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Le mostré un billete de veinte y se subió al coche. Cerré las puertas con el mando centralizado y puse rumbo a la comisaría de policía.

– Nos vale cualquier callejón -dijo.

– Tengo que confesarte algo.

– Mierda. ¿Eres poli? Dime que no eres poli.

– No soy poli. Soy agente de fianzas. No apareciste el día del juicio y tienen que volver a citarte.

– ¿Me puedo quedar con los veinte?

– Sí, te puedes quedar los veinte.

– ¿Quieres que te haga alguna cosita a cambio?

– ¡No!

– Jopé. No hace falta que grites. Es que no quería que te sintieras timada. Yo le doy a la gente lo que paga.

– ¿Y qué me dices del tipo que machacaste?

– Intentó estafarme. ¿Tú crees que me paso la vida en esa esquina por mi gusto? Tengo a mi madre en una residencia. Si no pago todos los meses se viene a vivir conmigo.

– ¿Y eso sería tan terrible?

– Preferiría follar con un rinoceronte.

Aparqué en el estacionamiento de la policía, intenté esposarla y ella se puso a mover las manos de un lado a otro.

– No me vas a poner las esposas -decía-. Para nada.

Y entonces, no sé cómo, con todo aquel manoteo y el forcejeo, abrí el cierre automático y Roseanne salió del coche de un salto y echó a correr por la calle. Me llevaba ventaja, pero también llevaba tacones altos y yo zapatillas de deporte, y la cogí tras una persecución de dos manzanas. Ninguna de las dos estaba en buena forma. Ella jadeaba y yo tenía la sensación de estar respirando fuego. Le puse las esposas y se sentó en el suelo.

– No te sientes -le dije.

– Lo tienes claro. No voy a ir a ningún sitio.

Había dejado el bolso en el coche y éste parecía estar muy lejos. Si iba corriendo hasta allí a por mi teléfono móvil, cuando volviera Roseanne ya no estaría allí. Ella sentada, de morros, y yo de pie, furiosa.

Algunos días era mejor no levantarse de la cama.

Sentía una urgente necesidad de darle una buena patada en los riñones, pero probablemente le saldrían moretones y podría denunciar a Vinnie por violencia de cazarrecompensas. A Vinnie no le gustaba nada que pasara eso.

Había empezado a llover con más fuerza y las dos estábamos empapadas. Tenía el pelo pegado a la cara y mis Levi's estaban chorreando. Ambas nos manteníamos en nuestra postura. Nuestra postura se acabó cuando Eddie Gazarra pasó con su coche para irse a comer. Eddie es un poli de Trenton y está casado con mi prima Shirley La Llorona.

Eddie bajó la ventanilla, sacudió la cabeza y chasqueó la lengua repetidamente.

– Tengo un problema con una NCT.

Eddie sonrió.

– No jodas.

– ¿Por qué no me ayudas a meterla en tu coche?

– ¡Está lloviendo! Se me mojaría.

Le miré con los ojos entrecerrados.

– Lo vas a pagar -dijo Gazarra.

– No voy a ir a cuidar a tus niños.

Sus hijos eran encantadores, pero la última vez que fui a cuidarlos me quedé dormida y me cortaron dos dedos de pelo. Soltó otro chasquido.

– Oye, Roseanne -gritó-. ¿Quieres que te lleve a algún sitio?

Roseanne se levantó y le observó, considerando su decisión.

– Si te metes en el coche Stephanie te dará diez pavos -dijo Gazarra.

– De eso nada -grité-. Ya le he dado veinte.

– ¿Te ha hecho un trabajito a cambio? -preguntó Gazarra.

– ¡No!

Hizo otro chasquido con la lengua.

– Bueno, ¿qué?-dijo Roseanne-, ¿te decides?

Me retiré el pelo de la cara.

– Me voy a decidir por darte una patada en los riñones si no metes el culo en ese coche de la policía.

Si te ves acorralada… prueba con una falsa amenaza.

Seis

Aparqué en el descampado de casa y me arrastré hasta el apartamento dejando charcos a mi paso. Benny y Ziggy esperaban en el descansillo.

– Hemos traído mermelada de fresa -dijo Benny-. Y es de la buena. Es Smucker's.

Cogí la mermelada y abrí la puerta.

– ¿Qué pasa?

– Hemos oído que ha pillado a Choochy echando un trago con el padre Carolli.

Los dos sonreían, disfrutando del momento.

– Ese Choochy es un punto -dijo Ziggy-. ¿Es verdad que le pegó un tiro a Jesucristo?

Sonreí con ellos. Ciertamente, Choochy era un punto.

– Las noticias vuelan -dije.

– Estamos lo que se podría decir «conectados» -dijo Ziggy-. Pero queríamos saberlo directamente por usted. ¿Qué tal aspecto tenía Choochy? ¿Estaba bien?, ¿Parecía… en fin, loco?

– Le disparó un par de tiros a El Porreta, pero falló. Carolli me dijo que Choochy estaba muy alterado desde el ataque.

– Y tampoco oye muy bien -dijo Benny.

En ese momento intercambiaron miradas. Sin sonreír.

El agua chorreaba de mis Levi's, formando un estanque en el suelo de la cocina. Ziggy y Benny se mantenían fuera de él.

– ¿Dónde está aquel tiparraco extraño? -preguntó Benny- ¿Ya no va con usted?

– Tenía cosas que hacer.

Me quité la ropa en cuanto se fueron Benny y Ziggy. Rex corría en su rueda, deteniéndose de vez en cuando para mirarme, sin entender el concepto de lluvia. A veces se ponía debajo de su botella de agua y le caían unas gotas en la cabeza, pero su experiencia con el clima era bastante limitada.

Me puse una camiseta nueva y Levi's limpios y me alboroté el pelo con el secador. Al acabar tenía bastante volumen pero muy poca forma, así que, para despistar, me puse una raya azul en el ojo.

Me estaba calzando las botas cuando sonó el teléfono.

– Tu hermana va para allá -dijo mi madre-. Necesita hablar con alguien.

Valerie debía de estar realmente desesperada para que se le ocurriera hablar conmigo. No nos llevábamos mal, pero no éramos muy íntimas. Demasiadas diferencias personales básicas. Y cuando se trasladó a California nos distanciamos todavía más.

Es curioso cómo resultan las cosas. Todos creíamos que el matrimonio de Valerie era perfecto.

El teléfono volvió a sonar y era Morelli.

– Está tarareando -dijo Morelli-. ¿Cuándo vas a venir a por él?

– ¿Tarareando?

– Bob y yo estamos intentando ver el partido y este capullo no para de tararear.

– Puede que esté nervioso.

– Claro, ¿no te jode? Tiene motivos para estar nervioso. Si no deja de tararear le voy a estrangular.

– Prueba a darle algo de comer.

Y colgué.

– Me gustaría saber qué anda buscando todo el mundo -le dije a Rex-. Sé que está relacionado con la desaparición de Dougie.

Se oyeron unos golpes en la puerta y mi hermana irrumpió con un aire jovial a lo Doris Day-Meg Ryan. Probablemente era perfecto para California, pero en Jersey no somos joviales.

– Estás insoportablemente jovial -le dije-. No recuerdo que fueras tan jovial.

– No estoy jovial…, estoy alegre. No pienso volver a llorar, nunca más en mi vida. A nadie le gustan las lloronas. Voy a seguir adelante con mi vida y voy a ser feliz. Voy a ser tan asquerosamente feliz que Mary Sunshine a mi lado va a parecer una fracasada.

Puagh.

– ¿Y sabes por qué puedo ser feliz? Porque estoy bien adaptada.

Valerie había hecho bien en volver a Jersey. Aquí se lo arreglaríamos.

– Así que ¿éste es tu apartamento? -dijo ella mirando alrededor-. Nunca había estado aquí.

Yo también lo miré y no me impresionó lo que vi. Tengo miles de ideas estupendas para el apartamento, pero, no sé por qué, nunca llego a comprar los candelabros de cristal en Illuminations ni el frutero de bronce del Pottery Barn. Mis ventanas tienen persianas y cortinas de batalla. El mobiliario es relativamente nuevo, pero sin imaginación. Vivo en un minúsculo apartamento barato de los setenta exactamente igual que cualquier otro minúsculo apartamento barato de los setenta. Martlia Stewart tendría una vaca en mi apartamento.