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– ¿Quieren decir porque mató a Loretta Ricci?

– No, no creemos que eso sea un problema serio. La gente siempre está acusando a Eddie de matar a gente.

Ziggy se acercó y dijo en un susurro confidenciaclass="underline"

– Rumores injustificados, todos ellos.

Por supuesto.

– Estamos preocupados porque, tal vez, Eddie no tenga las ideas muy claras -dijo Benny-. Lleva tiempo deprimido. Vamos a verle y no quiere hablar con nosotros. Nunca se había comportado así.

– No es normal -dijo Ziggy.

– En cualquier caso, sabemos que le está buscando y no queremos que resulte herido, ¿me entiende?

– No quieren que le dispare.

– Sí.

– Casi nunca disparo a nadie.

– A veces pasa, pero quiera Dios que no sea a Choochy -dijo Benny-. Estamos intentando evitar que eso le pase a Choochy.

– Miren -dije-, si le pegan un tiro la bala no será mía.

– Y hay otra cosa -dijo Benny-. Estamos intentando encontrar a Choochy para ayudarle.

Ziggy asintió.

– Creemos que tal vez debería ir a un médico. Puede que necesite un psiquiatra. Por eso se nos ha ocurrido que, como usted está buscándole, podríamos trabajar juntos.

– Claro -dije-. Si le encuentro se lo haré saber.

Después de que le haya entregado en el juzgado y lo tengan metido entre rejas.

– Y nos preguntábamos si tendría ya alguna pista.

– No. Ni una.

– Caray, contábamos con que tuviera alguna pista. Hemos oído que es usted muy buena.

– La verdad es que no soy tan buena… es más bien que tengo suerte.

Otro intercambio de miradas.

– Y en este caso ¿tiene la impresión de que puede tener suerte? -preguntó Benny.

Era difícil que me sintiera con suerte cuando un ciudadano de la tercera edad se me acababa de escapar de las manos, había encontrado una mujer muerta en su cobertizo y había compartido la cena con mis padres.

– Bueno, es demasiado pronto para saberlo.

Se escucharon unos ruidos en la puerta, ésta se abrió de par en par y entró El Porreta. Iba enfundado de la cabeza a los pies en un mono de tejido elástico violeta con una P plateada cosida en el pecho.

– Hola colega -dijo El Porreta-. He intentado llamarte, pero nunca estás en casa. Quería enseñarte mi nuevo traje de Super Porreta.

– Caramba -dijo Benny-, lo que parece es mariquita perdido.

– Soy un superhéroe, colega -dijo El Porreta.

– Supermariquita sería más acertado. ¿Vas por ahí con ese traje todo el día?

– Para nada, colega. Es mi traje secreto. Normalmente sólo me lo pongo para hacer supermisiones, pero quería que aquí la coleguita tuviera un impacto total, y me cambié en el pasillo.

– ¿Puedes volar como Superman? -le preguntó Benny a El Porreta.

– No, pero puedo volar en mi imaginación, colega. No veas si puedo volar.

– Ay, madre -dijo Benny.

Ziggy miró el reloj.

– Nos tenemos que ir. Si sabe algo de Choochy nos lo dirá,?verdad?

– Desde luego.

A lo mejor.

Me quedé observándoles mientras se iban. Eran como Jack Sprat y su mujer. Benny tendría unos veinticinco kilos de sobrepeso y la papada le caía en cascada sobre el cuello. Y Ziggy parecía el esqueleto de un pavo. Supuse que los dos vivirían en el Burg y que pertenecerían al club de DeChooch, pero no lo sabía con certeza. Otra suposición era que ambos estarían en los archivos de Vincent Plum como antiguos clientes, puesto que no habían considerado necesario darme sus números de teléfono.

– Entonces, ¿qué te parece el traje? -me preguntó El Porreta cuando se fueron Benny y Ziggy-. Dougie y yo encontramos una caja llena. Creo que son para nadadores o deportistas o algo así. Dougie y yo no conocemos a ningún nadador que los pueda usar, pero pensamos que podíamos convertirlos en Súper Trajes. Mira, los puedes llevar como ropa interior y cuando tienes que hacer de superhéroe no tienes más que quitarte la ropa. El único problema es que no tenemos capas. Probablemente por eso el colega viejo no se ha dado cuenta de que era un superhéroe. Por la capa.

– No creerás en serio que eres un superhéroe, ¿verdad?

– Quieres decir, o sea, en la vida real.

– Sí.

El Porreta se quedó pasmado.

– Los superhéroes son, o sea, de ficción. ¿Nunca te lo había dicho nadie?

– Sólo quería asegurarme.

Fui al instituto con Walter El Porreta Dunphy y con Dougie El Proveedor Kruper.

El Porreta vive con otros dos chavales en una estrecha casa adosada de la calle Grant. Entre todos forman la Legión de los Perdedores. Son una pandilla de porreros e inadaptados que pasan de un trabajo menor a otro y viven completamente al día. También son amables e inofensivos y definitivamente adoptables. No es exactamente que salga con El Porreta. Es más bien que seguimos en contacto y cuando nuestros caminos se cruzan despierta en mí sentimientos maternales. El Porreta es como un desmañado gatito perdido que aparece de vez en cuando para que le dé un tazón de leche.

Dougie vive unos números más abajo en las mismas casas adosadas. En el instituto Dougie era el clásico chaval que llevaba anticuadas camisas de botones cuando todos los demás llevaban camisetas. Dougie no sacaba buenas notas, no era deportista, no tocaba ningún instrumento musical y no tenía un coche molón. El único atractivo de Dougie era su habilidad para sorber gelatina por la nariz con una pajita.

Tras la graduación corrió el rumor de que Dougie se había ido a Arkansas y había muerto. Y de repente, hace unos meses, Dougie apareció en el Burg vivito y coleando. Y el mes pasado fue arrestado por vender mercancía robada en su casa. En el momento de su arresto el trapicheo al que se dedicaba se consideraba más bien un servicio a la comunidad que un crimen, ya que se había convertido en proveedor del laxante Metamucil a bajo precio y, por primera vez en años, los mayores del Burg habían recuperado la regularidad.

– Creía que Dougie había dejado el trapicheo -le dije a El Porreta.

– No, tía, estos trajes los encontramos de verdad. Estaban, o sea, en una caja en el desván. Estábamos limpiando la casa y nos los encontramos.

Le creía sin ninguna duda.

– ¿Y qué te parece? -preguntó-. Molón, ¿eh?

El traje era de lycra extrafina y se adaptaba a su figura desgarbada a la perfección, sin una arruga… y eso incluía sus partes blandas. No dejaba mucho a la imaginación. Si el traje lo llevara Ranger no me quejaría, pero aquello era más de lo que quería verle a El Porreta.

– Es un traje fantástico.

– Ya que tenemos estos trajes tan geniales, Dougie y yo hemos decidido combatir el crimen… como Batman.

Batman me parecía una alternativa agradable. Por lo general, El Porreta y Dougie eran el Capitán Kirk y Mister Spock.

El Porreta se echó la capucha de lycra para atrás y soltó su larga melena castaña Dougie se ha ido.

– Íbamos a empezar a combatir el crimen esta noche. El único problema es que se ha ido.

– ¿Ido? ¿Qué quieres decir con que se ha ido?

– O sea, que ha desaparecido, colega. Me llamó el martes y me dijo que tenía algo que hacer, pero que fuera a su casa a ver la lucha libre anoche. Íbamos a verla en la pantalla gigante de Dougie. Era un combate impresionante, colega. En fin, que Dougie no se presentó. No se perdería la lucha libre a no ser que le pasara algo terrible. Lleva encima, o sea, cuatro buscas y no contesta a ninguno. No sé qué pensar.

– ¿Has salido a buscarle? ¿Podría estar en casa de algún amigo?

– Te estoy diciendo que no es su estilo perderse la lucha libre -dijo El Porreta-. Nadie se pierde la lucha libre, colega. Estaba como loco por verla. Creo que le ha pasado algo malo.

– ¿Como qué?

– No lo sé. Es un mal presentimiento.

Los dos dimos un respingo cuando sonó el teléfono, como si nuestras sospechas de un desastre lo hubieran hecho sonar.

– Está aquí -dijo la abuela al otro lado de la línea.

– ¿Quién? ¿Quién está dónde?

– ¡Eddie DeChooch! Mabel me recogió después de que te fueras para venir a presentarle nuestros respetos a Anthony Varga. Lo están velando en la funeraria de Stiva y ha hecho un buen trabajo. No sé cómo lo hace Stiva. Anthony Varga no tenía tan buen aspecto desde hace veinticinco años. Debía de haber venido a ver a Stiva cuando estaba vivo. En fin, que todavía estamos aquí y Eddie DeChooch acaba de entrar en la funeraria.

– Voy para allá.

En el Burg uno iba a presentar sus respetos aunque estuviera sufriendo una depresión o acusado de asesinato.

Cogí el bolso de la encimera de la cocina y saqué a El Porreta a empujones de casa.

– Tengo que irme corriendo. Haré unas llamadas de teléfono y me pondré en contacto contigo. Mientras tanto, deberías ir a casa y puede que Dougie aparezca.

– ¿A qué casa debería ir, colega? ¿Debería ir a casa de Dougie o a la mía?