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– Me parece un buen plan -dijo Lula, y se bebió su copa de un trago y pidió otra.

Había algunas mujeres con sus parejas, pero la mayor parte del local estaba lleno de hombres de caras serias, con la esperanza de que uno de los tangas se rompiera en el fragor de la pelea, que supongo que es el equivalente a placar a un defensa de rugby.

Valerie miraba con los ojos muy abiertos. Era difícil saber si reflejaban excitación o histeria.

– ¿Estás segura de que aquí conoceré a alguna lesbiana? -gritó por encima de aquel alboroto.

Lula y yo echamos un vistazo alrededor. No vimos ninguna lesbiana. Al menos ninguna que fuera vestida como Valerie,

– Nunca se sabe cuándo van a aparecer las lesbianas -dijo Lula-. Creo que lo mejor es que te tomes otra copa. Estás un poco pálida.

Cuando pedimos las siguientes copas le mandé una nota a Mary Maggie. Le dije en qué mesa estábamos y que quería que le pasara a DeChooch un mensaje de mi parte.

Media hora después aún no había recibido respuesta de Mary Maggie. Lula se había empujado cuatro Cosmopolitans y estaba preocupantemente sobria y Valerie había tomado dos Chablís y parecía muy contenta.

En el cuadrilátero, las mujeres se zurraban unas a otras. De vez en cuando metían en el lodo a algún desdichado borracho, que patinaba fuera de control hasta que tragaba un litro de barro y el árbitro le echaba de allí. Se daban tirones de pelo, se propinaban bofetadas y resbalaban sin cesar. Me imagino que el barro es resbaladizo. Hasta el momento ninguna había perdido el tanga, pero se veían abundantes pechos desnudos a punto de estallar por los implantes de silicona rebozados en barro. En conjunto, la cosa no resultaba muy atractiva y yo me alegré de tener un trabajo en el que la gente me pegara tiros. Era mejor que revolcarse en el barro medio desnuda.

Anunciaron el combate de Mary Maggie y ella apareció vestida con un bikini plateado. Estaba empezando a descubrir unas ciertas señas de identidad. Porsche plateado, bikini plateado. El público la vitoreó. Mary Maggie es famosa. Luego salió otra mujer. Se llamaba Animal y, entre nosotras, me preocupé por la integridad de Mary Maggie. Los ojos de Animal eran rojos brillantes y, aunque era difícil de decir desde lejos, estoy bastante segura de que tenía serpientes entre el pelo.

El árbitro tocó la campana y las dos mujeres se movieron en círculo y, luego, se embistieron la una a la otra. Tras un rato de empujarse sin mucho éxito, Mary Maggie resbaló y Animal cayó encima de ella.

Esto puso en pie a toda la sala, incluidas Lula, Valerie y yo. Todas gritábamos, animando a Mary Maggie a que destripara a Animal. Por supuesto, Mary Maggie tenía demasiada clase para destripar a Animal, de modo que se limitaron a revolcarse en el barro durante unos minutos y luego empezaron a provocar al público en busca de borrachos para pelear.

– Tú -dijo Mary Maggic señalándome.

Miré alrededor esperando ver a mi lado a un tío cachondo agitando en la mano un billete de veinte. Mary Maggie agarró el micrófono.

– Esta noche tenemos una invitada muy especial. Está con nosotros la Cazarrecompensas. También conocida como La Destroza Cadillacs. También conocida como La Acosa dora.

¡Madre mía!

– ¿Quieres hablar conmigo, Cazarrecompensas? -preguntó Mary Maggie-. Pues sube aquí.

– Puede que más tarde -dije, pensando que la personalidad de Mary Maggie en el escenario no tenía nada que ver con el ratón de biblioteca que había conocido antes-. Ya hablaremos después del espectáculo -le dije-. No quiero quitarte tu valioso tiempo en escena.

De repente estaba volando por el aire en manos de dos tíos enormes. Me llevaban, todavía sentada en mi silla, a dos metros de suelo, al escenario.

– ¡Socorro! -grité-. ¡Socorro!

Me colocaron encima del cuadrilátero. Mary Maggie sonrió. Animal rugió y giró la cabeza. Entonces volcaron la silla y sufrí una caída libre sobre el barro.

Animal me puso de pie tirándome del pelo.

– Relájate -dijo-. Esto no te va a doler.

Entonces me arrancó la camisa. Menos mal que llevaba el sujetador de encaje bueno de Victoria's Secret.

Al segundo siguiente las tres rodábamos por el barro hechas una pelota. Mary Maggie Mason, Animal y yo. Y entonces intervino Lula.

– Eh -dijo Lula-. Sólo hemos venido a hablar y le estáis destrozando la falda a mi amiga. Os vamos a cobrar la cuenta de la tintorería.

– ¿Ah, si? Pues cobra esto -dijo Animal mientras tiraba del pie de Lula, haciéndola caer de culo en el barro.

– Ahora sí que me he cabreado -dijo Lula-. Estaba intentando explicarte las cosas, pero ahora sí que me has cabreado.

Conseguí ponerme de pie mientras Lula peleaba con Animal. Estaba limpiándome el barro de los ojos cuando Mary Maggie Mason saltó sobre mí y me volvió a tirar boca abajo en el barro.

– ¡Socorro! -grité-. ¡Socorro!

– Deja de meterte con mi amiga -dijo Lula. Y agarró a Mary Maggie del pelo y la lanzó fuera del cuadrilátero como si fuera una muñeca de trapo. ¡Zas! Directamente encima de una mesa cercana al ring.

Otras dos luchadoras salieron de entre bambalinas y se metieron en el cuadrilátero. Lula despidió a una y se sentó encima de la otra. Animal saltó sobre Lula desde las cuerdas, ella soltó un alarido que helaba la sangre y rodó por el barro con Animal.

Mary Maggie había vuelto al ring. La otra luchadora también había vuelto al ring. Además se añadió un tipo borracho. Éramos siete en el barro, rodando entrelazados. Yo me aferraba a cualquier cosa que encontrara, intentando no escurrirme en el barro, y, no sé cómo, me agarré al tanga de Animal. De pronto todo el mundo silbaba y aullaba y los árbitros se metieron en el ring y nos separaron.

– Eh -dijo Lula, sin bajar la guardia-. He perdido un zapato. Será mejor que alguien encuentre mi zapato o no pienso volver aquí nunca más.

El encargado sujetaba a Lula de un brazo.

– No se preocupe. De eso nos encargamos nosotros. Venga por aquí. Por esta puerta.

Y antes de que nos diéramos cuenta de lo que estaba pasando, estábamos en la calle. Lula con un zapato y yo sin camisa.

La puerta se volvió a abrir y Valerie salió disparada junto con nuestros abrigos y bolsos.

– Esa tal Animal era muy rara -dijo Valerie-. Cuando le arrancaste las bragas, estaba calva por ahí abajo.

Valerie me dejó en casa de Morelli y se despidió de mí agitando la mano.

Morelli abrió la puerta y dijo lo que era obvio.

– Estás cubierta de barro.

– La cosa no salió exactamente como estaba planeada.

– Me gusta esa moda de no llevar camisa. Me podría acostumbrar a ella.

Me desnudé en el vestíbulo y Morelli se llevó mi ropa directamente a la lavadora. Cuando regresó, yo seguía allí de pie. Llevaba unos tacones de diez centímetros, barro y nada más.

– Me gustaría darme una ducha -le dije-, pero si no quieres que deje un reguero de barro por las escaleras puedes echarme un cubo de agua por encima en el patio de atrás.

– Sé que probablemente esto es enfermizo -dijo Morelli-. Pero se me está poniendo dura.

Morelli vive en unas casas adosadas en Slater, no muy lejos del Burg. Heredó esta casa de su tía Rose y la convirtió en su hogar. ¿Quién lo iba a suponer? El mundo está lleno de misterios. Su casa era muy parecida a la de mis padres, estrecha y con pocos lujos, pero llena de recuerdos y aromas entrañables. En el caso de Morelli, los aromas eran los de la pizza recalentada, perro y pintura reciente. Morelli estaba arreglando los marcos de las ventanas poco a poco.

Estabamos sentados a la mesa de su cocina… yo, Morelli y Bob. Morelli se estaba comiendo una tostada de canela y pasas y bebiendo café. Bob y yo nos comíamos todo lo demás que había en el frigorífico. No hay nada como un desayuno abundante después de una noche de lucha libre en el barro.