– Menos mal -dije con mi voz de síndrome premenstrual-. ¿Algo más?
– Sí, hay algo más. Me he encontrado con Dougie y El Porreta en el aparcamiento. Me han contado que Ranger y tú les rescatasteis.
– ¿Y?
– En Ríchmond.
– ¿Y?
– Y Ranger resultó herido.
– Un arañazo
Morelli tensó aún más los labios.
– Dios.
– Me preocupaba que descubrieran que el corazón era de cerdo y se vengaran con El Porreta y Dougie.
– Muy encomiable, pero no hace que me sienta mejor. Dios santo, me va a salir una úlcera. Me obligas a beber botellas de antiácido. Y lo odio. Odio pasarme el día pensando en qué plan descerebrado estarás metida, en quién te estará disparando.
– Eso es hipocresía. Tú eres poli.
– A mí no me disparan nunca. El único momento en que tengo que preocuparme de que me peguen un tiro es cuando estoy contigo.
– Y ¿qué quieres decir con eso?
– Quiero decir que vas a tener que elegir entre tu trabajo y yo.
– Bueno, pues fíjate, no me voy a pasar el resto de mi vida con una persona que me da ultimátums.
– Vale.
– Vale.
Y se fue dando un portazo. Me gusta pensar que soy una persona bastante estable, pero aquello había sido demasiado. Lloré hasta que no me quedó ni una lágrima; luego me comí tres donuts y me di una ducha. Después de secarme con la toalla seguía sintiéndome desasosegada, así que se me ocurrió decolorarme el pelo. Los cambios son buenos, ¿no?
– Lo quiero rubio -le dije al señor Arnold, el único peluquero que pude encontrar abierto el sábado por la tarde-. Rubio platino. Quiero parecerme a Marilyn Monroe.
– Cariño -dijo Arnold-, con tu pelo no te puedes parecer a Marilyn. Más bien a Art Garfunkel.
– Limítese a hacerlo.
El señor Morganstern estaba en el portal cuando volví a casa.
– Caray -dijo-, te pareces a esa estrella de la canción…, ¿cómo se llama?
– ¿Garfunkel?
– No. La de las tetas como cucuruchos de helado.
– Madonna.
– Sí. Esa misma.
Entré en el apartamento y me fui directamente al baño a mirarme el pelo en el espejo. Me gustaba. Era diferente. Tenía clase, dentro de un estilo putón.
Sobre la barra de la cocina había un montón de correo que había estado evitando. Me serví una cerveza para celebrar el nuevo pelo y empecé a ojear el correo. Facturas, facturas y más facturas. Repasé el talonario de cheques. No tenía dinero suficiente. Necesitaba capturar a DeChooch.
Yo suponía que DeChooch también tendría problemas de dinero. El fiasco de los cigarrillos no le habría dejado nada. Y el Snake Pit, poco o nada. Y ahora ya no tenía ni coche ni sitio para vivir. Rectificación: no tenía el Cadillac. Pero había huido en algo. Yo no lo llegué a ver.
El contestador tenía cuatro mensajes. No los había escuchado por miedo a que fueran de Joe. Sospecho que la verdad es que ninguno de los dos estamos preparados para el matrimonio. Y en lugar de enfrentarnos a la realidad buscamos formas de sabotear nuestra relación. No hablamos de temas importantes como los niños o el trabajo. Cada uno de nosotros se aferra a una postura y le grita al otro.
Puede que no sea el momento indicado para casarnos. No quiero ser cazarrecompensas el resto de mi vida, pero desde luego, ahora mismo, tampoco quiero ser ama de casa. Y de verdad que no quiero casarme con una persona que me da ultimátums.
Y quizá Joe debiera reflexionar sobre lo que espera de su esposa. Creció en un hogar tradicional italiano, con una madre dedicada a la casa y un padre dominante. Si quiere una mujer que se ajuste a ese modelo, yo no soy la más conveniente. Puede que algún día llegue a convertirme en ama de casa, pero siempre querré volar desde el tejado del garaje. Así soy yo.
A ver si le echas redaños, rubita, me dije a mí misma. Ésta es la Stephanie nueva y mejorada. Oye esos mensajes. Sé temeraria.
Escuché el primero y era de mi madre.
– ¿Stephanie? Soy tu madre. He preparado un rico asado para esta noche. Y magdalenas de postre. Con anises por encima. A las chicas les gustan las magdalenas.
El segundo era de la tienda de novias para recordarme otra vez que ya había llegado el vestido.
El tercero era de Ranger, con las últimas noticias sobre Sophia y Christina. Christina se había presentado en el hospital con todos los huesos de la mano rotos. Su hermana se la había machacado con un mazo de carne para librarla de las esposas. Christina se presentó en el hospital incapaz de soportar el dolor, pero Sophia seguía en libertad.
El cuarto mensaje era de Vinnie. Se habían retirado las acusaciones contra Melvin Baylor y éste se había comprado un billete de ida para Arizona. Al parecer, su ex mujer había presenciado su ataque de ira contra el coche y le había dado miedo. Si era capaz de hacerle hacer una cosa así al coche, no quería ni pensar lo que sería capaz de hacer después. Así que le había pedido a su madre que retirara las acusaciones y habían llegado a un acuerdo económico. A veces la locura compensa.
Ésos eran los mensajes. Ninguno de Morelli. Es curioso cómo funciona la cabeza de las mujeres. Ahora estaba hundida porque Morelli no llamaba.
Le dije a mi madre que iría a cenar. Luego le dije a Tina que había decidido no quedarme con el vestido. Cuando le colgué a Tina me sentí diez kilos más ligera. El Porreta y Dougie estaban bien. La abuela estaba bien. Yo era rubia y no tenía vestido de novia. Aparte de los problemas con Morelli, la vida no podía ser mejor.
Eché una breve siesta antes de ir a casa de mis padres. Al levantarme, el pelo se me había puesto muy raro, así que me di una ducha. Después de lavarme y secarme el pelo me parecía a Art Garfunkel. Pero más. Era como si el pelo me hubiera estallado.
– No me importa -le dije a mi reflejo en el espejo-. Soy la Stephanie nueva y mejorada -por supuesto, era mentira. A las chicas de Jersey eso nos importa.
Me puse un par de vaqueros negros nuevos, botas negras y un polo rojo de canalé de manga corta. Salí al salón y me encontré con Benny y Ziggy sentados en el sofá.
– Hemos oído la ducha y no queríamos molestarla -dijo Benny.
– Sí -siguió Ziggy-, y debería arreglar la cadena de seguridad. Nunca se sabe quién puede entrar en casa.
– Acabamos de volver del funeral de Louie D y nos hemos enterado de cómo encontró al chavalito ese, el mariquita, y a su amigo. Sophia hizo una cosa horrible.
– Incluso cuando Louie estaba vivo, ella ya estaba loca -dijo Ziggy-. No se le puede dar la espalda. No está en sus cabales.
– Y dígale a Ranger que le enviamos nuestros mejores deseos. Esperamos que lo del brazo no sea muy serio.
– ¿Han enterrado a Louie con el corazón?
– Ronald se lo llevó directamente al enterrador, se lo pusieron y le cosieron; le dejaron como nuevo. Hoy Ronald ha acompañado al coche fúnebre otra vez hasta Trenton para el funeral.
– ¿No estaba Sophia?
– Había flores en la tumba, pero no ha estado en la ceremonia -sacudió la cabeza-. Demasiada presencia policial. Estropeaban la intimidad.
– Supongo que sigue buscando a Choochy -dijo Benny-. Debería tener cuidado con él. Está un poquito… -hizo un movimiento circular con el dedo índice en la sien para indicar que «le faltaba un tornillo»-. Aunque no como Sophia. Chooch tiene un buen corazón.
– Es por culpa del infarto y del estrés -dijo Ziggy-. No se puede menospreciar el estrés. Si necesita ayuda con Choochy, llámenos. A lo mejor podemos hacer algo.
Benny ásintió con la cabeza. Tendría que llamarles.
– Tiene el pelo muy bonito -dijo Ziggy-. Se ha hecho la permanente, ¿verdad?
Se levantaron y Benny me dio una caja.
– Le he traído un poco de mantequilla de cacahuete. Estelle la trajo de Virginia.
– Aquí no se encuentra una mantequilla de cacahuete como la de Virginia -dijo Ziggy.