Vismaan se agachó junto a ella. La mano del gayrog se apoyó suavemente en el hombro de la mujer.
—Thesme, debo excusarme contigo.
—¿Por qué?
—Cuando me fui de aquí, no te di las gracias por todo lo que hiciste por mí. Mi compañera y yo discutimos por qué te habías ido corriendo, y ella dijo que tú estabas enfadada conmigo, pero yo no comprendía por qué. Ella y yo examinamos las posibles razones, y cuando expliqué cómo nos separamos tú y yo, Turnóme me preguntó si te había dicho que estaba agradecido por tu ayuda. Y yo contesté que no, que no te había dado las gracias, que no sabía que se hacían esas cosas. Por eso he venido a verte. Perdóname por mi rudeza, Thesme. Por mi ignorancia.
—Te perdono —dijo ella con voz apagada—. ¿Querrás irte ahora mismo?
—Mírame, Thesme.
—Preferiría no hacerlo.
—Por favor. Mírame. —Vismaan le dio un golpecito en el hombro.
Thesme le miró, malhumorada.
—Tienes los ojos hinchados —dijo el gayrog.
—He debido comer algo que no me ha sentado bien.
—Sigues enfadada. ¿Por qué? Te he rogado que comprendas que no tuve intención de comportarme corno un grosero. Los gayrogs no expresan gratitud como los humanos. Pero quiero hacerlo ahora. Tú me salvaste la vida, así lo creo. Fuiste muy amable. Siempre recordaré lo que hiciste por mí cuando estaba herido. Fue un error no haberte dicho esto antes.
—Y fue un error que yo te echara de mi casa de aquella forma —dijo Thesme en voz baja—. Pero no me pidas que te explique por qué lo hice. Es muy complicado. Te perdonaré por no haberme dado las gracias si tú me perdonas por la forma en que te obligué a marchar.
—Ese perdón no era preciso. Mi pierna había curado. Era el momento de irme, tal como indiqué. Seguí mi camino y encontré las tierras que necesitaba para mi granja.
—Así de sencillo.
—Sí. Naturalmente.
Thesme se levantó y miró fijamente a Vismaan.
—Vismaan, ¿por qué tuviste relaciones sexuales conmigo?
—Porque creí que era tu deseo.
—¿Eso es todo?
—No eras feliz y parecía que no deseabas dormir sola. Confié en que eso sería un consuelo para ti. Intenté mostrarme amistoso, compasivo.
—Oh. Entiendo.
—Creo que esas relaciones fueron placenteras para ti —dijo Vismaan.
—Sí. Sí. Fueron placenteras para mí. Pero… ¿Debo entender que tú no me deseabas?
La lengua del gayrog se movió rápidamente, un gesto que Thesme interpretó como el equivalente de un fruncimiento de ceño tras recibir una sorpresa.
—Claro que no —dijo Vismaan—. Eres humana. ¿Cómo puedo sentir deseo por una humana? Eres tan distinta a mí, Thesme. En Majipur los de mi raza reciben el nombre de «seres de otro mundo», pero para mí sois vosotros los «seres de otro mundo». ¿Lo comprendes?
—Creo que sí. Sí.
—Pero me encariñé contigo. Deseaba tu felicidad. En ese sentido, te deseaba. ¿Comprendes? Y siempre seré tu amigo. Espero que vengas a visitarnos, y que compartas la generosidad de nuestra granja. ¿Lo harás, Thesme?
—Yo… sí, sí, lo haré.
—Magnífico. Voy a irme. Pero antes…
Con gravedad, con inmensa dignidad, Vismaan atrajo hacia sí a Thesme y la envolvió en sus fuertes brazos. La mujer sintió de nuevo la extraña tersura, la rigidez de aquella piel. Y una vez más, la menuda lengua escarlata se paseó por sus párpados en un bífido beso. El gayrog la abrazó durante largos instantes.
—Siento gran cariño por ti, Thesme —dijo Vismaan en cuanto la soltó—. Nunca te olvidaré.
—Ni yo a ti.
Thesme se quedó en la entrada de la choza, observando al gayrog hasta que se perdió más allá de la laguna. Una sensación de calma, de paz y calidez había inundado su espíritu. Dudaba que alguna vez visitara a Vismaan, Turnóme y la camada de lagartillos, pero no había problema. Vismaan lo comprendería. Todo iba bien. Thesme empezó a recoger sus pertenencias y a ponerlas en la mochila. Apenas era mediodía, había tiempo suficiente para ir a Narabal.
Llegó a la ciudad poco después de las lluvias de la tarde. Había transcurrido más de un año desde su partida, y muchos meses desde la última visita. Y Thesme se sorprendió al observar los cambios. El lugar tenía el bullicio típico de una población en rápido desarrollo, nuevos edificios se alzaban por todas partes, había barcos en el Canal y las calles estaban llenas de tráfico. Y la ciudad parecía invadida por seres de otros planetas: centenares de gayrogs y otras razas, las criaturas verrugosas que Thesme suponía eran yorts, enormes skandars con hombros dobles, todo un circo de extraños seres dedicados a sus tareas y considerados como algo normal por los ciudadanos humanos. Thesme se abrió paso hasta la casa de su madre no sin ciertas dificultades. Allí estaban dos de sus hermanas, y su hermano Dalkhan. Los tres la miraron fijamente, sorprendidos y con expresión de temor.
—He vuelto —dijo Thesme—. Sé que parezco un animal salvaje, pero con el pelo arreglado y una túnica nueva volveré a ser una mujer.
Pocas semanas más tarde se fue a vivir con Ruskelorn. Thesme pensó confesar a su esposo que ella y el gayrog habían sido amantes, pero tuvo miedo de hacerlo, y terminó creyendo que carecía de importancia mencionar esa historia. Finalmente lo hizo, diez o doce años más tarde, después de cenar bilantún asado en uno de los elegantes y flamantes restaurantes del barrio gayrog de la ciudad. Había bebido muchos vasos del fuerte vino dorado del norte y no pudo resistir la presión de los viejos recuerdos.
—¿Sospechabas algo así? —dijo en cuanto terminó de explicar los hechos.
|Y Ruskelorn contestó:
—Lo supe entonces, cuando te vi con él en la calle. Pero, ¿qué importancia podía tener?
II
LA HORA DEL INCENDIO
Durante varias semanas después de esa asombrosa experiencia Hissune no se atreve a volver al Registro de Almas. El relato era demasiado fuerte, demasiado crudo; el muchacho necesita tiempo para digerir, para absorber. Ha vivido meses de la vida de esa mujer en la hora que estuvo en ese cubículo, y la experiencia arde en su alma. Nuevas y extrañas imágenes brincan tempestuosamente en su conciencia.
La jungla, ante todo. Hissune no conoce otra cosa aparte del clima cuidadosamente controlado del Laberinto subterráneo (exceptuando la vez que viajó al Monte cuyo clima se controla con igual precisión de un modo distinto). Por eso le sorprendió la humedad, la espesura del follaje, los aguaceros, los sonidos de los pájaros y los insectos, la sensación de tierra mojada bajo pies descalzos. Pero eso sólo representa una parte minúscula de lo que ha experimentado. Ser mujer… ¡qué asombro! Y luego tener una criatura no humana como amante… Hissune carece de palabras para eso, es simplemente un hecho que ha pasado a formar parte de él, un hecho incomprensible, pasmoso. Y cuando Hissune logra abrirse paso entre lo anterior todavía quedan muchos más temas para sus meditaciones: la sensación de Majipur como un mundo en desarrollo, con partes aún jóvenes, calles sin pavimentar en Narabal, cabañas de madera, nada parecido al planeta limpio y totalmente sumiso que él habita, sino un territorio turbulento y misterioso con numerosas regiones oscuras. Hissune rumia estas cosas hora tras hora mientras ordena descuidadamente los absurdos archivos tributarios, y poco a poco se da cuenta de que el ilícito entreacto en el Registro de Almas le ha transformado para siempre. Nunca podrá volver a ser únicamente Hissune; siempre será, de alguna insondable forma, no solamente Hissune sino también la mujer Thesme que vivió y murió hace miles de años en otro continente, en un lugar caluroso y húmedo que Hissune jamás verá