougie.

Les abrí la puerta y me recordaron a Bob, con sus caras de felicidad y llenos de energía desmañada.

– Te hemos traído donuts -dijo Dougie entregándome una gran bolsa blanca-. Y queremos contarte una cosa.

– Sí -dijo El Porreta-, espera a que te lo contemos. Es total. Dougie y yo estábamos charlando y tal y descubrimos lo que había pasado con el corazón.

Puse la bolsa en la barra de la cocina y todos nos servimos de ella.

– Fue el perro -dijo El Porreta-. El perro de la señora Belski, Spotty, se comió el corazón.

El donut se me quedó inmovilizado a medio camino.

– Verás, DeChooch hizo un trato con el Dougster para que le llevara el corazón a Richmond -explicó El Porreta-. Pero DeChooch sólo le dijo que tenía que entregar la nevera a la señora. Así que el Dougster puso la nevera en el asiento del copiloto del Batmóvil, pensando en llevarla a la mañana siguiente. El problema fue que a mi compañero de piso, Huey, y a mí nos apeteció algo de Ben amp; Jerry Cherry García como a medianoche y cogimos el Batmóvil para ir allí. Y como el Batmóvil sólo tiene dos asientos, puse la nevera en la escalera de atrás.

Dougie sonreía.

– Esto es tan increíble… -dijo.

– Total, que Huey y yo devolvemos el coche a la mañana siguiente supertemprano, porque Huey tenía que entrar a trabajar en Shopper Warehouse. Dejé a Huey en el trabajo y, cuando fui a devolver el coche, la nevera estaba volcada y Spotty estaba comiéndose algo. No le di mucha importancia. Spotty siempre anda hurgando en la basura. Total, que volví a meter la nevera en el coche y me fui a casa a ver un poco el programa matinal de la televisión. Katie Couric es…, no sé, tan mona.