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– Sam debería saberlo -dije, cuando nos paramos delante de casa.

Bill dio la vuelta para abrirme la puerta.

– ¿Por qué, Sookie? -Me cogió de la mano para tirar de mí y sacarme del coche; apenas podía andar.

– Porque… -Y entonces me callé de golpe. Bill sabía que Sam era un ser sobrenatural, pero no quería recordárselo. Sam era dueño de un bar, y cuando fuimos atacados por la ménade estábamos más cerca de Bon Temps que de Shreveport.

– Tiene un bar, pero no debería pasarle nada -dijo Bill-. Además, la ménade recalcó que el mensaje iba dirigido a Eric.

Tenía razón.

«Piensas demasiado en Sam -apuntó Bill, y lo miré de sopetón.

– ¿Estás celoso?

Bill era muy cauto cuando otros vampiros se fijaban en mí, pero yo había asumido que era algo territorial. No sabía cómo sentirme ante este nuevo descubrimiento. Le dije a Sam que me iba a coger unas pequeñas vacaciones; nunca antes las había pedido. Pero se tuvo que imaginar lo que había detrás. A Sam no le gustó. Sus brillantes ojos azules relampaguearon y su rostro se endureció; incluso su cabello rojizo dio la impresión de crepitar. Aunque se mordió la lengua para no decirlo, pensaba, obviamente, que Bill no debería haber accedido a mi marcha. Pero Sam desconocía los pormenores de mis tratos con los vampiros. Y Bill era el único vampiro que sabía que Sam era un cambiaforma. Y yo trataba de no recordárselo a Bill. No quería que pensara en Sam más de lo que ya lo hacía. Bill podía llegar a verlo como un enemigo, y yo quería evitar tal situación ante todo. Bill es un mal enemigo.

Soy buena cuando se trata de guardar secretos y poner cara de póquer, sobre todo después de pasar años leyendo sin querer la mente de las personas que me rodean. Pero he de confesar que mantener separados a Bill y a Sam me costaba mucho esfuerzo.

* * *

Sam se había retrepado en la silla después de darme permiso para cogerme las vacaciones. Ocultaba su enorme complexión bajo una camiseta azul del bar Merlotte. Los pantalones eran viejos pero estaban limpios, y sus botas tenían el aspecto de haber conocido tiempos mejores. Me sentaba sobre el borde de la otra silla, enfrente del escritorio de Sam, con la puerta de la oficina cerrada tras de mí. Sabía que nadie estaría al otro lado escuchando; después de todo, el bar seguía tan ruidoso como siempre: el tocadiscos que interpretaba un zydeco, junto a los sonidos típicos de la gente que estaba tomando algo. Aun así, cuando querías hablar de algo como una ménade, preferías bajar aún más la voz, y por eso me incliné sobre el escritorio.

Sam hizo lo mismo, y puse la mano sobre su hombro para decirle en un susurro:

– Sam, hay una ménade en el camino que conduce a Shreveport.

La cara de Sam se puso blanca durante unos segundos, antes de soltar el aire en una carcajada.

No paró hasta que pasaron al menos tres minutos, tiempo en el que mi enfado aumentó aún más.

– Lo siento -dijo, y de nuevo empezó a reír. ¿Sabes lo irritante que puede ser eso? Rodeó el escritorio, aún en un esfuerzo por refrenar sus risas. Me incorporé para estar a su misma altura, aunque estaba echando humo. Me agarró de los hombros-. Lo siento, Sookie -repitió-. Nunca he visto una, pero he oído que son muy desagradables. ¿Por qué te importa algo así? Me refiero a la ménade.

– Porque no se trata de alguien inofensivo, como podrás comprobar cuando te fijes en las cicatrices de mi espalda -espeté, y entonces su cara cambió.

– ¿Te atacó? ¿Cuándo?

Se lo conté, restándole algo de drama a la historia y evitando referir el proceso de curación empleado por los vampiros de Shreveport. Aun así quería ver las cicatrices. Me di la vuelta y me levantó la camiseta, pero sin pasar de la altura del sujetador. No dijo nada, pero sentí un toque en la espalda, y después de un segundo me di cuenta de que Sam me había besado. Temblé. Me bajó la camiseta y dio la vuelta para encararme.

– Lo siento mucho -reconoció, con total sinceridad. Ya no se reía, ni siquiera por asomo. Estaba muy cerca de mí. Casi sentía el latido de su corazón y la electricidad crepitar por los diminutos pelos de sus brazos.

Inhalé profundamente.

– Estoy preocupada por si te considera un objetivo -expliqué-. ¿Qué es lo que las ménades exigen como tributo?

– Mi madre solía decirle a mi padre que les encantan los hombres orgullosos -me contó, y por un momento pensé que estaba bromeando. Pero al mirar su cara comprobé que no era así-. A las ménades nada les gusta más que reducir a jirones a un hombre. De forma literal.

– Argh -dije-. ¿No hay ninguna otra cosa que les guste?

– Caza mayor. Osos, tigres, esas cosas.

– Complicado encontrar un tigre en Luisiana. Tal vez un oso, pero, ¿cómo lo llevas hasta el territorio de una ménade? -Cavilé sobre esto durante un momento, pero no se me ocurrió nada-. Asumo que lo querrá vivo -dije, con una pregunta implícita en mi frase.

Sam, que parecía haber estado observándome en lugar de pensar en el problema, asintió, y entonces se inclinó hacia delante y me besó.

Debería haberlo visto venir.

Su cuerpo era tan cálido en comparación con Bill… El de Bill siempre estaría frío. Tibio como mucho. Los labios de Sam casi ardían, y lo mismo su lengua. El beso fue profundo, intenso, inesperado, igual que la sorpresa que sientes cuando alguien te da un regalo que no sabías que querías. Sus brazos me rodearon, después los míos a él, y pronto estuvimos fundidos en un apasionado abrazo; hasta que me di cuenta de lo que hacía.

Lo empujé un poco, y él alzó su cara hasta mirarme a los ojos.

– Necesito que te vayas de la ciudad por un tiempo -dije.

– Lo siento, pero llevo queriendo hacer eso desde hace años.

Había un montón de maneras de afrontar esa declaración, pero me autoafirmé en mi determinación y fui al grano.

– Sam, sabes que yo…

– … amo a Bill -terminó mi frase.

No estaba del todo segura de que amara a Bill, pero lo quería, y tenía un compromiso con él. Para simplificar, asentí.

No pude leer los pensamientos de Sam con claridad, ya que es un ser sobrenatural. Pero debería haber sido una idiota rematada, una nula telépata, para no sentir las ondas de frustración y deseo que emanaban de él.

– Y a donde quiero ir a parar -dije, después de un minuto, durante el que nos habíamos separado el uno del otro-, es a que esta ménade tiene un especial interés en los bares, este es un bar dirigido por alguien que no es un humano corriente, igual que pasa con el bar de Eric en Shreveport. Así que es mejor que tengas cuidado.

A Sam se le notó el aprecio de la advertencia, como si así le diera esperanzas.

– Gracias por avisarme, Sookie. La próxima vez que cambie, tendré cuidado en el bosque.

Ni siquiera había pensado en la posibilidad de que Sam se encontrara con la ménade en sus correrías de cambiaforma, por lo que tuve que sentarme cuando me lo imaginé.

– Oh, no -le dije-. No se te ocurra cambiar.

– Hay luna llena en cuatro días -respondió Sam, después de echar un vistazo al calendario-. Tengo que hacerlo. Ya le he dicho a Terry que ocupe mi lugar esa noche.

– ¿Qué le has dicho?

– Que tengo una cita. Todavía no se ha fijado en que cada vez que le pido que venga es noche de luna llena.

– ¿Ha averiguado algo la policía sobre lo de Lafayette?

– No -Sam agitó la cabeza-. Y he contratado a un amigo de Lafayette, Khan.

– ¿Como Sher Khan?

– Como Chaka Khan.

– Vale, ¿pero sabe cocinar?

– Lo han echado del Shrimp Boat.

– ¿Por?

– Temperamento artístico, según tengo entendido. -La voz de Sam sonó seca.

– No necesitamos eso por aquí -observé, con la mano en el pomo de la puerta. Estaba contenta de que Sam y yo hubiéramos tenido una conversación que sirviera para disminuir la tensión de la situación anterior. Nunca nos habíamos abrazado en el trabajo. De hecho, solo me besó una vez, cuando me llevó a casa después de nuestra única cita, meses antes. Sam era mi jefe, y mantener una relación con tu jefe no es una buena idea. Mantener una relación con tu jefe cuando tu novio es un vampiro también es una mala idea, posiblemente una idea fatal. Sam necesitaba encontrar a una mujer. Rápido.