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Poco a poco, aturdido, Lavon bajó de la plataforma. Se sentía confuso y avergonzado. Algo parecía estar roto en su interior. Un círculo de difusas figuras le rodeaba. Gradualmente distinguió ojos, bocas, rasgos de caras conocidas. Quiso decir algo, pero no brotaron palabras, sólo sonidos. Se desplomó, le cogieron y llevaron a la cubierta. El brazo de alguien le rodeó los hombros; alguien le dio vino.

—Mirad sus ojos —oyó que decía una voz—. ¡Está conmocionado!

Lavon se puso a temblar. Sin saber cómo, porque no notó que lo levantaran, se encontró en su camarote, con Vormetch inclinado al lado y otras personas detrás del segundo oficial.

—El barco se mueve, capitán —dijo Vormetch.

—¿Qué? ¿Qué? Hasz ha muerto. Galimoin mató a Hasz y yo maté a Galimoin.

—Era la única alternativa. Ese hombre estaba loco.

—Yo lo maté, Vormetch.

—No podíamos tener encerrado a un loco durante los próximos diez años. Era un peligro para todos. Había perdido el derecho a vivir. Usted estaba al mando. Actuó correctamente.

—Nosotros no matamos —dijo Lavon—. Nuestros bárbaros antepasados lo hacían, en Vieja Tierra hace mucho tiempo, pero nosotros no matamos. Yo no mato. Fuimos bestias una vez, pero eso fue en otra época, en un planeta distinto. Yo maté a Galimoin, Vormetch.

—Usted es el capitán. Tenía derecho a hacerlo. Él era una amenaza para el éxito del viaje.

—¿Éxito? ¿Éxito?

—El barco se mueve otra vez, capitán.

Lavon forzó la vista, pero apenas podía ver.

—¿Qué está diciendo?

—Venga, véalo usted mismo.

Cuatro enormes brazos le rodearon y Lavon olió el almizcleño hedor del pelaje skandar. El gigante lo levantó y lo llevó a la cubierta, y lo dejó con sumo cuidado. Lavon se tambaleó, pero Vormetch estaba junto a él, y también Joachil Noor. El segundo oficial señaló el mar con un dedo. Una zona despejada en torno al Spurifon, de un lado a otro del casco.

—Sumergimos cables en el agua —dijo Joachil— y dimos a la hierba de dragón una buena sacudida eléctrica. Con ello cortocircuitamos los sistemas contráctiles. Las algas más próximas al barco murieron al instante y las demás retrocedieron. Hay un canal abierto delante del buque, hasta donde llega la vista.

—El viaje está salvado —dijo Vormetch—. ¡Ahora podemos seguir adelante, capitán!

—No —dijo Lavon. Notaba que la niebla y la confusión iban abandonando su mente—. ¿Quién es ahora el oficial de derrota? Que cambie el rumbo ciento ochenta grados, hacia Zimroel.

—Pero…

—¡Ciento ochenta grados! ¡A Zimroel!

Todos le miraban boquiabiertos, asombrados, atónitos.

—Capitán, aún no es usted mismo. Dar esa orden, cuando todo va bien otra vez… Necesita descanso, y dentro de pocas horas…

—El viaje ha terminado, Vormetch. Regresamos.

—¡No!

—¿No? ¿Debo entender que esto es un motín? —Los ojos de los demás eran inexpresivos, igual que sus rostros—. ¿Realmente quieren continuar? ¿A bordo de un barco condenado con un asesino como capitán? Todos estaban hartos del viaje antes de que sucediera esto. ¿Creen que yo no lo sabía? Añoraban el hogar. No se atrevían a decirlo, eso es todo. Bien, ahora siento lo mismo que ustedes.

—Llevamos cinco años en el mar —dijo Vormetch—. Tal vez estemos a medio camino. Tal vez nos cueste el mismo tiempo llegar a la otra costa que regresar.

—O tal vez nos cueste una eternidad —dijo Lavon—. No importa. No tengo ánimos para continuar.

—Mañana quizá piense otra cosa, capitán.

—Mañana todavía tendré sangre en las manos, Vormetch. Yo no estaba predestinado a llevar este barco al otro lado del Gran Océano. Compramos nuestra libertad a cambio de cuatro vidas, pero el viaje quedó interrumpido por ello.

—Capitán…

—Cambie el rumbo a ciento ochenta grados —dijo Lavon.

Cuando fueron a verle al día siguiente, suplicando que les permitiera continuar el viaje, argumentando que fama eterna e inmortalidad les aguardaban en las costas de Alhanroel, Lavon recurrió a toda la calma y serenidad de que era capaz para negarse a discutir el asunto con ellos. Continuar ahora, volvió a decirles, era imposible. De modo que todos intercambiaron miradas —tanto los que habían odiado el viaje y ansiado librarse de él como los que en el momento de victoria sobre la hierba de dragón habían cambiado de opinión— y cambiaron de opinión por segunda vez, porque sin la fuerza motriz de la voluntad de Lavon era imposible proseguir.

Pusieron rumbo al este y no hablaron más de atravesar el Gran Océano. Un año después fueron asaltados por varias tempestades y sufrieron grandes daños, y otros doce meses más tarde tuvieron un fatal encuentro con dragones marinos que ocasionaron importantes destrozos en la popa del barco.

Pero pudieron continuar a pesar de todo. Y de los ciento sesenta y tres viajeros que salieron de Til-omon hacía mucho tiempo, más de un centenar seguían vivos, el capitán Lavon entre ellos, cuando el Spurifon llegó renqueante a su puerto de origen en el curso del undécimo año de viaje.

IV

LAS EXPLICACIONES DE CALINTANE

Hissune está abatido durante varios días después. Él sabe, claro está, que el viaje fracasó: ningún barco ha cruzado el Gran Océano y ningún barco lo conseguirá jamás, porque la idea es absurda y su realización seguramente imposible. Pero fracasar de ese modo, ir tan lejos y luego regresar, no por cobardía, enfermedades o hambre sino por pura desesperación moral… A Hissune le cuesta comprenderlo. Él nunca habría retrocedido. En el transcurso de los quince años de su vida siempre había avanzado hacia lo que percibía como su meta, y las personas que dudaban mientras recorrían sus sendas le parecían perezosas y débiles. Pero, claro, él no es Sinnabor Lavon; y tampoco él ha matado a nadie. Una hazaña violenta como ésa puede hacer temblar el alma de cualquiera. Por Sinnabor Lavon siente cierto desprecio, y bastante pena, y luego cuando profundiza en la consideración del hombre, cuando lo juzga desde dentro, algo parecido a admiración reemplaza al desprecio, porque Hissune comprende que el capitán Lavon no fue un ser apocado sino, de hecho, una persona de enorme fuerza moral. Se trata de un hallazgo sorprendente, y la depresión de Hissune desaparece en el instante en que el muchacho se da cuenta. Mi educación, piensa, prosigue.