—Hasta el momento prefiero eso que vivir en la ciudad. ¿Por qué?
—Me preguntaba si echabas de menos las comodidades de nuestra espléndida metrópolis, eso es todo.
—Aún no, no de momento. Nunca había sido tan feliz.
—Estupendo. Me alegro por ti, Thesme. —Otra serena sonrisa—. Cuánto me alegra haberte encontrado. Me complace haberle conocido —dijo al gayrog, y se fue.
Thesme ardía de rabia. A Ruskelorn no le importaba, no le importaba nada que ella copulara con gayrogs, con skandars o incluso con el gromwark de la laguna. Ella deseaba que Ruskelorn se hubiera sentido herido, al menos turbado, y en lugar de eso él se había limitado a ser cortés. ¡Cortés! La explicación debía ser que él, como los demás, no comprendía la naturaleza real de las relaciones entre Thesme y Vismaan. Para los narabalenses era simplemente inconcebible que una hembra de raza humana ofreciera su cuerpo a un reptil de otro planeta, y por eso no consideraban, ni siquiera sospechaban que…
—¿Ya te has cansado de ver Narabal? —preguntó al gayrog.
—He visto lo bastante para comprender que hay poco que ver.
—¿Cómo está tu pierna? ¿Estás preparado para la caminata de vuelta?
—¿No tienes asuntos que resolver en la ciudad?
—Nada importante —dijo Thesme—. Me gustaría irme.
—En ese caso, vámonos —repuso él.
La pierna accidentada causó ciertos problemas al gayrog, seguramente a causa del endurecimiento de los músculos. Se trataba de una caminata fatigosa incluso para una persona en buena forma física, y Vismaan sólo había recorrido distancias cortas desde su recuperación. Pero el gayrog siguió a Thesme hacia la ruta de la jungla sin quejarse, tal como era su costumbre. Era la peor hora del día para viajar, el sol estaba prácticamente en el punto más alto y el ambiente era húmedo; en el cielo iban apareciendo las primeras nubes, que más tarde dejarían caer la lluvia de la tarde. Caminaron con lentitud, haciendo numerosos altos, pero Vismaan no dijo una sola vez que estuviera cansado. Fue la misma Thesme la que empezó a fatigarse, y fingió que deseaba enseñarle cierta formación geológica aquí, alguna planta anormal allí, con la idea de crear ocasiones para descansar. Ella no quiso admitir su fatiga. Ya había sufrido bastantes humillaciones a lo largo del día.
La aventura de Narabal había sido un desastre para ella. Orgullosa, desafiadora, rebelde, llena de desprecio por los hábitos convencionales de Narabal, Thesme había arrastrado hasta la ciudad a su amante gayrog para hacer alarde de él ante los insulsos ciudadanos, y éstos no habían mostrado interés. ¿Eran tan estúpidos como para ni siquiera sospechar la verdad? ¿O habrían comprendido inmediatamente las pretensiones de Thesme, y estaban resueltos a no darle satisfacción? Fuera como fuese, Thesme se sentía ultrajada, humillada, derrotada… y muy ridícula. ¿Y la intolerancia que había creído ver entre la gente de Narabal? ¿Acaso los narabalenses no estaban amenazados por el influjo de los humanoides? Qué encantadores, qué amistosos habían sido con Vismaan. Quizá, pensó tristemente Thesme, los prejuicios están sólo en mi cabeza y he interpretado mal las observaciones de otras personas. Y en ese caso entregarse al gayrog habría sido estúpido, no habría servido para nada, no habría sido ningún insulto al decoro de Narabal, habría sido una acción sin finalidad alguna en la guerra particular que ella libraba contra los narabalenses. Sólo habría sido un incidente extraño y grotesco, una testarudez.
Ni ella ni el gayrog hablaron durante el lento y desagradable regreso a la jungla. Cuando llegaron a la choza, Vismaan se acomodó en el interior y Thesme fue de un lado a otro del claro, perdió el tiempo examinando trampas, arrancando bayas, arreglando cosas y olvidando qué había hecho con esas cosas.
Al cabo de un rato entró en la choza y habló con Vismaan.
—Creo que deberías irte.
—Perfectamente. Es hora de que siga mi camino.
—Puedes quedarte esta noche, claro. Pero por la mañana…
—¿Por qué no me voy ahora mismo?
—Pronto se hará de noche. Hoy has andado muchos kilómetros…
—No tengo deseo alguno de causarte problemas. Creo que me iré ahora.
Incluso en ese instante, a Thesme le fue imposible interpretar los sentimientos del gayrog. ¿Estaría sorprendido? ¿Herido? ¿Enfadado? Vismaan no reflejó emoción alguna. Tampoco hizo gestos de despedida, se limitó a dar media vuelta y ponerse a caminar resueltamente hacia el interior de la jungla. Thesme le observó con la garganta seca y el corazón latiendo con fuerza, hasta que Vismaan desapareció más allá de las lianas que pendían casi al nivel del suelo. Fue lo único que pudo hacer para evitar salir corriendo detrás de él. Pero después dejó de ver al gayrog, y la noche tropical no tardó en caer.
Thesme se preparó algo parecido a una cena, aunque apenas comió, sumida en sus pensamientos. Él está por ahí, sentado en la oscuridad, aguardando que amanezca. Ni siquiera se habían despedido. Ella podía haber hecho alguna broma, advertirle que no se acercara a los sijaniles. O él podía haberle agradecido todo lo que ella había hecho en su favor. Pero en vez de eso se había producido un vacío, un simple despido por parte de Thesme y una partida tranquila, sin quejas, por parte de Vismaan. Un ser de otro mundo, pensó Thesme, y con hábitos de otro mundo. Y sin embargo, cuando estuvieron juntos en la cama, y cuando él la tocó y la abrazó y la puso encima de él…
La noche fue larga y triste para Thesme. Se acurrucó en la cama de plumas de zanja tan toscamente preparada que en los últimos días había compartido con el gayrog, escuchó la lluvia nocturna que repiqueteaba en las enormes hojas azules del techo de la choza, y por primera vez desde su llegada a la jungla sintió el dolor de la soledad. Hasta entonces no había comprendido hasta qué punto valoraba la extravagante parodia de vida familiar que ella y el gayrog habían puesto en escena en la choza. Pero eso había terminado, y ella volvía a estar sola, quizás más sola que nunca, y mucho más alejada que antes de su anterior vida en Narabal. Y Vismaan estaba por ahí, en vela en la oscuridad, sin resguardo bajo la lluvia. Me he enamorado de un ser no humano, pensó, asombrada. Estoy enamorada de un ser escamoso que no pronuncia palabras de cariño, que apenas formula preguntas y que se va sin decir gracias o adiós. Thesme permaneció despierta durante varias horas, llorando de vez en cuando. Su cuerpo estaba tenso y agarrotado después de la caminata y las frustraciones de la jornada. Dobló las rodillas sobre sus senos y se quedó así mucho rato. Después puso las manos entre las piernas y se acarició, y finalmente hubo un instante de liberación, un jadeo, un suave gemido, y sueño.
7
Por la mañana se bañó, comprobó las trampas, preparó el desayuno y erró por las zonas familiares cercanas a la choza. No había rastro del gayrog. A mediodía su ánimo pareció levantarse, y la tarde fue casi jovial para ella. Sólo al caer la noche, la hora de su solitaria cena, empezó a sentir la tristeza que de nuevo se apoderaba de ella. Pero lo resistió. Se entretuvo con los cubos que había traído para Vismaan, y por fin el sueño la dominó. Y el día siguiente fue mejor, igual que el segundo, igual que el tercero.
Poco a poco la vida de Thesme recobró la normalidad. No vio rastro alguno del gayrog y Vismaan empezó a desaparecer en su mente. Conforme transcurrían las semanas en soledad, Thesme volvió a descubrir el gozo del aislamiento, o así le pareció, aunque había momentos extraños en los que se lanceaba con algún recuerdo de él, con algún recuerdo cortante y penoso: la visión de un bilantún en la espesura, el simanil con la rama rota, el gromwark que se tumbaba malhumorado al borde de la laguna… Y Thesme se dio cuenta de que continuaba echando de menos a Vismaan. Erró por la jungla describiendo círculos cada vez más amplios, sin acabar de saber por qué lo hacía, hasta que finalmente admitió para sus adentros que estaba buscando al gayrog.