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Pero me estoy extraviando... Decía pues que mantiene una conversación. De acuerdo con mis suposiciones, las cosas ocurrieron así: el injerto de la hipófisis puso en marcha el centro de la palabra en el cerebro del perro y los vocablos fluyeron como un torrente. Creo que estamos frente a un cerebro vivificado, un cerebro cuyas posibilidades han sido liberadas y no a una creación íntegramente nueva. ¡Oh, admirable confirmación de la teoría de la evolución! ¡Oh, cadena sublime desde el perro hasta el químico Mendeleiev! Formulo también otra hipótesis: En el curso del período canino de su vida, Bola acumuló una cantidad de nociones. Todas las palabras con las cuales comenzó a expresarse son palabras de la calle, que había oído y grabado en su cerebro. Ahora, cuando camino por la calle, miro a sus ex congéneres que cruzo con secreto terror. Sólo Dios sabe lo que pueden contener sus cerebros.

Bola leía. Leía ( tres signos de admiración). Me lo hizo comprender el GIavybra: leía, pero comenzando por el final de las palabras. Y también sé donde se encuentra la razón de este extraño hecho: en el cruce de los nervios ópticos en el perro.

En Moscú ocurren cosas que rebalsan la capacidad del entendimiento. Siete comerciantes de la Sukharevka ya fueron detenidos por haber difundido el rumor de que la llegada de los bolcheviques anunciaba el fin del mundo. Daría Petrovna me lo dijo, y hasta me pronosticó la fecha exacta: el 28 de noviembre de 1929, día de San Esteban, mártir, la Tierra, chocará con el Eje celeste... Hasta hay pillos que organizan conferencias. Con esta hipófísis nos hemos metido en un buen lío; sólo tenemos un deseo: salir corriendo del departamento. A ruego de Filip Filipovich me instalé aquí y paso las noches en la sala de espera, con Bola. La sala de curaciones fue transformada en sala de espera. Schwonder tenía razón. El Comité del edificio continúa molestando. Ya no queda un solo vidrio de los armarios sano debido a los saltos de Bola. Nos hemos dado por vencidos.

Filip Filipovich observa una conducta extraña. Cuando le comuniqué mi hipótesis y mi esperanza de que Bola llegue a alcanzar un elevado desarrollo psíquico, se burló de mí y me contestó: "¿Lo cree?" con tono siniestro. ¿Me habré equivocado? ¿Tendría el viejo algo en mente? Mientras me ocupo de la historia clínica, él estudia los antecedentes del hombre cuya hipófisis hemos extraído.

( Hoja intercalada en el cuaderno)

Klim Grigorevich Tchugunkin, veintiocho años, soltero. Apolítico, simpatizante. Juzgado tres veces y sobreseído otras tantas: la primera por insuficiencia de pruebas; la segunda, por causa de sus orígenes sociales; la tercera condenado a quince años de trabajos forzados, con sobreseimiento. Robos. Profesión: ejecutante de balalaika en las posadas.

Estatura baja, conformación débil. Hígado dilatado (alcoholismo). Causa de la muerte: cuchillada en el corazón durante una riña en una cervecería (la Signal-Stop, cerca de la barrera Preobrajenski).

El viejo trabaja sin descanso estudiando la personalidad de Klim. No entiendo por qué. Rezongó algo por el hecho de que no se le había ocurrido examinar detenidamente el cadáver de Klim en el departamento anátomo-patológico. No comprendo lo que busca. ¿Qué importancia puede tener la persona a quien pertenecía la hipófisis?

17 de enero. Estos últimos días no hice anotaciones en el diario. Tenía gripe. Entretanto, Bola ha adquirido su aspecto definitivo.

a) Estructura corporal totalmente análoga a la de un hombre.

b) Peso: 50 kg, aproximadamente.

e) Estatura: baja.

d) Cabeza: pequeña.

e) Comenzó a fumar.

f) Ingiere alimentos humanos.

g) Se viste solo.

h) Se expresa con facilidad.

¡He ahí el trabajo de la hipófisis! ( manchón de tinta).

Termino aquí este diario. Estamos en presencia de un organismo nuevo: hay que estudiar todo desde el comienzo.

Documentos adjuntos: estenogramas de los discursos, grabaciones fonográficas, fotografías.

Firmado: El asistente del profesor F. F. Preobrajenski, Doctor Bormental.

* * *

Una noche de invierno. A fines de enero, en el marco de la puerta de la sala de espera ha sido fijada una hoja de papel blanco en la que se re conoce la caligrafía de Filip Filipovich:

Prohibido comer semillas de girasol en el departamento.

F. Preobrajenski.

Y en grandes letras escritas con lápiz azul por mano de Bormentaclass="underline"

Prohibido tocar instrumentos de música entre las cinco de la tarde y las siete de la mañana.

Luego, la caligrafía de Zina:

Cuando usted vuelva dígale a Filip Filipovich que no sé adónde fue. Fiodor dijo que estaba con Schwonder.

Escrito por Preobrajenski:

¿Tendré que esperar al vidriero durante ciento siete años?

Finalmente, por Daría Petrovna (en caracteres de imprenta) :

ZINA FUE A LA TIENDA, DIJO QUE EL VIDRIERO IBA A VENIR.

El comedor había adquirido su aspecto nocturno debido a la lámpara cubierta por la pantalla roja. La luz se reflejaba en el aparador cuyos espejos trizados habían sido remendados por medio de tiras de papel pegadas en cruz. Inclinado sobre la mesa, Filip Filipovich se hallaba absorbido por la lectura de un periódico de gran tamaño. Tenía el rostro alterado y murmuraba entre dientes breves frases sin ilación. He aquí el articulo que tenía bajo la vista "No cabe duda alguna de que se trata de un hijo ilegítimo (como se decía en la podrida sociedad burguesa). Estas son, pues, las diversiones de nuestra burguesía seudosabia. Un cualquiera puede permitirse el lujo de ocupar siete habitaciones hasta el día en que la espada implacable de la justicia caiga sobre él entre resplandores rojos. Schw...r.

En una habitación vecina alguien tocaba obstinadamente la balalaika con incansable virtuosismo y las sutiles variaciones de "Brilla la luna" venían a agregarse al contenido del artículo, formando en la cabeza de Filip Filipovich una odiosa amalgama. Luego de terminar su lectura escupió vigorosamente por encima de su hombro y se puso a tararear maquinalmente y a media voz:

Brilla la luna... Brilla la luna... Brilla la...Maldita melodía. Ahora también se me contagia a mí.

Tocó el timbre. La cabeza de Zina apareció en la puerta.

—Dile que termine, son las cinco; y por favor, hazlo venir aquí.

Filip Filipovich estaba sentado en un sillón junto a la mesa. Entre los dedos de su mano izquierda sostenía un cigarrillo en cuyo extremo brillaba el punto rojo de la lumbre. Un hombre de pequeña estatura y aspecto poco atractivo se apoyaba en el marco de la puerta. Tenía la cabeza cubierta de cabellos rígidos semejantes a una mata de maleza en un campo desbrozado y una pradera hirsuta le cubría las mejillas. El escaso desarrollo de la frente llamada la atención: casi inmediatamente encima del pelo negro de las cejas separadas comenzaba el cepillo duro de los cabellos.

Vestía una chaqueta agujereada bajo el brazo izquierdo, salpicada de briznas de paja y un pantalón a rayas cuya pierna derecha estaba rota en la rodilla mientras la izquierda ostentaba numerosas manchas moradas. Llevaba al cuello una corbata de violento tono azul, adornada con un alfiler que lucía un falso rubí. El color de esta corbata era tan agresivo que por momentos, al cerrar los ojos cansados, Filip Filipovich veía aparecer en el cielorraso o en la pared un lampo flameante rodeado por un halo azul. Y cuando volvía a abrirlos era cegado nuevamente por el haz de luz que proyectaban desde el suelo los botines charolados del hombre, cubiertos en parte por polainas blancas.