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—Muy bien —prosiguió con mayor calma—, sólo es cuestión de palabras, no tiene importancia. Entonces ¿qué le dijo el adorable comité del edificio?

—¿Qué quiere que diga? Y no tiene por que tratarlo de "adorable". Defiende intereses.

—¿Los intereses de quién?... si puedo preguntárselo.

—¡De los trabajadores; todo el mundo lo sabe!

Filip Filipovich. abrió desmesuradamente los ojos.

—¿Por qué? ¿Usted es un trabajador?

—Evidentemente. No soy un inútil.

—Bueno. ¿Qué más necesita el comité para defender sus intereses revolucionarios?

—Usted lo sabe. Tengo que registrarme. Dicen que jamás se ha visto que alguien viva en Moscú sin estar registrado. Pero lo más importante son los documentos militares. No quiero ser un desertor. También están el sindicato, la bolsa de trabajo...

—¿Y puede decirme dónde tengo que registrarlo? ¿En este mantel o en mi pasaporte? Hay que considerar su situación. No olvide que usted es... Hmm... es, digamos, una aparición nueva, una criatura de laboratorio.

El tono de Filip Filipovich se volvía cada vez menos firme.

El hombre se encerró en un silencio triunfal.

—Muy bien. ¿Qué hay que hacer, por fin, para registrarlo y dar amplia satisfacción a su comité del edificio? Usted no tiene nombre ni apellido.

—No es verdad. Puedo elegirme un nombre. Basta con anunciarlo en un periódico y asunto terminado.

—¿Y cómo quiere llamarse?

El hombre enderezó el nudo de su corbata y anunció:

—Poligraf Poligrafovich.

—No se haga el imbécil —repuso refunfuñando Filip Filipovich—, le hablo en serio.

Una sonrisa sarcástica torció el bigote del hombre:

—Hay algo que no entiendo —prosiguió en tono cordial y razonable—. No debo blasfemar, no debo escupir. Y todo lo que usted me dice es "Imbécil, Idiota". Aparentemente, sólo los profesores tienen el derecho de decir palabras groseras en la U.R.S.S.

El rostro de Filip Filipovich se congestionó. Fue a servirse un vaso de agua que se le cayó de las manos y se rompió; se sirvió otro y pensó: "No va a demorar en aleccionarme y tendrá toda la razón. No sé dominarme."

Volvió junto al hombre, se inclinó con exagerada cortesía y pronunció con voz firme y glaciaclass="underline"

—Per-dó-ne-me. Tengo los nervios excitados. Su nombre me pareció extraño. ¿Puedo saber dónde lo encontró?

—Me lo aconsejó el comité del edificio. Buscaron en el calendario. Me preguntaron cuál quería y elegí.

—En ningún calendario puede encontrarse un nombre así.

El hombre sonrió.

—Me sorprende. En la sala de curaciones tiene uno colgado.

Sin moverse de su lugar, Filip Filipovich oprimió un timbre bajo la mesa y apareció Zina.

—El calendario de la sala de curaciones.

Zina regresó pocos instantes después con el calendario.

—¿Dónde? —preguntó el profesor.

—Se celebra el 4 de marzo.

—A ver... hmm... Diablos... Arrójelo al fuego, Zina, ¡enseguida!

Zina salió aprisa con el calendario mirando con ojos asustados al profesor, y el hombre meneó la cabeza con reprobación.

—¿Y puedo conocer su apellido?

—Estoy dispuesto a conservar mi apellido hereditario.

—¿Hereditario? ¿Es decir?

—Bolla. Con elle.

* * *

En el consultorio del profesor se encontraba Schwonder, presidente del comité del edificio. Vestía una chaqueta de cuero y permanecía de pie junto al escritorio. El doctor Bormental estaba sentado en un sillón. Tenía las mejillas avivadas por el frío (acababa de entrar) y parecía tan desamparado como Filip Filipovich, sentado junto a él.

—¿Qué debemos escribir? —preguntó este último.

—Nada complicado —comenzó Schwonder—. Redacte un certificado, ciudadano profesor, declarando que el portador del presente es efectivamente Bolla Poligraf Poligrafovich... este... engendrado en su departamento ...

Bormental se sentía incómodo en su sillón. Un tic nervioso agitaba el bigote de Filip Filipovich.

—Hmm... ¡Diablos! No se puede imaginar nada más estúpido. Engendrado no es el término exacto, sino simplemente... en fin...

—Que haya sido engendrado o no, es cosa suya —comentó Schwonder con perversa alegría—. Al fin de cuentas, profesor, fue usted quien realizó el experimento. ¡Usted creó al ciudadano Bolla!

—Es muy simple —ladró Bolla, que admiraba en el espejo de la biblioteca el reflejo de su corbata.

—Le quedaré agradecido si no se inmiscuye en la conversación —protestó el profesor. De nada vale decir que es muy simple, cuando en realidad dista mucho de ser simple.

—¡Cómo! ¿No tengo derecho a inmiscuirme? —rezongó Bolla, ultrajado.

Schwonder tomó inmediatamente su defensa.

—Permítame, profesor, el ciudadano Bolla tiene toda la razón. Está en su derecho de participar en una discusión que decide su suerte, y tanto más cuanto se trata de documentos de identidad: ¡los documentos son lo más importante que existe en el mundo!

En ese momento la campanilla ensordecedora del teléfono interrumpió todas las conversaciones.

Filip Filipovich descolgó el receptor, dijo: "Sí", su rostro se encendió de ira y rugió:

—Le ruego no molestarme por sandeces. ¿A usted qué le importa? —Y volvió a colgar violentamente el tubo.

El rostro de Schwonder reflejaba una beatífica alegría.

—Ahora terminemos de una vez —exclamó Filip Filipovich, arrebatado.

Arrancó una hoja de un anotador, escribió algunas palabras y leyó con voz irritada:

—"Por la presente certifico" —Al diablo si... Hmm...— "que el portador de la presente resulta de un experimento de laboratorio durante el cual fue practicada una intervención en su cerebro y que necesita documentos de identidad"... De todas maneras estoy en contra de estas idioteces de papeleos... Firmado: “Profesor Preobrajenski.”

—Resulta bastante extraño, profesor —se ofuscó Schwonder—, que pueda tratar esos documentos de idioteces. No puedo admitir en esta casa la presencia de un inquilino desprovisto de documentos de identidad y que, por añadidura, no está registrado en las listas de conscripción. ¿Qué pasaría si llegara a estallar la guerra contra los buitres del imperialismo?

—Jamás iré a pelear —chilló de pronto Bolla, mirando la biblioteca.

—Sus palabras revelan una gran inconsciencia, ciudadano Bolla. Es imprescindible figurar en las listas de conscripción.

—Acepto que se me inscriba, pero para pelear ¡al cuerno! —replicó Bolla con aplomo, reajustándose el nudo de la corbata.

Le tocó entonces a Schwonder alterarse. Preobrajenski dirigió a Bormental una mirada furiosa y apenada a la vez: “Linda moral ¿no le parece?” El doctor respondió moviendo significativamente la cabeza.

—Fui herido gravemente durante la operación —gimió Bolla sombrío—. Vea cómo me remendaron— agregó, mostrando su frente surcada por una cicatriz reciente—.

—¿Acaso sería usted un anarco-individualista? —preguntó Schwonder levantando bien alto las cejas.

—Me otorga el derecho a eximirme —replicó Bolla.

—Muy bien, de acuerdo, ya veremos más adelante —respondió Schwonder sorprendido. Por el momento vamos a enviar el certificado a la policía para obtener los documentos.

—Es que... —lo interrumpió de pronto Filip Filipovich visiblemente acosado por una idea fija— ¿no tendría usted una habitación libre en la casa? Estoy dispuesto a comprarla.

Los ojos pardos de Schwonder se llenaron de chispas amarillentas.

—No, profesor, lo lamentamos mucho. Y no hay ninguna en perspectiva.