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– ¿Tienes el corazón ahí? -preguntó.

– Sí. Lo tengo aquí mismo, a mi lado, en la nevera. ¿Cómo está la abuela? Quiero hablar con ella.

Se oyeron unos ruidos y unas palabras sofocadas y la abuela se puso al teléfono.

– ¿Qué tal? -dijo la abuela.

– ¿Estás bien?

– Estoy chanchi piruli.

Parecía demasiado feliz.

– ¿Has bebido algo?

– Eddíe y yo puede que hayamos tomado un par de cócteles antes de cenar, pero no te preocupes… estoy despejada como un gato.

Lula, qne estaba sentada frente a mí, sonreía y sacudía la cabeza. Yo sabía que Ranger estaría haciendo lo mismo en algún lugar.

Volvió a ponerse Eddie.

– ¿Estás preparada para que te dé las instrucciones?

– Sí.

– ¿Sabes cómo llegar a Nottingham Way?

– Sí.

– Muy bien. Ve por Nottingham hasta la calle Mulberry y gira en Cherry.

– Un momento. Su sobrino Ronald vive en Cherry.

– Sí. Le vas a llevar el corazón a Ronald. Él se encargará de que vuelva a Richmond.

Maldición. Me iban a devolver a la abuela, pero no iba a conseguir atrapar a Eddie DeChooch. Tenía la esperanza de que Ranger o Joe lo pillaran al hacer el intercambio.

– ¿Y qué pasa con la abuela?

– Tan pronto como me llame Ronald dejo a tu abuela en libertad.

Guardé el móvil en el bolsillo de la cazadora y les conté el plan a Lula y a Ranger.

– Es muy precavido para ser un vejete -dijo Lula-. No es un mal plan.

Ya había pagado la comida, así que deje algo de propina y Lula y yo nos levantamos. El negro y verde que rodeaba mis ojos se había transformado en amarillo, que ahora ocultaba tras unas gafas oscuras. Lula no llevaba sus cueros. Llevaba botas, vaqueros y una camiseta con un estampado de vacas que anunciaba el helado de Ben amp; Jerry. Éramos un par de mujeres normales que han salido a cenar una hamburguesa. Incluso la nevera portátil parecía inocua. No daba motivos para sospechar que contuviera un corazón para canjear por mi abuela.

Y todas aquellas personas que picoteaban patatas fritas y ensalada de col o pedían arroz con leche de postre, ¿qué secretos tendrían? ¿Quién podría estar seguro de que no fueran espías, o criminales, o ladrones de joyas? Eché una mirada alrededor. Y ya puestos, ¿quién podría estar seguro de que fueran humanos?

Tardé un rato en llegar a la calle Cherry. Estaba preocupada por la abuela y nerviosa ante la perspectiva de entregarle a Ronald un corazón de cerdo. O sea que fui conduciendo con mucha calma. Tener un accidente con la moto se cargaría gran parte del esfuerzo invertido en el rescate. De todas formas hacía una noche muy agradable para pasear en la Harley. Sin bichos ni lluvia. Notaba la presencia de Lula detrás de mí, fuertemente aferrada a la nevera.

La casa de Ronald DeChooch tenía la luz del porche encendida. Supongo que me estaba esperando. Confiaba en que tuviera espacio en el congelador para un órgano. Dejé a Lula en la moto, con su Glock en la mano, me acerqué andando a la puerta con la nevera y llamé al timbre.

Ronald abrió la puerta y me miró primero a mí y luego a Lula.

– ¿También dormís juntas?

– No -dije-. Yo duermo con Joe Morelli.

Aquello dejó a Ronald un tanto desarmado, ya que Morelli es un poli antivicio y Ronald es un mercader de vicio.

– Antes de entregarte esto quiero que llames y hagas que deje libre a la abuela -dije.

– Por supuesto. Pasa.

– Prefiero quedarme aquí. Y quiero oír cómo la abuela me dice que se encuentra bien.

Ronald se encogió de hombros.

– Lo que tú quieras. Enséñame el corazón.

Retiré la tapa y Ronald miró en el interior.

– Dios -dijo- está congelado.

Yo también miré en el inlterior de la nevera. Lo que vi era una bola repugnante de hielo marrón envuelta en plástico.

– Sí -le respondí-, empezaba a ponerse un poco raro. No se puede llevar un corazón por ahí durante mucho tiempo, ¿sabes? Tuve que congelarlo.

– Pero lo viste antes de que estuviera congelado, ¿verdad? ¿Estaba bien?

– No soy precisamente una experta en este tipo de cosas.

Ronald desapareció y regresó con un teléfono inalámbrico.

– Toma -dijo alargándome el teléfono-. Aquí tienes a tu abuela.

– Estoy en Quaker Bridge con Eddie -dijo la abuela-. He visto en Macy's una chaqueta de punto que me gusta, pero tengo que esperar a que me llegue el cheque de la Seguridad Social.

Eddie se puso al teléfono.

– La voy a dejar en la pizzería del centro comercial. Puedes recogerla cuando quieras.

Lo repetí para que lo oyera Ranger:

– Vale, a ver si lo he entendido. Va a dejar a la abuela en la pizzería del centro comercial Quaker Bridge.

– Sí -dijo Eddie-, ¿qué pasa? ¿Llevas un micrófono?

– ¿Quién, yo?

Le devolví el teléfono a Ronald y le entregué la nevera.

– Yo que tú metería el corazón en el congelador, por ahora; y para el viaje a Richmond lo mejor sería llevarlo en hielo seco.

Asintió con la cabeza.

– Eso haré. No me gustaría devolverle a Louie D un corazón lleno de gusanos.

– Sólo por curiosidad morbosa -dije-, ¿fue idea tuya traer el corazón aquí?

– Tú dijiste que no querías que nada saliera mal.

Mientras volvía a la moto saqué el móvil y llamé a Ranger.

– Ya voy para allá -dijo él-. Estoy a unos diez minutos de Quaker Bridge. Te llamo en cuanto la tenga.

Asentí con la cabeza y corté la comunicación, incapaz de decir una palabra. A veces la vida es la hostia.

Lula vive en un diminuto apartamento en una parte del gueto que es bastante agradable para ser un gueto. Recorrí la avenida Brunswick, callejeé un poco, crucé las vías del tren y llegué al barrio de Lula. Las calles eran estrechas y las casas pequeñas. Probablemente se había construido en su día para albergar a los inmigrantes que se traían a trabajar a las fábricas de porcelana y a las metalúrgicas. Lula vivía en medio de un edificio, en el segundo piso de una de aquellas casas.

Mi teléfono sonó en el mismo momento en que apagaba el motor.

– Tengo a tu abuela a mi lado, cariño -dijo Ranger-. La voy a llevar a casa. ¿Te apetece una pizza?

– De pepperoni, doble de queso.

– Tanto queso te va a matar -dijo Ranger antes de cortar. Lula se bajó de la moto y me miró.

– ¿Te encuentras bien?

– Sí. Estoy de maravilla.

Se acercó a mí y me dio un abrazo.

– Eres una buena persona.

Le devolví la sonrisa, parpadeé con fuerza y me sequé la nariz con la manga. Lula también era una buena persona.

– Ah-ah -dijo Lula-. ¿Estás llorando?

– No. Creo que se me ha metido un bicho un par de manzanas atrás.

Tardé diez mínutos mas en llegar a casa de mis padres. Aparqué una calle antes y apagué las luces. De ninguna manera iba a entrar antes que la abuela. Probablemente, a estas alturas mi madre estaba desquiciada. Sería mejor explicarle que habían secuestrado a la abuela una vez que ella estuviera ya allí, en carne y hueso.

Me senté en el bordillo y aproveché la espera para llamar a Morelli. Le localicé en su teléfono móvil.

– La abuela está a salvo -le dije-. Ahora está con Ranger. Él la ha recogido en el centro comercial y la está trayendo a casa.

– Ya lo sabía. Estaba detrás de ti en casa de Ronald. Me quedé allí hasta que Ranger me confirmó que tenía a tu abuela. Ahora ya me voy a casa.

Morelli me pidió que pasara la noche en su casa, pero le dije que no. Tenía cosas que hacer. La abuela había regresado, pero El Porreta y Dougie seguían perdidos.

Al cabo de un rato, unos faros parpadearon al final de la calle y el reluciente Mercedes de Ranger se detuvo suavemente delante de la casa de mis padres. Ranger ayudó a salir a mi abuela y me sonrió.