—No, hijo mío, no le permitiré hacer tal cosa. Tengo sesenta años, puedo darle consejos. Nunca se deje tentar a cometer un crimen, sea cuales fuesen sus motivos. Mantenga las manos puras hasta su muerte.
—Perdóneme, Filip Filipovich, ¿pero qué ocurrirá si Schwonder sigue ocupándose de su educación? ¡Dios mío! ¡Comienzo apenas a vislumbrar en lo que puede llegar a convertirse este Bolla!
—¡Ajá! ¿Lo comprende ahora? Yo lo había comprendido diez días después de la operación. Pero Schwonder es un imbécil de la peor especie. No entiende que Bolla es una amenaza aún peor para él que para mí. Trata por todos los medios de predisponerlo en mi contra sin darse cuenta que si alguien a su vez predispone a Bolla en contra de Schwonder, este último será quien quede completamente destruido.
—¡Sólo le interesan los gatos! Un hombre con corazón de perro.
—¡Oh, no, no! —protestó dolidamente Filip Filipovich —usted comete un grave error, doctor. No calumnie al perro, por favor. Los gatos, es algo pasajero... Es una cuestión de disciplina, puede durar dos o tres semanas. Se lo certifico. Un mes a lo sumo, y dejará de perseguirlos.
—¿Y por qué no ahora?
—Es natural, Iván Arnoldovich ¿qué tiene de extraño? La hipófisis no está suspendida en el aire. No hay que olvidar que está injertada en un cerebro de perro: déle el tiempo de adaptarse. Actualmente ya no presenta sino muy pocos vestigios de conducta canina y compréndalo, los gatos son lo mejor de todo lo que hace. El drama es que ya no tiene corazón de perro, sino corazón de hombre. ¡Y el corazón de hombre más crápula que existe!
Bormental sintió que su exaltación llegaba al máximo. Apretó sus puños musculosos encogió los hombros y declaró resuelto:
—Basta. Lo mataré.
—¡Se lo prohíbo! —respondió categóricamente Filip Filipovich.
—Permit...
El profesor tendió el oído y alzó un dedo:
—Un instante... Me pareció oír pasos.
Los dos hombres hicieron silencio y escucharon, pero en el corredor todo estaba en calma.
—Yo había creído... —y el profesor reanudó, en alemán, su apasionado discurso. Las palabras rusas "acto criminal" fueron repetidas varias veces.
—Espere —lo interrumpió a su vez Bormental, dirigiéndose hacia la puerta.
Ahora se oía claramente el eco de pasos que se aproximaban, acompañados de gruñidos. Bormental abrió la puerta y el asombro le hizo dar un salto hacia atrás mientras el profesor permanecía clavado en su sillón.
En el rectángulo de luz del corredor apareció Daría Petrovna vestida tan sólo con un camisón transparente; tenía las mejillas encarnadas, los ojos llenos de venganza. El profesor y su asistente se sintieron deslumbrados por la generosidad de las formas del cuerpo potente que aparecía semidesnudo ante sus miradas espantadas. Daría Petrovna tenía algo entre sus manos vigorosas, algo que forcejeaba arrastrándose en el suelo, unas piernas cortas cubiertas de abundante vello negro. Ese "algo" era evidentemente Bolla, completamente atónito, apenas repuesto de su borrachera, con el pelo desgreñado y que por una prenda de vestir sólo llevaba su camisa.
Majestuosa, en su velada desnudez, Daría Petrovna sacudía a Bolla como si hubiese sido una bolsa de papas:
—¡Mire un poco, señor profesor, el estado de nuestro visitante Telegraf Telegrafovich! Yo estuve casada, pero Zina es aún una jovencita inocente. Afortunadamente me desperté...
Después de este discurso, Daría Petrovna tuvo un repentino acceso de pudor, lanzó un grito, se cubrió el pecho con las manos y huyó. Filip Filipovich pareció recobrar su buen sentido.
—Por amor de Dios, perdónenos, Daría Petrovna —le gritó ruboroso.
Bormental levantó un poco más las mangas de su camisa y caminó hacia Bolla. Filip Filipovich cruzó su mirada y sintió miedo:
—¿Qué va a hacer, doctor? Le prohíbo...
Bormental asió a Bolla por el cuello y lo sacudió con tal violencia que la tela de la camisa se rompió. Filip Filipovich se interpuso y trató de arrancar el débil cuerpo de Bolla de entre las garras del cirujano.
—¡No tiene derecho a pegarme! —gritaba Bolla, quien, medio estrangulado, se esforzaba por retomar contacto con el piso.
De pronto la lucidez le había vuelto.
—¡Doctor! —tronó Filip Filipovich.
Bormental tomó a su vez un respiro y soltó a Bolla que se largó a lloriquear.
—Muy bien —silbó Bormental—, esperemos hasta mañana. Le reservo una sorpresa cuando despierte y después que se le haya pasado del todo la borrachera.
Y tomando a Bolla bajo las axilas, lo arrastró a la sala de curaciones.
Bolla intentó una última zancadilla, pero sus piernas lo traicionaron.
Filip Filipovich se cuadró firmemente sobre sus pies, sacudiendo los faldones de su bata; elevó la mirada hacia la lámpara del techo y alzando los brazos al cielo exclamó:
—Vamos, esta vez...
* * *
La sorpresa anunciada por el doctor Bormental no tuvo lugar a la mañana siguiente por la sencilla razón que Poligraf Poligrafovich había desaparecido de la casa. Bormental se enfureció, se desesperó, se trató de burro por no haber escondido la llave de la puerta de entrada, chilló que era imperdonable y concluyó deseando que a Bolla lo aplastara un autobús. Filip Filipovich se encontraba en el consultorio, con los dedos hundidos entre sus cabellos.
—Imagino lo que va a hacer afuera... Lo imagino muy bien... De Sevilla a Granada...¡Dios mío!
—¡Tal vez ande metido nuevamente con los del comité del edificio! —exclamó de pronto Bormental, y salió del departamento como si se lo llevara el demonio.
En la sede del comité del edificio se encaró tan violentamente con Schwonder, que éste se propuso redactar una protesta dirigida al tribunal popular del barrio denunciando que su papel no era vigilar al pensionista del profesor Preobrajenski, tanto más cuanto el Poligrafovich en cuestión era un pillo quien, la víspera a la noche había retirado siete libros de la caja del comité con el pretexto de comprar manuales en la cooperativa.
Fiodor, que en tal oportunidad fue gratificado con tres rublos, revolvió la casa de arriba abajo sin encontrar huellas de Bolla.
Todo lo que llegó a saberse fue que Bolla se había marchado con su gorra, su bufanda y su abrigo, llevándose todos sus documentos además de una botella de aguardiente de peras silvestres que había encontrado en el aparador, así como los guantes del doctor Bormental. Daría Petrovna y Zina no ocultaron su júbilo y manifestaron la esperanza de que Bolla no regresase. La víspera misma le había pedido prestados a Daría Petrovna tres rublos con cincuenta kopecks.
—¡Para que le sirva de lección! —rugió Filip Filipovich levantando el puño.
Durante esa tarde y a lo largo de todo el día siguiente las llamadas telefónicas fueron incesantes y los dos médicos recibieron un número poco habitual de pacientes. El tercer día consideraron oportuno avisar a la policía para que se comenzase a buscar a Bolla en el torbellino de la capital.
Apenas había sido pronunciada la palabra "policía" cuando el venerable silencio del pasaje Obukhov fue quebrado por el rugido del motor de un camión. Los vidrios de la casa temblaron. Sonó un timbre y Poligraf Poligrafovich hizo su entrada con inusitada dignidad. Sin pronunciar una sola palabra se quitó la gorra, colgó su abrigo en el vestíbulo y apareció entonces bajo un aspecto totalmente insólito. Vestía una chaqueta de cuero, demasiado amplia para él, pantalón raído del mismo material y altas botas inglesas cerradas con cordones que le llegaban hasta la rodilla. Al mismo tiempo la habitación fue invadida por un increíble olor a gato. Preobrajenski y Bormental, como obedeciendo a una orden tácita, se cruzaron de brazos, se cuadraron frente a la puerta y aguardaron las primeras explicaciones de Poligraf Poligrafovich. Éste se alisó los cabellos tiesos, tosió y lanzó una mirada circular en torno de él; visiblemente, su desenvoltura no tenía otro objeto que ocultar su turbación.