– ¿Crees que alguien podría saber a qué se refería? -Bud Dearborn parecía perplejo.
– Era una fiesta privada. ¿Por qué iba a decírselo a nadie?
Pero esa clase de fiestas no deberían tener lugar en su distrito. Ambos hombres me contemplaban.
– ¿Te comentó Lafayette algo acerca del consumo de drogas en esa fiesta? -indagó Bud a duras penas, pues sus labios apenas se despegaron.
– No, no recuerdo que lo hiciera.
– Quién organizó el acontecimiento…, ¿era blanco o negro?
– Blanco -dije, y entonces deseé haberme callado, pero Lafayette se había quedado completamente alucinado con la casa…, aunque no por el tamaño o la decoración. ¿Por qué había quedado tan impresionado? No estaba segura de qué clase de cosas son las que podrían impresionar a Lafayette, pues había nacido y crecido entre la pobreza, pero estaba segura de que hablaba de la casa de alguien blanco, a juzgar por lo que dijo: «En todas las fotos de las paredes se veía a tipos blancos como lirios y sonrientes como cocodrilos». No se lo comenté a la policía, y ellos tampoco siguieron interrogándome.
Cuando abandoné la oficina de Sam, tras explicarles por qué el coche de Andy estaba aún en el aparcamiento, regresé a la barra. No quería ser testigo de la actividad que se desarrollaba en el aparcamiento y no había ningún cliente, ya que la policía tenía las entradas al mismo bloqueadas.
Sam estaba recolocando las botellas tras la barra, al tiempo que aprovechaba para limpiar el polvo. Holly y Danielle se habían apalancado en una mesa de la sección de fumadores para que Danielle pudiera encender un pitillo.
– ¿Cómo ha ido? -quiso saber Sam.
– No muy bien. No les gustó saber que Anthony trabajaba aquí, y tampoco el asunto de la fiesta a la que había ido Lafayette el otro día. ¿Lo oíste cuando me lo comentó? Me refiero a esa especie de orgía.
– Sí, también estuvo charlando conmigo sobre eso. Debió de pasárselo genial. Si ocurrió en realidad.
– ¿Crees que Lafayette se lo inventó?
– No creo que haya muchas fiestas interraciales y bisexuales en Bon Temps -apostilló.
– Pero eso es solo porque nadie te ha invitado a una -rebatí cáustica. Me pregunté si sabía todo lo que sucedía en nuestra pequeña ciudad. De toda la gente de Bon Temps, yo era la que estaba más puesta al día de los cotilleos, ya que toda esa información estaba más o menos a mi alcance, siempre y cuando indagara un poco al respecto-. Al menos, por ahora, ¿no?
– Por el momento no me han invitado, no -dijo Sam, y me sonrió a la par que desempolvaba otra botella de whisky.
– Creo que mi invitación también se ha perdido por el camino.
– ¿Piensas que Lafayette volvió anoche para hablar contigo o conmigo acerca de la fiesta?
Me encogí de hombros.
– Tal vez había quedado con alguien en el aparcamiento. Todo el mundo sabe dónde está el Merlotte. ¿Había cobrado ya? -Era fin de semana, y Sam solía pagar por entonces.
– No. Quizá viniera por eso, pero se lo hubiera dado al día siguiente sin falta. Es decir, hoy.
– Me pregunto quién invitó a Lafayette a esa fiesta.
– Buena pregunta.
– Espero que no fuera tan estúpido como para tratar de chantajear a nadie, ¿verdad?
Sam frotó la falsa madera de la barra con una bayeta limpia. La barra siempre estaba reluciente, pero le encantaba tener las manos ocupadas.
– No creo -admitió después de pensarlo un rato-. No, invitaron a la persona equivocada. Sabes de sobra lo indiscreto que era Lafayette. No solo nos contaría que había asistido a esa fiesta, y apuesto a que no estaba invitado, sino que lo llevaría todo hasta un punto con el que los otros, ejem, participantes se encontraran incómodos.
– ¿Cómo tratar de seguir en contacto con la gente de la fiesta? ¿Guiñarles un ojo furtivo en público, por ejemplo?
– Sí, algo parecido.
– Imagino que si tienes sexo con alguien, o lo contemplas practicándolo, es más fácil sentirse como su igual. -Lo dije llena de dudas, dada mi experiencia sobre el tema, pero Sam asintió.
– Lafayette quería ser aceptado por lo que era más que nada en el mundo -aseveró, y tuve que estar de acuerdo con él.
Capítulo 2
Reabrimos a las cuatro y media. Para entonces estábamos aburridos como ostras. Me avergonzaba de ello, ya que, después de todo, había muerto un hombre al que conocíamos, pero resultaba innegable que después de arreglar el almacén, adecentar la oficina de Sam y jugar unas cuantas manos de bourre (Sam ganó cinco dólares y algo de cambio) deseábamos ver algo nuevo. Cuando Terry Bellefleur, el primo de Andy y sustituto habitual del camarero o el cocinero del Merlotte, cruzó la puerta, fue una visita bienvenida.
Le echaba a Terry unos cincuenta bien entrados. Veterano de Vietnam y prisionero de guerra durante un año y medio. Su rostro mostraba unas cuantas cicatrices; mi amiga Arlene me había dicho que las marcas de su cuerpo eran aún más impresionantes. Terry tenía una mata de pelo rojiza, aunque cada mes que pasaba se encanecía un poco más.
Siempre me había caído bien Terry, y el sentimiento era mutuo…, excepto en esos días que se levantaba con el pie izquierdo. Todo el mundo sabía que no había que cruzarse con Terry Bellefleur si tenía un mal día. A estas temporadas les precedían pesadillas de la peor clase, como constataban sus vecinos. Eran ellos quienes lo escuchaban aullar durante esas noches.
Jamás había podido leer su mente.
Terry parecía estar bien hoy. Tenía los hombros relajados y su mirada no era huidiza.
– ¿Estás bien, dulzura? -preguntó, a la par que palmeaba mi brazo con afecto.
– Gracias, Terry. Estoy bien. Solo un tanto apenada por lo de Lafayette.
– Cierto. No era un mal tipo. -Viniendo de Terry, eso era un gran cumplido-. Hacía su trabajo, siempre llegaba a tiempo. Limpiaba bien la cocina. Ni un solo taco. -Funcionar a ese nivel constituía la meta de Terry-. Y entonces muere en el Buick de Andy.
– Me temo que el coche de Andy está… -Traté de encontrar un término más blando.
– Algo sucio. -Terry estaba deseando cambiar de tema.
– ¿Te dijo lo que le había ocurrido a Lafayette?
– Andy dijo que parecía que alguien le había roto el cuello. Y que había, eh, indicios de que habían… jugado con él. -«Jugar con él» quería decir para Terry que se trataba de algo violento y sexual.
– Oh, Dios, qué barbaridad. -Danielle y Holly se acercaron por detrás de mí, junto con Sam y otra bolsa de basura que habían retirado de su oficina. Hicieron un alto en su camino hacia el contenedor.
– No parecía que… Quiero decir, el coche no parecía…
– ¿Manchado?
– Sí.
– Andy cree que lo asesinaron en otro lugar.
– Argh -dijo Holly-. Mejor no me des más detalles. Con eso tengo bastante.
Terry miró por encima de mi hombro a las dos mujeres. No le caían especialmente bien, aunque no sabía cuál era la razón y había desistido de averiguarlo. Yo intentaba respetar la intimidad de las personas, en especial ahora que controlaba mejor mi habilidad. Oí a las dos retomar su camino después de que Terry dejara la vista clavada en ellas unos pocos segundos.
– ¿Recogió Portia a Andy anoche?
– Sí, yo la llamé. Andy no podía conducir. Aunque apuesto a que ahora preferiría que le hubiera dejado. -Nunca conseguiría situarme en el número uno de la lista de amigos de Andy Bellefleur.
– ¿No le costó llevarlo hasta el coche?
– Bill la ayudó.
– ¿Vampiro Bill? ¿Tu novio?
– Ajá.
– Espero que no la asustara -replicó Terry, como si no se diera cuenta de que yo seguía allí. Sentí mi cara contraerse.
– No hay razón alguna por la que Bill asustara a Portia Bellefleur -respondí, y algo en la forma en que lo dije se abrió paso entre los pensamientos de Terry.