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Vinnie y yo subimos las escaleras corriendo detrás de él, tropezando en la oscuridad. Al llegar al piso de arriba, y a mi derecha, vi el destello de un disparo, BAM; DeChooch nos disparaba a bocajarro. Me tiré al suelo gritando y me protegí con los brazos.

– Agentes de fianzas -gritó Vinnie-. ¡Tire el arma, DeChooch, viejo estúpido de mierda!

DeChooch respondió con otro disparo. Oí que algo se rompía y más palabrotas de Vinnie. Y luego, Vinnie empezó a disparar.

Yo estaba detrás del sofá con las manos encima de la cabeza. Vinnie y DeChooch estaban practicando tiro al blanco sin visibilidad. Vinnie llevaba una Glock de catorce tiros. No sé qué era lo que llevaba DeChooch pero, entre los dos, aquello parecía un tiroteo de ametralladoras. Hubo una pausa, y luego oí cómo el cargador de Vinnie caía al suelo y ponía un cargador nuevo en la pistola. Al menos creí que era Vinnie. No me era fácil asegurarlo, puesto que yo seguía agazapada detrás del sofá.

El silencio parecía más estruendoso que el tiroteo. Asomé la cabeza y escruté la humeante oscuridad.

– ¿Hola?

– He perdido a DeChooch -murmuró Vinnie.

– A lo mejor le has matado.

– Espera un momento. ¿Qué es ese ruido? Era la puerta automática del garaje.

Corrió hacia las escaleras, se tropezó al pisar el primer escaIon a oscuras y cayó rodando hasta el rellano. Se levantó como pudo, abrió la puerta y apuntó con la pistola. Yo oí el chirrido de unas ruedas, y Vinnie cerró la puerta de golpe.

– ¡Mierda, joder, hostia! -dijo Vinnie dando patadas a todo lo que pillaba a su paso y subiendo las escaleras-. ¡No puedo creer que se haya escapado! Ha pasado a mi lado mientras cambiaba el cargador. ¡Joder, joder, joder!

Decía los «joder» con tal vehemencia que temí que se le fuera a estallar una vena de la cabeza.

Encendió una luz y los dos miramos alrededor. Había lámparas destrozadas, las paredes y el techo tenían cráteres, las tapicerías estaban rasgadas por los agujeros de bala.

– Hostias -dijo Vinnie-. Esto parece un campo de batalla.

A lo lejos se empezaron a oír sirenas. La policía.

– Me largo de aquí -dijo Vinnie.

– No sé si es buena idea huir de la policía.

– No huyo de la policía -dijo Vinnie bajando las escaleras de dos en dos-. Huyo de Pinwheel Soba. Me parece que sería buena idea que no le contáramos esto a nadie.

Tenía razón.

Atravesamos el patio por la parte más oscura y pasamos a la casa de detrás de la de Soba. Por toda la calle se encendían las luces de los porches. Los perros ladraban. Y Vinnie y yo corríamos, jadeando, entre los arbustos. Cuando ya estábamos a corta distancia del coche salimos de entre las sombras y caminamos sosegadamente el trecho que nos quedaba. Todo el jaleo quedaba atrás, enfrente de la casa de Soba.

– Por esto nunca hay que aparcar delante de la casa que vas a registrar -dijo Vinnie.

Tenía que recordarlo.

Nos metimos en el coche. Vinnie giró tranquilamente la llave de contacto y nos alejamos como dos respetables y responsables ciudadanos. Llegamos a la esquina y Vinnie bajó la mirada.

– Joder -dijo-. Me he empalmado.

La luz del sol se filtraba entre las cortinas de mi dormitorio y yo estaba pensando en levantarme cuando alguien llamó a la puerta. Tardé un minuto en encontrar la ropa y, mientras lo hacía, los golpes de la puerta se convirtieron en gritos.

– ¡Eh, Steph! ¿Estás ahí? Somos El Porreta y Dougie.

Les abrí la puerta y me recordaron a Bob, con sus caras de felicidad y llenos de energía desmañada.

– Te hemos traído donuts -dijo Dougie entregándome una gran bolsa blanca-. Y queremos contarte una cosa.

– Sí -dijo El Porreta-, espera a que te lo contemos. Es total. Dougie y yo estábamos charlando y tal y descubrimos lo que había pasado con el corazón.

Puse la bolsa en la barra de la cocina y todos nos servimos de ella.

– Fue el perro -dijo El Porreta-. El perro de la señora Belski, Spotty, se comió el corazón.

El donut se me quedó inmovilizado a medio camino.

– Verás, DeChooch hizo un trato con el Dougster para que le llevara el corazón a Richmond -explicó El Porreta-. Pero DeChooch sólo le dijo que tenía que entregar la nevera a la señora. Así que el Dougster puso la nevera en el asiento del copiloto del Batmóvil, pensando en llevarla a la mañana siguiente. El problema fue que a mi compañero de piso, Huey, y a mí nos apeteció algo de Ben amp; Jerry Cherry García como a medianoche y cogimos el Batmóvil para ir allí. Y como el Batmóvil sólo tiene dos asientos, puse la nevera en la escalera de atrás.

Dougie sonreía.

– Esto es tan increíble… -dijo.

– Total, que Huey y yo devolvemos el coche a la mañana siguiente supertemprano, porque Huey tenía que entrar a trabajar en Shopper Warehouse. Dejé a Huey en el trabajo y, cuando fui a devolver el coche, la nevera estaba volcada y Spotty estaba comiéndose algo. No le di mucha importancia. Spotty siempre anda hurgando en la basura. Total, que volví a meter la nevera en el coche y me fui a casa a ver un poco el programa matinal de la televisión. Katie Couric es…, no sé, tan mona.

– Y yo me llevé la nevera vacía a Richmond -dijo Dougie.

– Spotty se comió el corazón de Louie D -dije.

– Eso es -dijo El Porreta. Se acabó un donut y se limpió las manos en la camisa-. Bueno, hemos de irnos. Tenemos cosas que hacer.

– Gracias por los donuts.

– Oye, nou problem.

Me quedé de pie en la cocina diez minutos, intentando asimilar aquella nueva información, preguntándome qué significado tendría en toda aquella historia. ¿Es eso lo que ocurre cuando te jodes irremediablemente el karma? ¿Que un perro te come el corazón? No lograba llegar a ninguna conclusión, así que decidí darme una ducha y ver si eso me ayudaba en algo.

Eché el pestillo de la puerta y me dirigí al cuarto de baño.

No había llegado al salón cuando oí llamar otra vez y, antes de que pudiera llegar a la puerta, ésta se abrió con tal fuerza que la cadena de seguridad, después de desplazarse ruidosamente a su sitio, saltó de sus tornillos. A esto le siguieron unas maldiciones que enseguida reconocí como de Morelli.

– Buenos días -dije, mirando la cadena de seguridad, que colgaba rota.

– Éste no es un buen día ni en la más trastornada de las imaginaciones -dijo Morelli. Traía los ojos oscuros y entrecerrados y la boca tensa-. Tú no irías a casa de Pinwheel Soba anoche, ¿verdad?

– No -dije sacudiendo la cabeza-. Yo no.

– Muy bien. Eso es lo que yo pensaba…, porque algún idiota estuvo allí y la destrozó. La hizo mierda a tiros. De hecho, se sospecha que fueron dos los participantes en el tiroteo del siglo. Y yo ya sabía que tú no serías tan estúpida.

– Tienes mucha razón -dije.

– Dios mío, Stephanie -gritó-, ¿en qué estabas pensando? ¿Qué demonios pasó allí?

– No fui yo, ¿recuerdas?

– Ah, sí. Se me había olvidado. Bueno, entonces ¿tú qué supones que estaba haciendo en casa de Soba quienquiera que fuese

– Me imagino que estaban buscando a DeChooch. Y que le encontraron y que surgió un altercado.

– ¿Y DeChooch escapó?

– Yo diría que sí.

– Menos mal que no se han encontrado más huellas en la casa que las de DeChooch, porque si no quienquiera que fuera tan estúpido como para tirotear la casa de Soba no sólo tendría problemas con la policía; además se las tendría que ver con Soba.

Empezaba a hartarme de que me riñera.