– Oye -dije-. Siento mucho lo de Steve, de verdad. No sabía que teníais problemas.
Valerie se derrumbó en el sofá.
– Yo tampoco lo sabía. Me tuvo completamente engañada. Un día volví del gimnasio y descubrí que la ropa de Steve no estaba. Luego encontré una nota en la cocina en la que decía que se sentía atrapado y tenía que marcharse. Y al día siguiente recibí la notificación de embargo de la casa.
– Puf.
– Empiezo a pensar que puede que sea algo bueno. Quiero decir que esto podría abrirme a un montón de nuevas experiencias. Por ejemplo, tengo que buscar trabajo.
– ¿Se te ha ocurrido algo?
– Quiero ser cazarrecompensas.
Me quedé muda. Valerie, cazarrecompensas.
– ¿Se lo has dicho a mamá?
– No. ¿Te parece que debería hacerlo?
– ¡No!
– Lo bueno de ser cazarrecompensas es que tú misma te organizas tus horarios, ¿verdad? O sea que podría estar en casa cuando las niñas lleguen del colegio. Y los cazarrecompensas son bastante duros y eso es lo que quiero que sea la nueva Valerie…, alegre pero dura.
Valerie llevaba una chaqueta de punto rojo de Talbots, vaqueros de marca planchados y mocasines de piel de serpiente. Ser dura le quedaba muy lejos.
– No estoy muy segura de que des el tipo de cazarrecompensas -le dije.
– Claro que doy el tipo de cazarrecompensas -dijo entusiasmada-. Lo único que necesito es ponerme en situación mental.
Se enderezó en el sofá y empezó a cantar la canción de la hormiga del caucho.
– ¡Tiene metas muy altas… metas muy aaaaaltas!
Me alegré de tener la pistola en la cocina, porque sentía la necesidad imperiosa de pegarle un tiro a Valerie. Estaba llevando la jovialidad mucho más allá del límite soportable.
– La abuela me ha dicho que estás trabajando en un caso importante y he pensado que podría ayudarte -dijo Valerie.
– No sé… el tío ese es un asesino.
– Pero muy viejo, ¿no?
– Sí. Es un asesino viejo.
– A mí me parece que es una buena ocasión para empezar -dijo Valerie levantándose del sofá-. Vamos a por él.
– No sé exactamente dónde encontrarle -dije.
– Probablemente les esté echando migas a los patos en el estanque. Eso es lo que hacen los viejos. Por la noche ven la tele y por el día dan de comer a los patos.
– Está lloviendo. No creo que les dé de comer a los patos bajo la lluvia.
Valerie echó una mirada por la ventana.
– Buena observación.
Se oyó un golpe seco en la puerta y el ruido de alguien comprobando si estaba abierta. Después otro golpe.
Morelli, pensé. Devolviendo a El Porreta.
Abrí la puerta y Eddíe DeChooch se coló en mi recibidor. Llevaba la pistola en la mano y estaba muy serio.
– ¿Dónde está? -preguntó DeChooch-. Sé que está viviendo contigo. ¿Dónde está ese asqueroso hijo de puta?
– ¿Se refiere a El Porreta?
– Me refiero a ese tío mierda que me está jodiendo la vida. Tiene una cosa que me pertenece y quiero que me la devuelva.
– ¿Cómo sabe que la tiene El Porreta?
DeChooch me empujó y entró en el dormitorio y en el cuarto de baño.
– Su amigo no lo tiene. Yo no lo tengo. El único que queda es ese subnormal de Porreta -DeChooch abría las puertas de los armarios y las cerraba de golpe-. ¿Dónde está? Sé que le
tienes escondido en algún sitio.
Me encogí de hombros.
– Me dijo que tenía que hacer algunos recados y no le he vuelto a ver.
Le puso la pistola en la cabeza a Valerie.
– ¿Quién es esta Miss Elegancia?
– Es mi hermana Valerie.
– A lo mejor debería cargármela.
Valerie miró de reojo el arma.
– ¿Es una pistola de verdad?
DeChooch desplazó la pistola diez centímetros a la derecha y disparó un tiro. La bala no pegó en la televisión por un milimetro y se alojó en la pared.
Valerie se puso blanca y soltó un chillido agudo.
– Caray, parece un ratón -dijo DeChooch.
– ¿Y ahora qué hago yo con esa pared? -le pregunté-. Le ha hecho un agujero enorme con la bala.
– Le puedes enseñar el agujero a tu amigo. Puedes decirle que su cabeza tendrá un agujero igual si no espabila.
– Yo podría ayudarle a recuperar esa cosa si me dice qué es.
DeChooch cruzó la puerta apuntándonos a Valerie y a mí.
– No me sigas -dijo- o te pego un tiro.
A Valerie le flaquearon las piernas y se sentó en el suelo.
Yo esperé un par de segundos antes de asomarme por la puerta y mirar al pasillo. Creía a DeChooch en lo de dispararnos.
Cuando por fin inspeccioné el descansillo DeChooch ya no estaba a la vista. Cerré la puerta con cerrojo y fui corriendo a la ventana. Mi apartamento está en la parte de atrás del edificio y las ventanas dan al aparcamiento. No es que sean muy buenas vistas, pero es útil para ver cómo se escapan los vejetes enloquecidos.
Vi cómo DeChooch salía del edificio y se marchaba en el Cadillac blanco. Le buscaba la policía, le buscaba yo y él iba por ahí en un Cadillac blanco. No era exactamente un fugitivo que se escondiera. ¿Y por qué no éramos capaces de pillarle? Yo sabía la respuesta en lo que a mí se refería. Era una inepta.
Valerie seguía en el suelo, igual de pálida.
– A lo mejor te apetece replantearte lo de ser cazarrecompensas -le sugerí. A lo mejor yo también debería replanteármelo.
Valerie regresó a casa de mis padres para buscar su Valium y yo volví a llamar a Ranger.
– Voy a dejar este caso -le dije a Ranger-. Te lo voy a pasar.
– Normalmente no abandonas -dijo Ranger-. ¿Qué te ha pasado en esta ocasión?
– DeChooch me está dejando como una idiota.
– ¿Y?
– Dougie Kruper ha desaparecido y creo que su desaparición tiene algo que ver con DeChooch. Me preocupa estar poniendo a Dougie en peligro por no dejar de darle el coñazo a DeChooch.
– Probablemente Dougie Kruper ha sido abducido por los alienígenas.
– ¿Quieres quedarte con el caso o no?
– No lo quiero.
– Vale. Vete al infierno -colgué y le saqué la lengua al teléfono. Agarré el bolso y la gabardina, y salí del apartamento y bajé las escaleras como una furia.
La deñora DeGuzman estaba en el vestíbulo. La señora DeGuzman es de las Filipinas y no habla una palabra de inglés.
– Humillante -le dije a la señora DeGuzman.
La señora DeGuzman sonrió y asintió con la cabeza como uno de esos perros que lleva la gente en la ventanilla trasera del coche.
Me metí en el CR-V y me quedé allí sentada, pensando cosas del tipo: Prepárate a morir, DeChooch. Y: Se acabó la señoritla amable, esto es la guerra. Pero resulta que no se me ocurría dónde encontrar a DeChooch, así que hice una pequeña excursión a la pastelería.
Eran cerca de las cinco cuando regresé al apartamento. Abrí la puerta y ahogué un alarido. Había un hombre en mi sala de estar. Tuve que mirar dos veces para darme cuenta de que era Ranger. Estaba sentado en una silla, con aspecto relajado, mirándome intensamente.
– Me has colgado el teléfono -dijo-. No me vuelvas a colgar el teléfono.
Su voz era tranquila pero, como siempre, su autoridad era incontestable. Llevaba pantalones negros de vestir, un jersey negro ligero de manga larga remangado hasta los codos y mocasines negros caros. Tenía el pelo muy corto. Yo estaba acostumbrada a verle con la ropa de faena de los cuerpos especiales y con pelo largo, y no le había reconocido de inmediato. Supongo que de eso se trataba.
– ¿Vas disfrazado? -le pregunté.
Me miró sin responder.
– ¿Qué llevas en la bolsa?
– Un bollo de canela de emergencia. ¿Qué haces aquí?
– He pensado que podíamos hacer un trato. ¿Hasta qué punto te interesa atrapar a DeChooch?