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Si esperaba hasta el día siguiente iría un paso por detrás de la policía. Me quedaba una persona, pero la sola idea de trabajar en un caso con ella me producía sudores fríos. Se trataba de Vinnie. Cuando Vinnie abrió la agencia, él mismo se encargaba de todas las detenciones. A medida que el negocio iba creciendo fue contratando personal y él se refugió detrás de un escritorio. Todavía se ocupa de alguna detención, pero no es lo que más le gusta. Vinnie es un buen agente de fianzas, pero se rumorea que no es precisamente el cazarrecompensas más ético.

Miré el reloj. Tenía que tomar una decisión. No quería pensármelo tanto como para acabar sacando a Vinnie de la cama en el último momento.

Inspiré profundamente y marqué su número.

– Tengo una pista sobre DeChooch -le dije a Vinnie-. Me gustaría ir a comprobarla, pero no tengo a nadie que me cubra.

– Reúnete conmigo en la oficina dentro de media hora.

Aparqué la moto detrás del edificio, junto al Cadillac azul noche de Vinnie. Dentro se veían luces y la puerta trasera estaba abierta. Cuando entré en la oficina Vinnie se estaba ajustando una pistola a la pierna. Iba de riguroso negro cazarrecompensas, chaleco antibalas incluido. Yo, por mi parte, llevaba vaqueros y una camiseta verde oliva con una camisa de franela de la marina a guisa de chaqueta. Mi pistola estaba en casa, metida en el tarro de las galletas. Esperaba que Vinnie no me preguntara por ella. Odiaba la pistola.

Me tiró un chaleco y yo me lo puse.

– Te juro -me dijo mirándome- que no sé cómo logras hacer ni una sola detención.

– Suerte -le respondí.

Le entregué la dirección y le seguí hasta el coche. Nunca antes había salido con Vinnie y era una sensación extraña. Nuestra relación siempre había sido de adversarios. Sabemos demasiado el uno del otro como para ser amigos. Y los dos sabemos que utilizaríamos ese conocimiento mutuo de la manera más despiadada si llegara la ocasión. Vale; la verdad es que yo no soy tan despiadada. Pero sé lanzar una buena amenaza. Puede que a Vinnie le pase lo mismo.

La casa de Soba estaba en un barrio que probablemente empezara a establecerse en los años setenta. Tenía grandes espacios abiertos y los árboles estaban ya crecidos. Las casas eran las típicas pareadas, con garaje para dos coches y jardines vallados para retener a perros y críos. La mayoría de ellas tenía las luces encendidas y yo me imaginé a los adultos dormitando delante del televisor y a los menores en sus cuartos, haciendo los deberes o navegando por Internet.

Vinnie pasó por delante de la casa de Soba.

– ¿Estás segura de que es ésta? -preguntó Vinnie.

– Mary Maggie me contó que había estado en una fiesta en esta casa y coincidía con la descripción de la abuela.

– Madre mía -dijo Vinnie-. Voy a allanar una vivienda basándome en el comadreo de una luchadora en barro. Y encima tampoco es una casa cualquiera. Es la casa de Pinwheel Soba.

Se metió por un lateral hasta la mitad de la calle y aparcó. Nos apeamos y caminamos hasta la entrada de la casa. Permanecimos unos instantes en la acera, observando las casas vecinas, escuchando algún sonido que pudiera indicar la presencia de alguien en la calle.

– Los tragaluces del sótano tienen contraventanas negras -le dije a Vinnie-. Y están cerradas como contó la abuela.

– Muy bien -dijo Vinnie-, vamos a entrar y éstas son las posibilidades: podríamos habernos equivocado de casa, en cuyo caso nos metemos en un buen lío por matar del susto a una pobre familia de gilipollas, o puede que sea la casa que buscamos y que el loco de DeChoocl nos pegue un par de tiros.

– Me alegro de que me lo hayas dejado claro. Ya me encuentro mucho mejor.

– ¿Tienes algún plan? -quiso saber Vinnie.

– Sí. Qué te parece si te acercas a la puerta y llamas al timbre para ver si hay alguien en la rasa. Yo me quedo aquí, cubriéndote.

– Tengo una idea mejor. Qué te parece si te acercas a mí y te enseño mi plan.

– No se ve ninguna luz encendida en la casa -dije-. No creo que haya nadie.

– Podrían estar dormidos.

– Podrían estar muertos.

– Mira, eso estaría bien -dijo Vinnie-. Los muertos no disparan a la gente.

Empecé a andar sobre la hierba.

– Vamos a ver si hay luz en la parte de atrás.

– Recuérdame que no vuelva a aceptar fianzas de viejos. No se puede confiar en ellos. No piensan con normalidad. Se saltan un par de píldoras y de repente se ponen a almacenar fiambres en los cobertizos y a secuestrar ancianitas.

– Tampoco hay luz en la parte de atrás -dije-. ¿Y ahora, qué hacemos? ¿Qué tal se te da el allanamiento de morada?

Vinnie sacó del bolsillo dos pares de guantes de goma de usar y tirar, y ambos nos los pusimos.

– Tengo cierta experiencia en allanamiento de morada -dijo. Fue hasta la puerta de servicio y tiró del picaporte. Cerrada. Se dio la vuelta, me miró y sonrió.

– Pan comido.

– ¿Sabes abrir el cerrojo?

– No. Pero puedo meter la mano por el agujero de un cristal que falta.

Me acerqué a Vinnie por detrás. Efectivamente, uno de los cristales de la puerta no estaba en su sitio.

– Me imagino que DeChooch perdió la llave -dijo Vinnie.

Sí. Como si la hubiera tenido alguna vez. Fue muy inteligente por su parte utilizar la casa vacía de Soba.

Vinnie giró el picaporte desde el interior y abrió la puerta.

– Comienza el espectáculo -susurró.

Yo llevaba la linterna en la mano y el corazón me latía más rápido de lo normal. No es que me fuera exactamente al galope, pero sí al trote.

Procedimos a un registro rápido de la planta superior a la luz de la linterna y nos pareció que DeChooch no había ocupado esa parte de la casa. La cocina estaba sin usar y el frigorífico apagado y con la puerta abierta. Los dormitorios, el salón y el comedor estaban en perfecto orden, con todos los cojines en su sitio y los jarrones de cristal sobre las mesas esperando las flores. Pinwheel Soba vivía bien.

Protegidos por las contraventanas exteriores y las espesas cortinas del interior, nos atrevimos a encender las luces del piso de abajo. Era exactamente como la abuela y Maggie lo habían descrito. El reino de Tarzán. Muebles tapizados con estampados de leopardo y rayas de cebra. Y encima, para confundir un poco más las cosas, un papel pintado de pájaros que sólo se encuentran en Centro y Suramérica.

El frigorífico estaba apagado y vacío, pero todavía conservaba el frío dentro. Los armarios estaban vacíos. Los cajones estaban vacíos. La esponja que había en el escurreplatos todavía estaba húmeda.

– Acabamos de perderlo -dijo Vinnie-. Se ha ido, y me da la impresión de que no piensa volver.

Apagamos las luces y estábamos a punto de irnos cuando oímos abrirse la puerta automática del garaje. Nos encontrábamos en la parte habilitada del sótano. Un corto pasillo y un rellano de donde partían las escaleras de subida nos separaban del garaje. La puerta que conducía al garaje estaba cerrada. Un rayo de luz apareció por debajo de ella.

– ¡Mierda! -masculló Vinnie.

La puerta de acceso al garaje se abrió y la silueta de DeChooch se recortó contra la luz. Avanzó hacia el descansillo, encendió la luz y su mirada cayó directamente sobre nosotros. Nos quedamos todos congelados, como ciervos deslumbrados por los faros de un coche. Al cabo de unos segundos, volvió a apagar la luz y salió corriendo escaleras arriba. Supuse que se dirigía a la puerta de la planta superior, pero pasó por delante de ella y se metió en la cocina, haciendo una marca muy buena para un vejete.