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Una mujer salió de la espesura. Con ella llevaba un cerdo salvaje, una bestia feroz. Los colmillos brillaban en las sombras. En la mano izquierda portaba una especie de vara o cayado, con un penacho o algo así a modo de remate.

– Estupendo -susurré para mí-. Maravilloso. -La mujer daba casi más miedo que el animal. Estaba segura de que no era un vampiro, ya que advertía la actividad de su mente, pero también lo estaba de que se trataba de un ser sobrenatural, debido a que no emitía una señal clara. No obstante, captaba el talante de sus pensamientos. Se divertía.

Eso no era bueno.

Confié en que el jabalí fuera amistoso. No eran habituales en Bon Temps, aunque unos pocos cazadores habían divisado alguno. El animal emanaba un olor espantoso y distintivo.

No estaba segura de a quién dirigirme. Quizá el jabalí no fuese un animal de verdad, sino un cambiaforma. Esa era una de las cosas que había aprendido en los últimos meses. Si los vampiros, considerados una ficción desde siempre, existían, también lo harían el resto de las cosas que creíamos meras imaginaciones.

Los nervios me carcomían por dentro, así que sonreí.

La mujer tenía el pelo largo y enredado, de un color oscuro indeterminado bajo la luz exigua, y apenas iba vestida. Llevaba una camisa, pero le quedaba corta y estaba llena de manchas y rasgones. Iba descalza. Me sonrió. En lugar de gritar, sonreí de forma más espléndida.

– No tengo intención de comerte -me aseguró.

– Me quitas un peso de encima. ¿Y qué hay de tu amigo?

– Oh, el jabalí. -Como si solo entonces se hubiera dado cuenta de su existencia, alargó la mano y acarició el cuello del animal, de la misma forma que yo lo haría con un perro. Los feroces colmillos subían y bajaban.

»Hará lo que le diga -dejó caer la mujer. No necesitaba un traductor para captar la amenaza. Traté de parecer igual de despreocupada cuando eché un vistazo alrededor, con la esperanza de ver algún árbol al que subir en caso de que tuviera que hacerlo. Pero todos los troncos cercanos carecían de ramas; eran los pinos que crecían por millones en nuestros bosques. Las primeras ramas estaban a unos cinco metros del suelo.

Me di cuenta de que debería haberlo pensado antes; el fallo del coche de Bill no había sido un accidente, y quizá la pelea entre los dos tampoco.

– ¿Querías hablar conmigo sobre algo? -le pregunté, y al girarme hacia ella me percaté de que estaba un poco más cerca. Ahora veía mejor su cara, y casi era peor. Había una mancha alrededor de su boca, y cuando la abrió para hablar aprecié en los dientes manchas oscuras; la señorita misteriosa se había comido un mamífero crudo-. Veo que ya has cenado -dije nerviosa, y entonces fue cuando quise abofetearme.

– Mmm. -dijo-, ¿eres la mascota de Bill?

– Sí -respondí. Por supuesto que no estaba de acuerdo con la terminología, pero tampoco me hallaba en situación de protestar-. Se molestaría muchísimo si me ocurriera algo.

– Como si la ira de un vampiro me importara -rebatió con aire despreocupado.

– Discúlpeme, señora, ¿pero quién es usted? Si no le importa que le pregunte… -Sonrió de nuevo y me estremecí.

– No, no me importa. Soy una ménade.

Algo griego. No sabía con exactitud de lo que se trataba, pero era salvaje, femenino y vivía en la naturaleza, si no me equivocaba.

– Muy interesante -dije, con una sonrisa de compromiso-. Y esta noche está aquí para…

– Necesito que le lleves un mensaje a Eric Northman -respondió, mientras se acercaba a mí. Ahora sí que la vi hacerlo. El animal la acompañaba, como si estuviera atado a ella. El olor era indescriptible. Vi la pequeña y peluda cola del jabalí, que oscilaba arriba y abajo de manera impaciente.

– ¿Qué mensaje?

La miré… y me giré para correr tan rápido como era capaz. Si no hubiera ingerido sangre vampírica al principio del verano no podría haberlo hecho a tiempo, y hubiera recibido el golpe en la cara y el pecho en lugar de en la espalda. Sentí como si alguien muy fuerte me hubiera golpeado con un rastrillo y las púas se hubieran clavado profundamente en la piel, abriéndose paso por mi espalda.

Fui lanzada hacia delante y aterricé sobre el estómago. La oí reírse tras de mí, y también al cerdo olisquear. Luego me di cuenta de que se había ido. Me quede allí llorando durante un minuto o dos. Trataba de no chillar, por lo que me limitaba a jadear como una mujer al dar a luz, en un esfuerzo por superar el dolor. La espalda me dolía horrores.

Además, estaba muy cabreada. Me acababa de convertir en un mensaje viviente para esa puta, esa ménade o como demonios se llamara. Mientras me arrastraba por el suelo cubierto de ramas, agujas de pino y polvo, mi enfado iba en aumento. Comencé a avanzar hacia el coche, donde sin duda Bill me encontraría, pero cuando ya casi había llegado pensé que no sería inteligente quedarme allí, en terreno abierto.

Estaba asumiendo que el camino implicaba ayuda…, pero no tenía por qué ser así. A juzgar por lo que me acababa de ocurrir, no todo el mundo con el que te encontrabas por casualidad estaba dispuesto a echar un cable. ¿Y si me encontraba con alguien más, alguien hambriento? El olor de mi sangre podría estar atrayendo a un depredador en ese mismo momento; se dice que un tiburón es capaz de detectar las más pequeñas partículas de sangre en el agua, y un vampiro es el equivalente al tiburón en la tierra.

Así que me arrastré hasta llegar a la zona de los árboles, en lugar de quedarme al lado del coche, donde sería mucho más visible. Aquel no parecía ser un sitio muy digno donde morir. No se parecía en nada a El Álamo ni tampoco a las Termópilas. Solo se trataba de un lugar rodeado de vegetación, junto a un camino en la Luisiana septentrional. Probablemente estuviera tumbada encima de una mata de hiedra venenosa. Probablemente no viviera suficiente para salir de aquella.

A cada segundo que pasaba tenía la esperanza de que el dolor cesara, pero no hacía sino aumentar. No podía evitar que las lágrimas me siguieran recorriendo las mejillas. Traté de no sollozar muy alto para no atraer más atención de la debida, pero me resultaba imposible recuperar la calma.

Me estaba concentrando tanto en mantener el silencio que casi no vi a Bill. Andaba junto al camino, buscando entre los árboles, y por la forma en que caminaba supe que estaba alerta. Sabía que algo iba mal.

– Bill -susurré, aunque gracias a su oído vampírico aquello sonaría como un grito.

Se detuvo de inmediato y escudriñó las sombras.

– Estoy aquí -dije, y sollocé-. Cuidado. -Podría haberme transformado en una trampa viviente.

A la luz de la luna vi que su rostro no exteriorizaba ningún tipo de sentimiento, pero supe que sopesaba la situación, como yo haría en su lugar. Uno de nosotros tenía que moverse, y me di cuenta de que si me exponía al brillo de la luna, al menos Bill lo vería todo con más claridad si algo nos atacaba.

Extendí las manos, agarré la hierba y me impulsé. Ni siquiera era capaz de ponerme de rodillas, así que esta era la forma más rápida de moverme. Me ayudé un poco con los pies, aunque incluso ese mínimo esfuerzo hacía que la espalda me doliera lo indecible. No quería mirar a Bill mientras que me movía hacia él, ya que no deseaba ablandarme ante la visión de su ira. Era algo casi palpable.

– ¿Quién te ha hecho esto, Sookie? -preguntó con dulzura.

– Méteme en el coche. Por favor, sácame de aquí -rogué, haciendo un gran esfuerzo-. Si hago mucho ruido, puede que vuelva. -Me encogí ante la mera idea-. Llévame hasta Eric -dije, en un hilo de voz-. Me ha dicho que esto era un mensaje para Eric Northman.

Bill se acuclilló a mi lado.

– Tengo que levantarte -me informó.

– Oh, no -comencé a decir-. Debe de haber otro modo.

Pero sabía que no. Y Bill también. Antes de que me anticipara al dolor que iba a sufrir, deslizó el brazo debajo de mí, pasó el otro por mi entrepierna y en un instante me tuvo colgada sobre su hombro.