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—Sólo usted, capitán.

La conductora dio muestras de preocupación. Eremoil le hizo un gesto para que retrocediera.

—Espérame aquí —dijo—. No creo que vaya a estar mucho rato.

Siguió al guardián por la senda del cañón en dirección al edificio de la finca.

Eremoil esperaba de Aibil Kattikawn una severa acogida idéntica a la ofrecida por los guardianes. Pero había subestimado la cortesía que un aristócrata de provincias se sentía obligado a ofrecer. Kattikawn le recibió con una cálida sonrisa y una mirada intensa e inquisitiva, le dio un abrazo aparentemente sincero y le hizo entrar en la gran vivienda, que apenas estaba amueblada pero era elegante a su austero modo. Desnudas vigas de abrillantada madera negra dominaban los abovedados techos; trofeos de caza asomaban en lo alto de las paredes, y el mobiliario era sólido y claramente antiguo. El lugar tenía una atmósfera arcaica. Igual que Aibil Kattikawn. Éste era un hombrón, de mucha más estatura que el delgado Eremoil y dotado de una ancha espalda, una anchura espectacularmente realzada por el grueso manto de piel de estitmoy que vestía. Su frente era despejada, su cabello canoso pero abundante y levantado en espesos salientes. Tenía ojos oscuros y finos labios. Su presencia era muy imponente en todos los aspectos.

Kattikawn sirvió dos vasos de vino de reluciente color ambarino y la conversación se inició después de los primeros sorbos.

—De modo que debe quemar mis tierras.

—Me temo que debemos quemar la provincia entera.

—Una estratagema estúpida, quizás el acto más alocado en la historia de las guerras humanas. ¿Conoce el valor de los productos de esta región? ¿Sabe cuántas generaciones de duro trabajo han sido precisas para levantar estas granjas?

—Toda la zona, desde Milimorn hasta Sintalmond y más allá, es un foco de actividad guerrillera metamorfa, la última actividad de este tipo que queda en Alhanroel. La Corona está resuelta a poner fin a esta horrible guerra, y eso sólo puede conseguirse usando humo para hacer salir a los cambiaspectos de sus escondites en estas montañas.

—Hay otros métodos.

—Los hemos ensayado y han fracasado —dijo Eremoil.

—¿Sí? ¿Han intentado avanzar por los bosques palmo a palmo en busca del enemigo? ¿Han desplazado aquí a todos los soldados de Majipur para realizar las operaciones de limpieza? Claro que no. Representa excesivos problemas. Es más sencillo utilizar aviadores y prender fuego a la zona.

—Esta guerra ha consumido toda una generación de nuestras vidas.

—Y la Corona se impacienta al final —dijo Kattikawn—. A costa de mí.

—La Corona es un experto en estrategia. La Corona ha derrotado a un enemigo peligroso y casi incomprensible y ha hecho que Majipur sea un lugar seguro para la ocupación humana por primera vez en la historia… con la excepción de este distrito.

—Nos ha ido bastante bien pese a que estos metamorfos estaban escondidos alrededor de nosotros, capitán. A mí todavía no me han matado. He sido capaz de tratarlos. Su amenaza a mi bienestar no ha sido ni remotamente tan notoria como parece ser mi propio gobierno. Su Corona, capitán, es un necio.

Eremoil se dominó.

—Las generaciones futuras lo aclamarán como un héroe entre los héroes.

—Es muy probable —dijo —. Es el tipo de persona que normalmente se convierte en héroe. Le aseguro que no era necesario destruir una provincia entera para dominar a unos cuantos miles de aborígenes que permanecen incontrolados. Le aseguro que esto es una maniobra atropellada y torpe por parte de un general fatigado que tiene prisa por volver a la tranquilidad del Monte del Castillo.

—Sea como sea, la decisión está tomada, y todo lo que hay entre Milimorn y Hamifieu ya está en llamas.

—Eso he notado.

—El fuego está avanzando hacia la población de Kattikawn. Es posible que al amanecer estén amenazados los lindes de su dominio. Durante el día continuaremos los ataques incendiarios más allá de esta región y hacia el sur, hasta Sintalmond.

—Ciertamente —dijo Kattikawn, muy tranquilo.

—Esta zona se convertirá en un infierno. Le rogamos que la abandone, está a tiempo de hacerlo.

—Prefiero quedarme, capitán.

Eremoil suspiró.

—Si se queda, no somos responsables de su seguridad.

—Nadie ha sido responsable de mi seguridad aparte de mí mismo.

—Lo que estoy diciéndole es que morirá, y de un modo horrible. Nos es imposible extender la línea de fuego de forma que eluda su dominio.

—Comprendo.

—En ese caso, está pidiéndonos que le asesinemos.

—No estoy pidiendo nada de eso. Ustedes y yo no tenemos trato alguno. Ustedes libran su guerra, yo mantengo mi hogar. Si el fuego que exige su guerra se entromete en el territorio que llamo mío, tanto peor para mí. Pero eso significa asesinato. Estamos vinculados a rumbos distintos, capitán Eremoil.

—Su forma de razonar es extraña. Usted morirá como resultado directo de nuestro ataque incendiario. Su muerte será un peso en nuestras almas.

—Me quedo aquí por voluntad propia, después de haber sido debidamente informado —dijo Kattikawn—. Mi muerte será un peso únicamente en mi alma.

—¿Y las vidas de su gente? También ellos morirán.

—Los que decidan quedarse, sí. Les he avisado de lo que está a punto de suceder. Tres han partido hacia la costa. El resto se quedará. Por voluntad propia, no para complacerme. Ésta es nuestra casa. ¿Otro vaso de vino, capitán?

Eremoil rehusó la invitación, pero inmediatamente cambió de opinión y extendió el vacío vaso.

—¿No hay forma alguna de que yo hable con lord Stiamot? —dijo Kattikawn mientras servía.

—Ninguna.

—Tengo entendido que la Corona se encuentra en esta región.

—A medio día de viaje, sí. Pero es inabordable por tales peticionarios.

—Intencionalmente, supongo. —Kattikawn sonrió—. ¿No le parece que se ha vuelto loco, Eremoil?

—¿La Corona? No, en absoluto.

—Pero este incendio… una maniobra desesperada, una maniobra estúpida… Las reparaciones que tendrá que pagar después… millones de reales, será la bancarrota para el tesoro público. El costo será superior al de cincuenta castillos tan grandes como el construido por la Corona en lo alto del Monte. ¿Y para qué? Que nos conceda dos o tres años más y amansaremos a los cambiaspectos.

—O cinco, o diez, o veinte años —dijo Eremoil—. La guerra debe terminar ahora, en esta estación. Esta horrorosa convulsión, esta vergüenza para todo el mundo, esta mancha, esta larga pesadilla…

—Oh, usted opina que la guerra ha sido un error, ¿no es eso?

Eremoil se apresuró a mover negativamente la cabeza.

—El error fundamental se cometió hace mucho tiempo, cuando nuestros antepasados decidieron establecerse en un planeta que ya estaba habitado por una raza inteligente. Luego no tuvimos más opción que aplastar a los metamorfos o retirarnos por completo de Majipur. ¿Y cómo íbamos a hacer esto último?

—Sí —dijo Kattikawn—. ¿Cómo íbamos a renunciar a los hogares que habían sido nuestros y de nuestros antepasados durante tantos años?

Eremoil hizo caso omiso de la obvia ironía.

—Quitamos este planeta a gente maldispuesta. Durante miles de años nos esforzamos en vivir en paz con ellos, hasta que tuvimos que admitir que la coexistencia era imposible. Ahora estamos imponiendo nuestra voluntad por la fuerza, cosa que no es agradable, pero las alternativas son todavía peores.

—¿Qué hará lord Stiamot con los cambiaspectos que tiene en los campos de internación? ¿Enterrarlos como fertilizante en los campos que ha quemado?

—Recibirán una vasta reserva en Zimroel —dijo Eremoil—. Medio continente para ellos solos. Eso no es crueldad. Alhanroel será nuestro, y habrá un océano entre las dos razas. El traslado ya está en marcha. Sólo en esta región continúa el desorden. Lord Stiamot ha aceptado la terrible carga, la responsabilidad de un acto cruel pero necesario, y el futuro ensalzará por ello a lord Stiamot.