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—No veo nada de eso —dijo Vismaan—. Sienten curiosidad al verme, sí. Pero no detecto miedo, no detecto hostilidad. ¿Será porque no estoy familiarizado con las expresiones faciales humanas? Creía que había aprendido a interpretarlas bien.

—Espera y verás —le dijo Thesme.

Pero tuvo que admitir en su interior que tal vez estaba exagerando un poco. Ya estaban cerca del corazón de Narabal, y algunas personas miraban al gayrog reflejando sorpresa y curiosidad, sí, pero dulcificaron rápidamente sus miradas. Otras personas se limitaron a saludar con la cabeza y sonreír como si ver una criatura de otro mundo paseando por la calle fuera la cosa más vulgar del mundo. En cuanto a verdadera hostilidad, Thesme no captó nada. Ese detalle le produjo enojo. Aquella gente moderada y dulce, aquella gente apacible y amistosa, no estaba reaccionando tal como ella esperaba. Incluso cuando por fin encontraron conocidos —Khanidor, el mejor amigo de su hermano mayor, Hennimont Sibroy, dueño de la pequeña posada junto al puerto, y la mujer de la floristería— éstos fueron simplemente cordiales.

—Éste es Vismaan —dijo Thesme—. Vive conmigo desde hace algún tiempo.

Khanidor sonrió como si hubiera sabido siempre que Thesme era la clase de persona capaz de llevar la casa en compañía de un no humano, y habló de las nuevas ciudades para gayrogs y yorts que el marido de Mirifaine planeaba construir. El posadero extendió el brazo jovialmente para estrechar la mano de Vismaan y le invitó a un vaso de vino en su casa, y la florista no cesó de repetir:

—¡Qué interesante! ¡Qué interesante! Esperamos que le guste nuestra sencilla ciudad.

Thesme pensó que estaban comportándose maternalmente con tanta jovialidad. Parecía que sus conocidos estuvieran reaccionando de un modo anormal en ellos para impedir que ella los escandalizara, era como si ya estuvieran cansados de las locuras de Thesme y dispuestos a aceptar cualquier cosa que hiciera, fuera lo que fuera, sin darle más importancia, sin sorpresa, sin comentarios. Tal vez no entendían bien la naturaleza de su relación con el gayrog, quizá pensaban que Vismaan era un simple huésped en su choza. ¿Reaccionarían tal como ella quería si explicaba claramente que eran amantes, que el cuerpo de Vismaan había estado dentro del suyo, que habían hecho algo impensable entre una mujer y un no humano? Probablemente no. Incluso si ella y el gayrog copulaban en la Plaza del Pontífice, no habría el menor revuelo en la ciudad, pensó Thesme mientras arrugaba la frente.

¿Le gustaba la ciudad a Vismaan? Era, como siempre, difícil captar respuestas emotivas del gayrog. Recorrieron calle tras calle, pasaron por las plazas proyectadas sin orden ni concierto, vieron el aspecto insulso y zarrapastroso de las tiendas y observaron las irregulares casuchas con descuidados jardines. Y Vismaan hizo escasos comentarios. Thesme percibió desilusión y desaprobación en el silencio del gayrog, y pese a todo su descontento con Narabal empezó a sentirse defensora respecto al lugar. Era, al fin y al cabo, una población joven, un aislado puesto de avanzada en un oscuro rincón de un continente mediocre, una ciudad que sólo contaba con algunas generaciones de antigüedad.

—¿Qué opinas? —preguntó por fin Thesme—. No te impresiona demasiado Narabal, ¿verdad?

—Me parece un lugar pequeño y tosco —dijo él—. Después de haber visto Pidruid, incluso…

—Pidruid tiene mil años.

—…Dulorn… —prosiguió Vismaan—. Dulorn es extraordinariamente bella ahora mismo, cuando aún está construyéndose. Pero, claro, la piedra blanca que usan allí es…

—Sí —dijo Thesme—. También Narabal tendría que estar hecha de piedra, porque el clima es tan húmedo que los edificios de madera se deshacen, aunque todavía no les ha llegado su hora. Cuando la población sea lo bastante numerosa, podríamos extraer piedra de las montañas y levantar aquí algo maravilloso. Dentro de cincuenta años, de un siglo, cuando contemos con mano de obra adecuada. Quizá si consiguiéramos que esos gigantes de cuatro brazos trabajaran aquí…

—Los skandars —dijo Vismaan.

—Los skandars, sí. ¿Por qué la Corona no nos manda diez mil skandars?

—Los cuerpos de esa gente están cubiertos de grueso vello. Este clima es duro para ellos. Pero indudablemente habrá skandars que se establecerán aquí, y vroones, y susúheris, y muchos gayrogs que provienen de territorios húmedos como yo. Lo que hace vuestro gobierno, animar a colonizadores de otros planetas en tan gran cantidad, es un acto muy intrépido. Otros planetas no son tan generosos con sus tierras.

—Otros planetas no son tan grandes —dijo Thesme—. Creo haber oído decir que el volumen continental de Majipur, pese a los enormes océanos que tenemos, es tres o cuatro veces mayor que el de cualquier otro planeta colonizado. O algo muy parecido. Somos muy afortunados teniendo un mundo tan grande y con una gravedad tan moderada. Por eso humanos y humanoides pueden vivir aquí cómodamente. Naturalmente, pagamos un alto precio por eso, puesto que carecemos de algo parecido a elementos pesados, pero de todas formas… oh. Hola. El tono de voz de Thesme cambió bruscamente, decayó hasta convertirse en un atolondrado tartamudeo. Un joven esbelto, muy alto, de pelo claro y rizado, había estado a punto de chocar con ella tras doblar una esquina, y ahora estaba mirándola con la boca abierta, y ella a él. Era Ruskelorn Yulvan, amante de Thesme durante los cuatro meses anteriores a su retirada a la jungla, y el narabalense que Thesme tenía menos ganas de ver. Pero puesto que tenía que enfrentarse a él, Thesme sacaría el máximo provecho de la situación. Y, tomando la iniciativa tras el primer instante de confusión, dijo:

—Tienes buen aspecto, Ruskelorn.

—Y tú también. La vida de la jungla debe irte bien.

—Muy bien. Han sido los siete meses más felices de mi vida. Ruskelorn, te presento a mi amigo Vismaan, que ha vivido conmigo en las últimas semanas. Tuvo un accidente mientras exploraba en busca de buenas tierras cerca de mi casa… se rompió una pierna al caer de un árbol, y yo he cuidado de él.

—Muy diestramente, supongo —dijo tranquilamente Ruskelorn Yulvan—. Tu amigo parece estar en excelente estado. —Y dirigiéndose al gayrog agregó—: Me alegra conocerle —en un tono indicativo de que lo decía seriamente.

—Procede de una región de este planeta donde el clima se parece mucho al de Narabal. Me ha dicho que muchos campesinos de su raza se establecerán aquí, en los trópicos, en los próximos años.

—Eso he oído decir. —Ruskelorn Yulvan sonrió y añadió—: Aquí encontrará un territorio sorprendentemente fértil. Coma una baya a la hora del desayuno y arroje al suelo la semilla. Al anochecer tendrá una planta tan alta como una casa. Eso dice todo el mundo, por lo que debe ser verdad.

La ligereza y naturalidad con que hablaba Ruskelorn enfurecieron a Thesme. ¿No se daba cuenta él de que esa criatura escamosa, ese ser de otro mundo, ese gayrog, era su sustituto en la cama de Thesme? ¿Acaso era inmune a los celos, o simplemente no entendía la situación real? Con violenta y silenciosa intensidad, Thesme intentó transmitir la verdad a Ruskelorn del modo más gráfico posible: imaginó crudas escenas de ella en brazos de Vismaan, las manos no humanas de Vismaan acariciando sus pechos y sus muslos, la menuda lengua bífida de color escarlata paseándose suavemente por sus cerrados párpados, por sus pezones, por sus ojos. Pero fue inútil. Ruskelorn leía los pensamientos tan bien o tan mal como ella. Él es mi amante, pensó Thesme,él entra en mi cuerpo, me provoca orgasmos constantes, no puedo esperar a volver a la jungla para acostarme con él, y mientras tanto Ruskelorn seguía sonriente, conversando cortésmente con el gayrog, discutiendo las posibilidades de cultivar nikos, gleinos y estachas en las zonas próximas, o quizá plantar semillas de lusavándula en la región más pantanosa. Pasó un buen rato antes de que Ruskelorn volviera los ojos hacia Thesme y preguntara, tan plácidamente como si preguntara qué día de la semana era, si ella tenía intención de vivir en la jungla por tiempo indefinido. Thesme le lanzó una mirada de cólera.