Sentí un fuerte tirón en la coleta. Ranger se me había acercado por detrás y me tenía agarrada por el pelo.
– Me alegro de verte trabajando tan duramente para encontrar a El Porreta.
– Shhh. Quiero oír a Joyce ladrando como un perro.
Ranger estaba pegado a mí y podía sentir el calor de su cuerpo contra el mío.
– No estoy seguro de que compense la espera.
Se oyeron unas palmadas y algunos gemidos y se hizo el silencio.
– Bueno, ha sido muy entretenido -dijo Lula-, pero la diversión tiene su precio. Joyce sólo entra ahí cuando quiere algo. Y en este momento sólo hay un caso pendiente que merezca la pena.
Miré a Connie.
– ¿Eddie DeChooch? ¿Vinnie no le pasaría el caso de Eddie DeChooch a Joyce, verdad?
– Normalmente sólo cae tan bajo cuando hay caballos por medio -dijo Connie.
– Sí, el sexo equino es lo máximo -dijo Lula.
Se abrió la puerta y Joyce salió por ella.
– Necesito los papeles de DeChooch -dijo.
Fui hacia ella pero Ranger todavía me tenía asida del pelo, o sea que no llegué muy lejos.
– ¡Vinnie! -grité-. ¡Sal ahora mismo!
La puerta del despacho de Vinnie se cerró y oímos el sonido del pestillo al desplazarse.
Lula y Connie miraron furiosas a Joyce.
– Nos va a llevar algún tiempo recopilar todos sus papeles -dijo Connie-. Puede que varios días.
– No pasa nada -dijo Joyce-. Volveré -se volvió hacia mí-. Bonitos ojos. Muy atractivo.
No me iba a quedar más remedio que hacerle otro Bob en el jardín. A lo mejor encontraba un medio de colarme en su casa y hacerle un Bob en la cama.
Ranger me soltó la coleta pero dejó la mano sobre mi cuello. Intenté parecer tranquila, pero su roce vibraba a través de mi cuerpo hasta llegar a los dedos de los pies, y a los puntos intermedios.
– Ninguno de mis contactos ha visto a nadie que se ajuste a la descripción de El Porreta -dijo Ranger-. He pensado que podíamos charlar del tema con Dave Vincent.
Lula y Connie me miraron.
– ¿Qué le ha pasado a El Porreta?
– Ha desaparecido -dije-. Como Dougie.
Ocho
Ranger llevaba un Mercedes negro que parecía recién salido de un salón del automóvil. Los coches de Ranger siempre eran negros, siempre eran nuevos y siempre eran de dudosa procedencia. Tenía un buscapersonas y un teléfono móvil enganchados al salpicadero y un localizador de policía debajo de él. Y sabía, por experiencias anteriores, que llevaba una escopeta recortada y un fusil de asalto escondidos en algún lugar del coche y una semiautomática en el cinturón. Ranger es uno de los pocos civiles en Trenton con autorización para llevar armas. Tiene edificios de oficinas en Boston, una hija en Florida de un matrimonio fracasado, ha trabajado por todo el mundo como mercenario y tiene un código moral que no está completamente en sincronía con nuestro sistema legal. No tengo ni puñetera idea de quién es… pero me gusta.
El Snake Pit no estaba abierto al público, pero había varios coches aparcados en el pequeño espacio adyacente al edificio, y la puerta principal estaba abierta. Ranger aparcó junto a un BMW y entramos. Un equipo de limpieza se dedicaba a abrillantar la barra y fregar el suelo. A un lado había tres chicos musculosos, tomando café y charlando. Me imaginé que serían luchadores repasando el plan del combate. Y comprendí por qué la abuela se iba temprano del bingo para venir al Snake Pit. La posibilidad de que uno de aquellos bebedores de café perdiera la ropa interior en el barro tenía cierto interés. A decir verdad, los hombres desnudos con las bolas y los cacharros colgándoles me parecen bastante raros. Sin embargo, despiertan la curiosidad. Es lo mismo que pasa con los accidentes de coche, en los que no puedes evitar mirar aunque sepas que puedes ver algo horripilante.
Sentados a una mesa dos hombres repasaban lo que parecía ser un mapa desplegable. Ambos tenían cincuenta y tantos años, cuerpos de gimnasio y vestían pantalones de sport y jerseys ligeros. Cuando entramos levantaron la mirada. Uno de ellos saludó a Ranger.
– Dave Vincent y su contable -me dijo Ranger-. Vincent es el del jersey tostado. El que me ha saludado.
Perfecto para Princeton.
Vincent se levantó y se acercó a nosotros. Sonrió al ver mi ojo morado más de cerca.
– Tú debes de ser Stephanie Plum.
– Podría haberla reducido -dije-. Me pilló por sorpresa. Fue un accidente.
– Estamos buscando a Eddie DeChooch -le dijo Ranger a Vincent.
– Todo el mundo está buscando a DeChooch -dijo Vincent-. Ese tío está como una cabra.
– Habíamos pensado que estaría en contacto con sus socios profesionales.
Dave Vincent se encogió de hombros.
– No le he visto.
– Lleva el coche de Mary Maggie.
Vincent hizo un gesto de fastidio.
– No me meto en la vida privada de mis empleados. Si Mary Maggie quiere dejarle un coche a Chooch es asunto suyo.
– Pero si le está escondiendo es asunto mío -dijo Ranger.
Nos dimos la vuelta y nos fuimos.
– Bueno -dije una vez en el coche-. Parece que ha ido bien.
Ranger me sonrió.
– Ya veremos.
– ¿Y ahora qué?
– Benny y Ziggy. Estarán en el club.
– Oh, Dios -dijo Benny cuando se asomó a la puerta-. Y ahora, ¿qué?
Ziggy estaba un paso detrás de él.
– Nosotros no hemos sido.
– ¿No han sido qué? -pregunté.
– Nada -dijo Ziggy-. No hemos hecho nada.
Ranger y yo intercambiamos miradas.
– ¿Dónde está? -le pregunté a Ziggy.
– ¿Dónde está quién?
– El Porreta.
– ¿Es una pregunta con trampa?
– No -dije-. Es una pregunta en serio. El Porreta ha desaparecido.
– ¿Está segura?
Ranger y yo les devolvimos una mirada silenciosa.
– ¡Mierda! -dijo Ziggy al fin.
Nos separamos de Ziggy y Benny con la misma información con la que habíamos llegado. Lo que significaba que no sabíamos nada. Eso sin mencionar que tenía la sensación de haber participado en una escena de Abbot y Costello.
– Bueno, parece habernos ido tan bien como en la entrevista con Vincent -le dije a Ranger.
Me gané otra sonrisa.
– Entra en el coche. Ahora vamos a hacerle una visita a Mary Maggie.
Le saludé en plan militar y me subí al coche. No estaba muy segura de estar avanzando nada, pero era muy agradable pasarse el día por ahí con Ranger. Pasear con Ranger me absolvía de toda responsabilidad. Estaba claro que yo era la subalterna. Y me sentía protegida. Nadie se atrevería a dispararme estando con Ranger. O, si alguien me disparaba, estaba totalmente segura de que no moriría.
Fuimos en silencio hasta el edificio de apartamentos de Mary Maggie, aparcamos a un coche de su Porsche y subimos en el ascensor hasta el séptimo piso.
Mary Maggie abrió a la segunda llamada. Al vernos se quedó sin respiración y retrocedió un paso. Normalmente, esta reacción puede considerarse como señal de temor o culpabilidad. En este caso era la reacción normal de todas las mujeres al ver a Ranger. Hay que decir en su favor que no siguió con el rubor y el tartamudeo. Trasladó su atención de Ranger a mí.
– Otra vez tú.
Le saludé agitando los dedos.
– ¿Qué te ha pasado en el ojo?
– Pelea de aparcamiento.
– Parece que perdiste.
– Las apariencias engañan -dije. No necesariamente en este caso… pero a veces sí.
– Anoche DeChooch estuvo paseando con el coche por la ciudad -dijo Ranger-. Hemos pensado que a lo mejor le habías visto.
– No.
– Iba conduciendo tu coche y tuvo un accidente. Luego salió corriendo.
Por la expresión de la cara de Mary Maggie estaba claro que era la primera noticia que tenía del accidente.