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– Imagino. -Mejor en la espalda que en la cara. Y tener cicatrices siempre era mejor que estar muerta.

Volví a ponerme la camisa y Bill comenzó a trabajar con mi cabello, algo que le encanta. No tardé en cansarme y tener que tomar asiento en la silla de Eric mientras Bill seguía de pie detrás de mí.

– ¿Por qué me eligió la ménade a mí?

– Estaría esperando al primer vampiro que pasara. Que estuvieras conmigo y fueras mucho más vulnerable resultó ser un regalo.

– ¿Fue ella quien provocó nuestra pelea?

– No, creo que solo fue casualidad. Aún no entiendo por qué te enfadaste tanto.

– Estoy demasiado cansada como para explicarlo, Bill. Hablaremos de ello mañana, ¿de acuerdo?

En ese momento entró Eric, junto con un vampiro que pensé que sería Chow. Enseguida supe la razón de que atrajera tantos clientes. Era el primer vampiro asiático que había visto, y era muy guapo. También estaba cubierto (al menos las partes visibles para mí) con intrincados tatuajes, tatuajes que había oído que eran típicos de los miembros de la Yakuza. Sin importar si Chow había sido gángster o no durante su existencia humana, ahora exhibía un matiz bastante siniestro. Pam apareció por la puerta tras un momento, y dijo:

– Todo cerrado. La doctora Ludwig también se ha largado.

Así que el Fangtasia ya había cerrado sus puertas. Debían de ser las dos de la mañana. Bill continuaba cepillándome el cabello, y yo estaba sentada en la silla con las manos sobre los muslos, consciente de mi inadecuada indumentaria. Aunque, si pensaba en ello, Eric era tan alto que su camisa me cubría casi más que algunos de mis pantalones cortos. Supuse que eran las medias de corte francés las que me hacían sentir incómoda. Además, no llevaba sujetador. Ya que Dios había sido muy generoso conmigo en el apartado de los pechos, resultaba inconfundible saber si lo llevaba o no.

Pero no importaba mucho si mis ropas enseñaban más de mí de lo que quería, ni tampoco si todos ellos habían visto hacía poco mucho más de lo que ahora mostraba: seguía conservando mi educación.

– Gracias a todos por salvarme la vida -dije. No tuve mucho éxito al tratar de sonar agradable, pero esperé que al menos mi sinceridad fuera captada.

– El placer fue mío -respondió Chow con un toque lascivo en sus palabras. Se le notaba cierto acento, pero no tenía demasiada experiencia con los diferentes dialectos asiáticos como para decir de dónde provenía. Estoy segura de que Chow no era su nombre completo, aunque era así como lo llamaban los demás vampiros-. Incluso sin veneno, no me hubiera quejado.

Sentí la tensión de Bill tras de mí. Depositó las manos sobre mis hombros y yo coloqué los dedos sobre ellas.

– Valió la pena ingerir el veneno -apostilló Eric. Pegó los dedos a los labios y los besó, como si apareciera el buqué de mi sangre. Argh.

– Cuando quieras, Sookie -sonrió Pam.

Fantástico.

– Tú también, Bill -dije, a la vez que apoyaba la cabeza contra él.

– Fue un placer -respondió, tratando de controlar su temperamento.

– ¿Os peleasteis antes de encontraros con la ménade? -inquirió Eric-. Es lo que dijo Sookie…

– Es asunto nuestro -restallé, y los tres vampiros se sonrieron los unos a los otros. No me gustó un pelo-. A propósito, ¿por qué querías que nos reuniéramos aquí esta noche? -quise saber, con la esperanza de desviar el tema de conversación de Bill y de mí.

– ¿Recuerdas lo que me prometiste, Sookie? ¿Que usarías tu habilidad mental para ayudarme, siempre y cuando los humanos involucrados no perdieran la vida?

– Claro que lo recuerdo. No soy de las que olvidan una promesa, en especial las hechas a vampiros.

– Desde que Bill ha sido designado investigador del Área 5, hemos dejado de tener misterios por aquí. Pero en el Área 6, en Texas, se necesitan tus capacidades. Así que te hemos prestado.

Me di cuenta de que había sido alquilada, como una sierra mecánica o una excavadora. Me pregunté si era el último recurso de los vampiros de Dallas.

– No iré sin Bill. -Miré a los ojos de Eric. Los dedos de Bill me dieron un pequeño apretón, así que supe que había dicho lo correcto.

– Irá contigo. Fue una negociación complicada -aseguró Eric, con una sonrisa de oreja a oreja. El efecto resultó desconcertante, ya que se le notaba feliz por algo, y sus colmillos estaban desenfundados-. Nos tememos que pueda ser algo peligroso, así que necesitarás una escolta, ¿y quién mejor que Bill? Si Bill fuera incapaz de protegerte, enviaremos otra escolta. Y los vampiros de Dallas han accedido a proporcionarte coche y chófer, alojamiento y comida, además de, por supuesto, unos buenos honorarios. Bill sacará un porcentaje de todo ello. Debes acordar cuánto con él -añadió con suavidad-. Estoy seguro de que al menos compensará tu ausencia del bar.

¿Habrá escrito Ann Landers algún libro sobre este tema: «cuando tu pareja se convierte en tu jefe»?

– ¿Por qué una ménade? -pregunté, volviendo otra vez al asunto. Confié en haber pronunciado bien la palabra-. Las náyades son de agua y las dríades de madera, ¿cierto? Así que, ¿qué es lo que hacía una ménade en los bosques? ¿No eran las ménades mujeres enloquecidas por Baco?

– Sookie, siempre consigues sorprenderme -dijo Eric, después de una considerable pausa. No le dije que había aprendido todo eso de una novela de misterio. Le dejé que pensara que leía antiquísima literatura griega en la lengua original. No me vendría mal.

Chow dijo:

– El dios poseía a algunas mujeres con tanta intensidad que se convertían en inmortales, o casi. Baco era el dios de la vid, así que los bares son muy interesantes para las ménades. De hecho, tan interesantes que no les gusta que otras criaturas de las tinieblas se involucren. Las ménades consideran que la violencia que tiene su origen en el consumo del alcohol les pertenece; ese es su alimento, ahora que nadie adora oficialmente a su dios. Y suelen ser muy orgullosas.

Eso me sonaba. ¿No habíamos sucumbido Bill y yo aquella noche a nuestro orgullo?

– Solo habíamos oído rumores de que había una en la zona -informó Eric-. Hasta que Bill te trajo consigo.

– ¿De qué te advertía? ¿Qué es lo que quiere?

– Tributo -dijo Pam-. O eso creemos.

– ¿Qué clase de tributo?

Pam se encogió de hombros. Parecía que era la única respuesta que obtendría.

»¿O sino qué? -pregunté. De nuevo con las miraditas. Suspiré exasperada-. ¿Qué es lo que hará si no le pagas el tributo?

– Enviar su locura. -Bill sonó preocupado.

– ¿En el bar? ¿En el Merlotte? -Aunque lo cierto es que había multitud de bares por la zona.

Los vampiros se miraron entre sí.

– O a alguno de nosotros -reconoció Chow-. Ya ha ocurrido. La masacre de Halloween de 1876, en San Petersburgo. Todos asintieron solemnes.

– Estuve allí -aclaró Eric-. Se necesitaron veinte de nosotros para pararlo. Y tuvimos que estacar a Gregory. La ménade, Phryne, recibió su tributo después de eso, como comprenderás.

Para que los vampiros hubiesen tenido que estacar a uno de los suyos, las cosas debían de haberse puesto muy feas. Eric había estacado a un vampiro que le había robado, y Bill me comentó que por ello tuvo que pagar una fuerte sanción. A quién, era un dato que Bill no había revelado, y que yo tampoco había preguntado. Había algunas cosas que era mejor no saber.

– Así que pensáis rendirle tributo a esta ménade…

Estaban pensándoselo.

– Sí -respondió Eric-. Es mejor que lo hagamos.

– Supongo que las ménades son muy difíciles de matar -dijo Bill, en tono interrogativo. Eric se agitó.

– Vaya que sí -dijo-. Vaya que sí.

* * *

Durante el viaje de vuelta a Bon Temps, Bill y yo mantuvimos silencio. Tenía un montón de preguntas que hacer, pero estaba reventada.